Название: Los niños escondidos
Автор: Diana Wang
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789873783944
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También opera sobre esta sensación de “deslegitimación”, compartida esta vez con el resto de los sobrevivientes, la culpa por haber sobrevivido en una inversión causal dolorosa. El milagro de haber sobrevivido en aquellas condiciones, a todas luces un imposible, se convierte en algo casi vergonzoso, difícil de contar, algo que es preferible ocultar. Como si el haber sobrevivido confiriera alguna responsabilidad al sobreviviente en la muerte de los otros. La supervivencia de unos denota, sin que ellos lo quieran, la muerte de los demás. Es una sensación difícil de soportar. No todos los “niños” la tienen. En apariencia, cuanto más chico haya sido, más lejos está de sentirla. Casi ninguno ellos fue responsable de su propia salvación. Tocados por una especie de varita mágica o un ángel tan bondadoso como misterioso, la pregunta de por qué fueron ellos los salvados y no los demás los acompañará siempre.
ESTOS “NIÑOS”
Estos “niños” son ahora personas de entre 63 y 80 años que narran su infancia en Europa, sus experiencias en la guerra entre los años 1939 y 1945 y su llegada, por distintas circunstancias, a la Argentina. Consideré “niño” a quien tenía entre 0 y 16 años en el momento del cambio dramático debido a la ocupación nazi. Es obvio: las experiencias guardan diferencias muy importantes según sea la edad del protagonista. Por eso, antes de cada testimonio, consignamos la edad que se corresponde con el momento que el testigo relata.
Debemos tener presente, por otra parte, cómo era el mundo y la vida en las décadas del 30 y del 40 para entender cómo era tener, por ejemplo, cinco, nueve o doce años por entonces. A comienzos del siglo XXI, la infancia se expresa de diferente manera. Nuestros niños de hoy no son iguales a aquellos. Hace setenta años no solo el mundo era diferente y la información mucho más precaria sino, y fundamentalmente, el concepto de infancia era otro. Los niños no recibían la consideración especialísima que obtienen en la actualidad. Se los atendía, se les daba de comer, se los abrigaba, pero en general no eran interlocutores de los adultos, no se acordaban decisiones con ellos. En la mesa solo hablaban los grandes. Los niños debían respeto a los adultos por definición. El trato era, en cierta manera, distante y formal. Los niños constituidos en este contexto eran, consecuentemente, más “infantiles”; es decir, ingenuos, crédulos, inocentes. Se los preservaba de los aspectos duros de la vida. Tenían, por lo tanto, menos defensas, menos argumentos, menos modelos asimilados para entender y encontrar recursos para el dramático cambio que se cerniría en sus vidas. No eran menos inteligentes o despiertos que los de hoy, solo estaban más alejados del mundo real, un mundo sustraído por los adultos para su protección. Estos niños, congelados en las fotos viejas que contiene este libro, son los que incluyeron en sus nuevas vidas “normales” la mentira, el ocultamiento, el robo, el soborno y, lo que es mucho más grave, la destrucción de la fe en el mundo adulto.
Estos treinta “niños” forman parte del grupo Niños de la Shoá en la Argentina, que funciona desde 1997. Sus miembros representan apenas una pequeña proporción de los “niños” escondidos que existen.
Los relatos fueron tomados de entrevistas realizadas a fines de 2003 y de algunos textos escritos por ellos mismos y que me facilitaron con enorme generosidad. El libro de Ana Baron (Anushka), Todavía me pregunto por qué; el de Mira Kniazew de Stupnik, Quo vadis mundo, aún inédito; y los textos de Abraham Cukierman, Claudia Piperno y Zosia Klawir.
El testimonio de estas treinta personas, ocho hombres y 22 mujeres, cubre distintos aspectos de la vida judía en Europa y de las diversas formas de supervivencia durante la Shoá. Diferentes países y variadas condiciones socioculturales y familiares, disímiles edades y experiencias, todos ofrecen un panorama rico, múltiple, amplio y heterogéneo.
Cabe la pregunta de por qué las mujeres triplican a los hombres. Ser mujer o ser hombre no hacía diferencias a la hora de ser asesinados. Los judíos habían sido sentenciados sin distinciones sexuales. Tampoco corresponde pensar en grados de sufrimiento diferentes para hombres o para mujeres. Podemos apuntar, sí, una única diferencia: los varones judíos estaban generalmente circuncidados, con lo cual portaban una marca en el cuerpo que hacía más difícil ocultarlos bajo una identidad cristiana. Algunos “niños” debieron pasar a causa de ello toda la guerra disfrazados de niñas para evitar ser descubiertos.
Los “niños” son los protagonistas excluyentes de este libro que respira a través de sus relatos. Las referencias históricas o geográficas servirán para contextualizar y entender mejor sus experiencias. Si bien las historias se combinan en cada capítulo para pintar con distintos tonos un mismo momento, el lector podrá elegir seguir la historia particular de cualquiera de los treinta sobrevivientes utilizando la hoja de ruta de la página 255. También podemos conocerlos a través de sus fotos y documentos reunidos en el álbum de los “niños”.
LOS QUE SIGUEN ESCONDIDOS
La guerra terminó con la firma del armisticio del 8 de mayo de 1945. Pero para algunos “niños” el fin del conflicto no fue un alivio ni permitió que dejaran de llevar la pesada mochila del ocultamiento. Hay “niños” que siguen escondidos. Algunos lo saben y otros todavía no.
Las aquí llamadas Etel y Cris Marie aceptaron brindar su testimonio a condición de no develar sus nombres verdaderos. Etel, para evitar que sus hijos conozcan algunos aspectos dolorosos de su relación con sus padres; Cris Marie, por la dificultad de compartir con sus hijos frontalmente el origen judío de su familia.
Hay también “niños” de la Shoá a los que no es posible entrevistar. Son los que hoy, sesenta años después, ignoran que lo son. Al igual que en la Argentina, donde la apropiación de bebés formó parte de una política de Estado en la dictadura militar de 19761983, sufrieron la sustracción y no restitución a su legítima identidad. Muchos de estos “niños” no saben probablemente que están siendo buscados por sus familias biológicas, porque no saben que no son hijos de quienes creen serlo. Habrá que esperar a que alguna chispa de duda, algún titubeo extraño, una sombra les despierte la necesidad de investigarse.
Eso está sucediendo en Polonia en los últimos diez años. Cientos de personas de más de sesenta años acuden a instituciones judías buscando información cuando tienen la sospecha de no ser quienes han creído que eran. Hay sitios en Internet que presentan fotos de bebés con textos que dicen cosas como esta: “Probablemente nací en 1938, cerca de Lublin, talvez mi madre se llamaba Luba”. La gran mayoría, una mayoría sin número, sigue escondida. Escondida del mundo y de sí misma.
Algunos de los “niños” que aquí nos cuentan sus casos han sido restituidos a sus familias, otros hicieron su vida por un camino diferente.
Mi hermanito Zenus es de este grupo de niños nunca recobrados pero siempre añorados.
1 La palabra hebrea shoá significa devastación, suceso catastrófico. Hay consenso académico en usarla para referirse al asesinato de seis millones de judíos en Europa en los territorios ocupados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La palabra holocausto, aunque menos adecuada porque implica ideas de sacrificios, ritos de purificación por el fuego y castigos divinos, ha sido tan ampliamente difundida que se ha impuesto. Ambos términos se usan hoy indistintamente. El fenómeno aludido es, sin embargo, tan inédito que incluso la palabra shoá sigue siendo incompleta, СКАЧАТЬ