Название: Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos
Автор: Augusto Escobar Mesa
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Investigación Científica
isbn: 9789585122093
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Cuando narraban en largas noches una historia, debí intuir que la palabra era mágica, que la palabra creaba y podría reemplazar a los seres que un día vivieron. No sé si lo pienso ahora o si llegué a entenderlo oscuramente en ese entonces y sabía que la palabra era siempre algo bautismal y que al nombrar las cosas, las cosas aparecerían. En esos momentos, en aquellas noches de terror cuando nos contaban los cuentos más violentos que he conocido, más azarosos y amables también para el recuerdo, resolví ser escritor. (Mejía V., 1985, p. 17)
Para Mejía, muchos eran los escritores antioqueños que le habían dado unidad e identidad a la literatura regional con esta rica tradición cuentera, pero que en ese momento eran poco citados y menos leídos, por ejemplo, Jesús del Corral37, Emiro Kastos, Pacho Rendón, Samuel Velásquez, Romualdo Gallegos, Tulio González y Jesús Posada. Ellos no tienen hoy la recepción y menos la crítica valorativa que merecen38. Vale la pena reconocer que esos escritores por diversos motivos, casi todos ajenos a la literatura, escribieron poca ficción y sin la continuidad requerida. Si bien escribían sin apremios estéticos inmediatos, sí tenían un intuitivo talento narrativo y dieron una imagen propia y auténtica de su entorno cultural. Algunos de ellos pusieron los primeros peldaños de la narrativa realista antioqueña que abandonaron pronto. Otros, continuaron con esa tradición siguiendo al gran maestro Carrasquilla e hicieron de la literatura un oficio: Luis Tejada, Barba Jacob, Fernando González, Sanín Cano, León de Greiff y Mejía Vallejo, entre otros. A estos se aúna Efe Gómez, el ingeniero sin título que sostenía «que era mejor saber que ser doctor» y quien mostró los efectos devastadores en el hombre del alcohol, los celos, la intolerancia política y religiosa, la locura, el trabajo en las minas o en las selvas. Asimismo, esa literatura antioqueña revela las vivencias del hombre enfrentado a medios naturales hostiles, lo que permite mostrar con detenimiento el drama humano vivido, el ímpetu necesario para domeñarlos o para sucumbir ante ellos, no sin antes poner de presente una visión particular del mundo. Esos escritores y su tradición fueron los que alimentaron el trabajo literario del escritor jericoano. En la literatura de unos y otro tampoco es extraña la urbe, llámese ciudad o pueblo, por el contrario, desde muy temprano estos son escenarios, reveladores de los conflictos entre los seres que los habitan, terminan siendo infiernos grandes, porque en su inmediata cotidianidad se observa el cruce de las más diversas pasiones que enajenan y desarraigan.
Las artes predisponen el espíritu
El joven Mejía pensaba que su vida debía orientarse hacia otros derroteros. Le urgía conocer, viajar, escribir, porque todo lo de ese entorno amado era ya conocido a pesar de que «cada alba traía cosas nuevas». Estaba consciente de que su destino era otro: nombrar realidades e indagar por «secretos que no conocíamos» (TEN, p. 46). Ante tal situación de encierro inevitable en medio de estas altas montañas, el joven creía que era imperativo salir. A esto se sumaba un problema de orden económico para la familia que contribuyó aún más a acelerar tal decisión. La quiebra económica del padre de Mejía Vallejo derivó en el desmembramiento de la familia y en la búsqueda de nuevas alternativas de vida en otros lugares. Mejía describe de manera casi poética este desmoronamiento:
El tiempo seguía rodando, pero rodaba ya sobre nosotros. Pasamos de la niñez a la vida. La herencia se iba desmembrando, y el hogar también. Alfonso, el mayor, abandonó sus atavíos campesinos, su pedazo de tierra, y salió en busca de nuevos horizontes. Él también llevaba la consigna de los caminos […] Se fue para lejos con mejores perspectivas. Y Carlos, el menor de los tres, se fue detrás. Yo ya me había ido a estudiar. Pero con la tierra quedó mi sombra. Ocurrió luego lo inevitable. El éxodo, la huida de la herencia. Otra se casó, que había nacido para el arrullo. ¿Por qué creceríamos? […] Nuestros caminos del monte se fueron cerrando. Las ramazones se entrelazaron vencidas por el olvido. (TEN, p. 47)
A los trece años, Mejía abandonó su pueblo por recomendación de sus padres y se instaló en Medellín, capital del departamento de Antioquia, para continuar sus estudios colegiales39. Allí se dedicó a estudiar con la ayuda económica de su tío político José Manuel Mora Vásquez40, porque el tiempo seguía su curso y nada podría detenerlo cuando el nuevo destino había echado a rodar y, como afirmaba a los veinte años, algo distinto «rodaba ya sobre nuestros espíritus. Pasamos de la niñez a la vida» (TEN, p. 47)41.
Continuó sus estudios secundarios hasta quinto año de bachillerato en la Universidad Bolivariana, colegio católico y privado42. El confesionalismo de dicha institución le hizo avivar el espíritu contestatario e iconoclasta. Con unos cuantos compañeros conformó una pequeña tertulia en la que discutían problemas relativos a su tiempo, sobre todo asuntos políticos en una época en que el bipartidismo entre liberales y conservadores había polarizado los ánimos. Con ellos decidió publicar un modesto periódico llamado El Tertuliano que no alcanzó a divulgarse, porque las directivas lo decomisaron y rompieron el día de su lanzamiento, no sin antes haber tenido que escuchar del rector Félix Henao Botero43 «un sermón sobre la necesidad de Cristo y de Bolívar al servicio de la patria y de Dios para formar técnicos y no matemáticos ni literatos viciosos y bohemios» (Escobar, 1997, p. 176). Abandonó sus estudios cuando estaba a punto de terminarlos, por eso cuando salió su primera novela, para minimizarla, un periodista conservador de la época lo llamó «muchacho fracasado en sus estudios» (E. T., 1945, p. 5). En el colegio como en la ciudad y allende había un ambiente moralista y cerrado del que poco se podía esperar, por eso afirma Mejía:
Yo era un disidente porque era de los pocos liberales que había allí; además era de izquierda y antifranquista. Estaba la Guerra civil española en su apogeo. Yo tenía un mapa en mi pupitre y un cura que nos daba una aburrida cátedra de religión se enojaba cuando yo colocaba o quitaba banderas rojas según como marchara la guerra. Dos sacerdotes profesores míos tenían a Cristo al lado de Hitler y de Mussolini […] Sufrimos en nuestra pequeña porción de sensibilidad lo que en gran escala, metafísica, genialmente, sufrió César Vallejo en París. (Escobar, 1997, pp. 174-175)
Aunque en el país gobernaban los liberales, en Medellín y casi toda Antioquia, se vivía bajo dominio conservador, y la Iglesia controlaba casi todo el aparato educativo en los pueblos y los mejores colegios y escuelas de Medellín. Pero Mejía tenía bien anclada la cuestión de la literatura y nadie se la iba a quitar, menos con sermones. Además, en los tiempos de ocio o en las mismas clases aprovechaba para dibujar y hacer caricaturas de los profesores —aptitud que desarrollaría después, en el Instituto de Bellas Artes de Medellín—, lo que le valió no pocas recriminaciones y castigos, para luego negarle la continuidad en la institución por su actitud inconforme y «díscola moralmente». A todo esto se agrega la necesidad de un trabajo para lograr la independencia que requería. Comenzó entonces su viaje de iniciación por la vida y la sobrevivencia en diferentes oficios que desempeñaba paralelos a sus estudios de arte. Ante tal mentalidad de la época, afirma Mejía,
Mi rebeldía se acrecentaba ante un medio tan fanático y conservador. Era una convicción personal contra el medio hostil [...] En Colegio nos tenían prohibida la lectura y había que pedirle autorización a monseñor Henao o a los vigilantes para prestar alguna obra; por ejemplo, no nos dejaban leer la Biblia, ni ningún diccionario y menos novelas. ¡Era el colmo! Nos tocaba vivir a la enemiga. Así fundamos un periódico muy malo donde escribí mis primeros СКАЧАТЬ