Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos. Augusto Escobar Mesa
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СКАЧАТЬ «voces que se cruzan, se interceptan, se ahogan entre sí hasta que ya no queda más que un rumor, un zumbido, un blablablá, el comadreo, en suma […] el personaje colectivo […] que adquiere proporciones épicas» (pp. 186, 190, 193). Eso es la obra de Mejía, un mural que recrea la Colombia campechana y pueblerina con sus vicios y virtudes de finales de la primera mitad del siglo XX y también del momento en el que algunas capitales como Medellín comienzan a crecer de manera caótica y sin identidad, aun cuando van en busca de ella.

      En un breve balance de los personajes más representativos de la literatura de las artes de Antioquia y de Colombia de la primera mitad del siglo XX7, entendidos estos como los que lograron romper con lo establecido en su medio, época y sentaron las bases en el medio cultural y literario colombiano —secundados o no—, podemos decir que dicho grupo se inició con Tomás Carrasquilla8, seguido por algunos de los panida, en cuya cabeza figuraron León de Greiff9, Ricardo Rendón10 y Fernando González11. Contemporáneos de los anteriores o posteriores fueron: Efe Gómez12, Porfirio Barba Jacob13, Baldomero Sanín Cano14, Pedro Nel Gómez15, César Uribe Piedrahita16, Carlos Correa17, Débora Arango18 y otros. Estos son, en el decir de Pedro Nel Gómez, «un grupo importante de escritores y de artistas que trabajaban en concierto tratando de darle forma y expresión a su sociedad y al mundo en que vivimos» (Villegas, 1981, p. 41). Se cierra el ciclo con los que a partir de los años cincuenta comienzan a producir también una literatura y arte distintos: Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra19, Gonzalo Arango20, Arturo Echeverri Mejía21, Rodrigo Arenas Betancur22, entre otros.

      Al analizar el porvenir de estos que se iniciaban en tan excluyentes oficios y decidida vocación, Upegui Benítez (1948)23 sostenía, con un poco de exageración, que

      Uno de los escasos lugares de la América Latina donde brota […] una concepción de las propias realidades y un deseo de transformarlas en efectividades artísticas o filosóficas es Antioquia», porque sus artistas «estaban edificando las bases para el descubrimiento de nuestro hemisferio anímico y concretando la obra de imposición antioqueña en el panorama espiritual del mundo.

      No pocos de los antes citados lograron vincular la parroquia colombiana al mundo vasto de las artes y las letras allende, porque supieron aprehender y recrear la vida de seres y geografías, las circunstancias y las mentalidades que se daban de tejas para adentro con la óptica, las herramientas formales y la observación atenta de la condición humana, vista de tejas para arriba. Ellos pudieron recrear un mundo particular con aliento universal y sin complejo alguno; mantuvieron una interlocución permanente y de igual a igual con intelectuales y creadores de otras partes, bien sea personalmente o a través de las obras leídas, traducidas, vistas. Mejía, sin dudar mucho, fue la suma de todos estos iluminados del espíritu que le precedieron y fueron sus contemporáneos, y de algunos que figuran en el panteón universal.

      Por una circunstancia del azar, Manuel Mejía Vallejo nació el 23 de abril de 1923 en Jericó y no en Jardín, el pueblo de su infancia y parte de su adolescencia que recordará siempre24. La enfermedad grave de su abuela que vivía en Jericó, y la solicitud de la presencia de la nuera Rosana Vallejo, motivó ese cambio de lugar. A pesar de lo avanzado del embarazo de la madre del escritor y de las dificultades del viaje a caballo por caminos de riesgo, ella emprendió el viaje para solidarizarse con una vida que parecía extinguirse. Según el mismo Mejía,

      Mi abuela, con la alegría de ver a mi madre se mejoró [...]; en cambio a mi madre le comenzaron los dolores de parto y no se pudo devolver tal como lo tenía pensado. Y así fue como yo vine a nacer en Jericó —lugar donde también nació su madre—. (Corporación Fomento de la Música, 1997)

      Por eso Mejía (1980) contaba a menudo que tenía «dos nacimientos, dos camas primeras, dos casas iniciales y el gozo de tener dos pueblos como cuna: Jericó y Jardín» (p. 65)25. Con el humor infaltable en él, agrega: «nací al pie de la casa de la Madre Laura, la única santa que ha tenido Colombia. Es que los santos nos encontramos, así sea en la tierra»26 (Corporación, 1997, p. 4). En un texto inédito dedicado a un campesino y arriero, «A Jesús Arenas, amigo mío», Mejía describe con varias pinceladas esos dos pueblos de las montañas antioqueñas tan cercanos a su corazón:

      Por lo menos en este aspecto soy hombre afortunado: en lugar de uno, tengo dos pueblos, Jericó y Jardín. A mi manera —o a la de mis padres— nací en ambos, hechura de esa misma esencia de cercanías entrañables. Me fabricaron en Jardín, pero la abuela se estaba despidiendo de esta cosa de la vida, y por estar junto a sus últimas respiraciones viajé en mi madre, el vehículo más amoroso que un hombre puede tener. Así nací en Jericó, dentro de una casona diagonal a esa casa donde nació La Madre Laura, asunto que me comprueba cómo los santos nos buscamos para hacer milagros imposibles. Jericó me gusta, y de allá arrancaron los abuelos, mis hermanos mayores y quien supo ser mi primera novia, la de los descubrimientos iniciales de la sangre. El viaje a este pueblo representó en cierto modo un viaje de regreso. Como cuando voy a Jardín, «Siempre volvemos al lugar de nuestros afectos», decía Maïakovski, por eso el amor no se dispersa, sino que se multiplica: no dividamos por dos que, en mi caso, daría cero: multipliquemos y nos da todo lo importante en la vida de alguien que se atrevió a nacer, y tuvo más de un sitio para hacerlo. (Arch.)*

      Su padre fue Alfonso Mejía Montoya, rico hacendado y dueño de grandes extensiones de tierra heredadas, hombre emprendedor, de recio carácter y laborioso, y su madre, Rosana Vallejo, mujer de dotes excepcionales por la sensibilidad y solidaridad manifiesta en todos sus actos: educadora nata, artista expresiva y natural, experta ceramista hasta el final de sus días (Mejía V., 1973). Rosana27 estudió en un colegio de religiosas en Jericó y luego en el Internado Francés de Medellín. Uno de sus aprendizajes fue la pintura sobre lienzo, porcelana y arcilla que luego perfeccionaría. Fue reina de los Juegos Florales de Jericó en 1914. Para Mejía, su madre

      Era superior en cualquier cosa que imagináramos. Siempre estuvo en las buenas y en las malas. Era una mujer fuerte, como esas mujeres del Antiguo Testamento, llena de bondad. Tenía todas las virtudes y un concepto especial de las cosas, de la vida y del mundo que la rodeaba, no parroquiana, a pesar de ser muy de allá, muy de su gente, muy familiar de sus familiares. Era una amiga y madre extraordinaria hasta el último instante […] Ella estaba más allá del ancho río, pero con los pies acá en la tierra. Recuerdo que cuando llegaban a la casa los nietos y bisnietos, ella, a los ochenta años, les enseñaba francés. Murió con toda lucidez. Entonces ese punto de referencia de mi madre, muy vital, me ha servido para definir lo que puede ser la mujer ideal. Así como ella, hay en cambio otras mujeres que fueron víctimas, arrasadas por esa crueldad que ejercían las costumbres o en los textos ñatos que leían o en las prédicas que escuchábamos de los curas […] A los ochenta y cuatro años, ella, en vísperas de olvidar su deber de seguir respirando, hacía figuras en cerámica y pintaba sobre el barro cocido lo amable de la vida: pájaros, helechos, flores, mariposas […] A los ochenta años ganó un premio. Hacía cosas muy lindas, con una paciencia y un aire de eternidad. (Mejía V., 1985, p. 76; en Escobar, 1997, pp. 173-174)

      Manuel Mejía, el quinto de una familia de once28, volvió a nacer veintidós años después en su La tierra éramos nosotros, a las orillas del encañonado y turbulento río San Juan, mismo lugar del nacimiento de su abuelo y en una casa hecha por su bisabuelo, reconstruida luego por el abuelo y después por su padre, porque el río se la llevaba en ocasiones. Será esta una de las tantas historias contadas en La casa de las dos palmas. Mejía Vallejo se imposta en Bernardo29, el joven protagonista de La tierra éramos nosotros y renace con él, igual que con su padre y abuelos como si todos fueran uno: «en una noche como esta nací yo. Mi vida fue una tormenta» (p. 22). Estas palabras СКАЧАТЬ