Los niños escondidos. Diana Wang
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Название: Los niños escondidos

Автор: Diana Wang

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789873783944

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СКАЧАТЬ la primera guerra estaba en Alemania donde aprendió el oficio de sastre. La hiperinflación lo desesperó, entonces quiso emigrar a los Estados Unidos. Eso no era tan fácil, le hablaron de Argentina como una alternativa buena y, como no quería quedarse en Alemania, se vino en 1924. En el viaje, pobre, le robaron todos los papeles. Al llegar, lo primero que hizo fueron sus documentos nuevos, argentinos. No encontró trabajo estable, no le gustó la vida, ni se acostumbró al clima, así que después de dos años ahorró dinero y volvió. Llegó a Holanda en 1926 con un pasaporte argentino y con la idea de volver a Alemania. Pero resulta que conoció a mi mamá y se quedó en Holanda.

      Mamá pertenecía a una familia más tradicional y a sus padres no les gustó el candidato que, además de no ser religioso, era socialista, dos faltas gravísimas para ellos. Sólo lo aceptaron cuando les prometió que educaría a sus hijos en el judaísmo. Éramos una familia grande y vivíamos muy cerca, así que nos frecuentábamos mucho. Cuando nos mudamos a las afueras de Amsterdam, teníamos muchas visitas los domingos, también en verano. Mi infancia pasó siempre rodeada de primos, tíos y más parientes.

      Mis padres hablaban idish entre ellos, con la familia y con amigos. Yo no hablaba idish, hablaba holandés y en el colegio aprendía alemán. Mis padres también sabían alemán.

      En el 39 se hablaba mucho en casa de la situación. Recuerdo la preocupación de mis padres y que mi mamá mandaba paquetes a la familia de mi papá, a Lodz, creo que en el gueto de donde llegaban las tarjetas con muchas “entrelíneas” para que pudieran pasar la censura. Aparte de los dos hermanos que papá había traído a Holanda, los otros ocho vivían allá.

      Dina Ovsejevich (1932, BIALYSTOK, POLONIA)

      Tenía siete años cuando estalló la guerra. No tengo muchos recuerdos de mi vida hasta ese momento. Sí los tengo a partir de entonces.

      Recuerdo muy bien mi casa. Estaba en la planta baja de un edificio sobre Sienkiewicza, calle céntrica de Bialystok. Había otra vivienda en esa planta baja y una escalera por la que se accedía a un primer piso. Nuestra casa constaba de un comedor, un dormitorio grande, en el cual dormíamos los cuatro, papá, mamá, mi hermana Ita y yo, un baño azulejado e instalado completo y una cocina. La cocina tenía una puerta lateral que daba a un patio angosto empedrado, que terminaba en un gran patio al fondo al cual daba el dormitorio. Por esa puerta mamá entregaba todos los sábados comida preparada a gente necesitada que venía a buscarla. En la otra vivienda de la planta baja vivía la hermana de mamá, Sonia, con su marido y sus dos hijas. Era muy grande, con muchas habitaciones, y allí mamá y su hermana tenían un taller de confección de fajas y corpiños a medida, muy reconocido en la ciudad.

      Llevábamos una vida normal, sin carencias. Mamá no había terminado la escuela primaria y era religiosa. Papá había cursado el Gymnazium, la escuela secundaria, y era laico. Ambos hablaban y escribían en idish, polaco, ruso y alemán. Papá era técnico textil y tenía una fábrica donde él mismo dibujaba las tramas, texturas y diseñaba los colores de las telas que fabricaba. A pesar de la disparidad religiosa e intelectual se respetaban mutuamente.

      Todos los veranos salíamos de vacaciones por toda la temporada. Papá venía únicamente los fines de semana. Íbamos a un wald, bosque, de los muchos que había relativamente cerca de la ciudad. Alquilábamos una casilla de madera, como las prefabricadas actuales, que tenía un porche. Había un río cerca. Disfrutábamos plenamente el verano. Hubo, no obstante, una noche de terror inolvidable: un borracho pasó la noche gritando y golpeando la puerta y las ventanas. Mamá las atrancó con los muebles y pasamos la noche temblando, abrazadas las tres. Se retiró al amanecer, con la claridad del día. Recién entonces las casillas vecinas se abrieron. Nadie se había animado a enfrentarlo.

      También estábamos en el wald cuando Alemania invadió Polonia. Papá estaba en la ciudad. Sin pérdida de tiempo mamá salió a la ruta y convenció, con una buena paga, a un campesino que tenía un carro tirado por un caballo, para que nos llevara con nuestras pertenencias de regreso a Bialystok. Por la ruta transitaban, en ambas direcciones, multitudes que iban a pie o con carretas y carros.

      Enrique Pechner (1932, PARÍS, FRANCIA)

      Nací en París pero a los dos años, en el 34, mi madre me llevó a Lemberg, en Polonia, la ciudad natal de mis padres. No sé qué pasó entre ellos, eran muy jóvenes, la cuestión es que estuvimos cinco años allí en lo de mi abuela materna mientras papá se había quedado en París. Tampoco sin saber bien qué pasó, en mayo del 39 volvimos a París.

      En Polonia me decían franek, o sea, el francesito. Recuerdo la casa de mi abuela, de la que era dueña, tenía inquilinos y la tenía hipotecada. Había una perra muy grande que se llamaba Mirza. Fui a un jardín de infantes del que tengo muy pocos recuerdos y también empecé la escuela primaria. En casa se hablaba idish y polaco. Mamá había aprendido algo de francés. Pero yo de francés, al tiempo de estar en Polonia, no recordaba nada, igual que ahora no recuerdo nada de polaco. Jugábamos en la calle, iba en trineo, andaba en patines sobre hielo.

      Cuando volvimos a París lo hicimos en tren, el viaje duró mucho tiempo, creo que hicimos trasbordo en Varsovia. Recuerdo a los oficiales nazis cuando cruzamos a Alemania, taconeaban para saludar. Era 1939. Luego llegamos a Francia, a la casa de mi padre y ahí nos instalamos.

      La casa era un primer piso a la calle en la Rue de Trevise, cuatro ambientes, uno de los cuales era el taller en donde trabajaba mi papá, cocina y baño. Papá era peletero, trabajaba para terceros, en francés se llama chambre maître, acá façonnier.

      Cuando llegamos papá dijo: “Se acabó el polaco” y de a poco fui aprendiendo francés, pero en casa también hablábamos idish. Creo que mi papá era muy joven para tener hijos, no entendía lo que era un niño.

      Recuerdo mi primer cumpleaños en París al que fue toda gente grande. Cumplía ocho, aburridísimo. Papá no era muy comprensivo, le gustaba burlarse. Se burlaba de mis dibujos, se me fueron las ganas de dibujar para siempre. Pero así era él. Mamá era una idishe mame típica, me sobreprotegía. Papá me hacía leer libros y aún hoy lo sigo haciendo.

      Primer reglamento de la ley de ciudadanía del Reich*

      (14 de noviembre de 1935)

      Apartado 4

      1) Un judío no puede ser ciudadano del Reich. No tiene ningún derecho a voto en los asuntos políticos, no puede ocupar un cargo público.

      2) Los funcionarios judíos quedarán jubilados el 31 de diciembre de 1935.

      Apar tado 5

      1) Un judío es una persona que desciende de un mínimo de tres abuelos plenamente judíos de raza. [...]

      2) Un Mischling, mestizo, es un súbdito del Estado a quien igualmente se considera como judío, cuando, además de ser descendiente de dos abuelos plenamente judíos:

      a) haya sido miembro de la comunidad religiosa judía en el momento de la promulgación de esta ley o haya sido admitido a ella posteriormente;

      b) haya estado casado con un judío en el momento de la promulgación de esta ley o se haya casado con un judío posteriormente;

      c) haya nacido de un casamiento con un judío, según el párrafo 1, contraído posteriormente a la promulgación de la ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán del 15 de septiembre de 1935;

      d) haya nacido como resultado de una relación extramarital con un judío, según el ap. 1, y que haya nacido ilegalmente después del 31 de julio de 1936. [...]

      *Citado СКАЧАТЬ