Название: Los niños escondidos
Автор: Diana Wang
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789873783944
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Nos arreglábamos como podíamos. No tenía un dormitorio propio pero tenía mi cama y en el cuarto había un mueble esquinero que era solo para mí. Guardaba ahí un pequeño barquito, mis libros y arriba la foto de alguna actriz. Al cine había ido una sola vez antes de la guerra y me había encantado.
Me gustaba mucho patinar, era una gran patinadora. En invierno íbamos al colegio en patines para no caernos en las veredas que estaban congeladas.
En mi casa, la política era un tema de conversación habitual. Los domingos a la mañana venían muchachos y chicas amigos de mis padres y mis tíos. Entre arenques y papas, se hablaba de política y se armaban grandes discusiones. Hablaban sobre Alemania, sobre Hitler, pero yo era chica y no entendía nada. Me acurrucaba entre ellos, soñando con participar alguna vez de esas conversaciones, con tener los conocimientos que me permitieran opinar y ser escuchada. Me acuerdo que uno de mis tíos contó que una hermana suya le había escrito desde la Argentina diciendo: “Ustedes están sentados en un barril de pólvora”, y que le aconsejaba que llevara a su familia para allá. Después, en el gueto le mostraba a todo el mundo esa carta lamentándose de no haberle hecho caso cuando todavía estaba a tiempo. También me quedó muy grabado lo de la Guerra Civil Española, tenía una amiga que su tío se había ido a España a luchar en esa guerra. Muchos judíos polacos formaron parte de las Brigadas Internacionales y se hablaba de ellos como de héroes.
Los judíos en Europa
En Europa rige la jus sanguinis, ley de la sangre, a diferencia del continente americano donde rige la jus soli, ley del territorio. En consecuencia, los nacidos en los países europeos no adquieren la nacionalidad correspondiente al lugar de su nacimiento, sino que heredan la de sus padres. Es español, italiano o polaco, todo aquel que sea hijo de padres españoles, italianos o polacos, sea donde fuere que hubiera nacido. Los judíos europeos habían adquirido, a mediados del siglo XIX, la ciudadanía de pleno derecho en países como Francia y Alemania, y los per tenecientes al Imperio Austrohúngaro. No fue así en Polonia, Ucrania, Lituania, Rumania y los demás países del Este. En Polonia, los judíos eran considerados “minoría nacional” al igual que otras minorías étnicas. En diferentes épocas tuvieron representación en el parlamento nacional, pero no eran considerados polacos. Cuando los sobrevivientes dicen “polacos” ponen en evidencia esta cuestión. Específicamente quieren decir: ciudadanos de pleno derecho y católicos, que era la religión hegemónica. Por otra parte, la ciudadanía de los judíos de Europa Occidental, si bien les daba los mismos derechos nominales, no los defendía de la judeofobia que los excluía de diferentes lugares de la sociedad. Por ello, varios “niños” dan cuenta de haber sido bautizados y de que sus familias habían cambiado el apellido para hacerlo menos judío. Los judíos del Este miraban con secreta admiración a los occidentales y se sabían despreciados por ellos. Eran llamados despectivamente los Ost Juden, los judíos orientales. Estos, a su vez, no ahorraban epítetos y designaban a los occidentales como Iekes, con el mismo gesto de desprecio. Como en todo lo demás, los judíos reflejaban las posiciones de las sociedades en las que vivían, el Occidente europeo menospreciaba al Oriente, lo consideraba inferior, atrasado, retrógrado. De este modo eran mirados los polacos por los alemanes.
Tomás Kertesz / Tommy (1927, BUDAPEST, HUNGRÍA)
Mi papá estaba asociado con un hermano en la venta de madera para leña. Cuando yo todavía era chico, se fueron a la quiebra y perdieron todo. Luego de ese desastre económico, quedaron caballos y carros, entonces papá empezó a trabajar de transportista. Mi madre era profesora de dactilografía. Ambos habían hecho la escuela secundaria. Éramos pobres.
En el verano del 34, a mis seis años, alquilaron una casita en un pueblo en las afueras de Budapest y crearon una pequeña colonia de vacaciones al costo, es decir, con hijos de amigos, cada uno pagando su parte proporcional. Como la primera experiencia salió bien, surgió la idea de hacerlo comercialmente y las cosas empezaron a mejorar.
En esa época, un tío mío construyó en Budapest un hotel pequeño de catorce habitaciones con todas las comodidades y viajó a Alemania para equiparlo con las últimas novedades. Llegó justo cuando se habían promulgado las leyes raciales [ver recuadro en p. 33]. Volvió muy alarmado e insistió en que nos fuéramos. Pero estábamos bien económicamente y mi familia no quería irse. Se pensaba que lo que pasaba en Alemania era absurdo, que sería pasajero, que la gente no permitiría al bufón de Hitler seguir con sus delirios. Mi tío, verdaderamente asustado por lo que había visto, fue menos optimista y decidió emigrar a la Argentina donde había estado unos años antes. En el 38, a mis once años, quisieron mandarme también a mí, pero no quise, preferí quedarme con los míos. Desde Budapest, veía a la Argentina, a Buenos Aires, como una tierra irreal por lo lejana.
Iba a la escuela común porque no éramos judíos religiosos. Los profesores no nos discriminaban, ni siquiera cuando llegaron los alemanes. Con mis compañeros tampoco tuve problemas, aunque había tres chicos nazis que me decían que a mí no me odiaban porque no era el tipo de judío que ellos odiaban. Entonces tomábamos como naturales estas diferencias, eran habituales.
Me gustaba natación, patinaje sobre hielo, el esquí, hacía todo tipo de deportes. En la escuela había gimnasia militar, pero para los judíos estaba prohibida. Nos separaban y también con el fútbol. Mientras los cristianos hacían actividades físicas, a nosotros nos mandaban a limpiar, entonces hacíamos la pantomima de hacerlo. Es curioso que en aquel momento no viviéramos este tipo de diferencias o humillaciones como tales. Nos resultaba divertido, incluso ese simulacro de estar limpiando, era como una burla que hacíamos nosotros, nos sentíamos más vivos que ellos.
Judith Winograd (1927, LODZ, POLONIA)
Mis padres eran primos segundos, emigrados de Rusia. Papá era perito mercantil, socialista del Bund y mamá, farmacéutica y comunista. A pesar de las posiciones políticas, se llevaban muy bien, era gente muy preparada, igual que mis abuelos. Éramos una familia de clase media, vivíamos en un departamento, no me faltaba nada, hasta teníamos radio. Mi infancia fue bastante triste debido a la muerte de un hermano que me llevaba tres años. Me acuerdo de mi mamá siempre de luto y de su preferencia por Lolek, mi otro hermano, seis años mayor que yo. Mi papá puso todo su amor en mí, con lo cual nos equilibrábamos. Lolek era un excelente alumno, lo mandaron a estudiar a Francia y fue preciso alquilar su habitación para pagar sus estudios. En casa siempre hubo tristeza. Cuando mi hermano se fue, mi mamá lo extrañaba tanto que yo no existía. En junio del 39, mi mamá insistió para que Lolek volviera a casa para las vacaciones. Son esas cosas que se hacen porque uno no puede adivinar el futuro. Vino y ya nunca pudo volver. Mientras vivió, mamá no se lo perdonó porque si se hubiera quedado en Francia podría haberse salvado. Cuando volvió tenía 18 años y yo doce. Recién en ese momento hubo una relación entre nosotros porque antes yo era muy chiquita.
Yo iba a un colegio judío donde nos enseñaban historia judía en hebreo pero también todas las materias normales en polaco. No nos daban nada de religión. Era en general igual que los otros colegios, solo que yo iba los domingos y los sábados los tenía libres. Los sábados tomábamos clases particulares de francés con mi prima, que tenía mi edad, y después nos íbamos al cine. Veíamos todas las películas románticas de la época, también muchas de Shirley Temple. Había una muñeca como ella y todas la teníamos para jugar. Jugábamos en el patio de abajo, con chicas y varones, jugábamos a policías y ladrones, a pararnos en una línea sin movernos, cosas así. Mi mamá siempre me llamaba desde el balcón de la casa para que fuera a tomar el té.
Otra cosa que hacía y me encantaba era irme СКАЧАТЬ