Название: Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos
Автор: Augusto Escobar Mesa
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Investigación Científica
isbn: 9789585122093
isbn:
Y hallaba, después de cada viaje,
más silentes sus manos, más surcado su rostro,
más blancas su voz y su cabeza,
más oscuros sus trajes y sus ojos.
Algo lloraba en derredor con viejo llanto.
Aroma de eneldos y altamisas.
Espigas en los carrizales.
Silencios de adiós en los caminos.
Efluvios de nube y tarde49.
En vacaciones, el encuentro entre su tía Jesusita Vallejo y su madre, que aprovechaban para pintar, alimentaba aún más en Mejía su deseo por el dibujo y la escultura. Ver a aquellas dos mujeres cercanas a su vida dedicadas a recrear el entorno natural en bellas acuarelas, fue para el joven Mejía «una revelación» (Escobar, 1997, p. 177). Jesusita, Débora Arango y otras mujeres fueron alumnas de Pedro Nel Gómez en el Instituto de Bellas Artes de Medellín y, en 1937, presentaron una exposición colectiva «que causó mucha sorpresa en Medellín […] constituyéndose, sin proponérselo, en la ‘vanguardia’ artística de entonces» (Londoño, 1995, p. 194). Se podría decir que ellas conformaron el primer grupo de mujeres artistas en el país, que de modo colectivo presentaron una propuesta propia sin depender del consenso masculino. Mejía admiró siempre la obra artística de su tía y de su madre, y en ocasiones fue el presentador de algunas de sus exposiciones50. En la Escuela de Bellas Artes, Mejía estudió escultura y dibujo durante dos años en compañía de Hernando Escobar51, José Horacio Betancur52, Ramón Vásquez53 y Francisco Madrid54. Aunque Mejía era bueno para el dibujo, pronto lo dejó por la literatura, pero nunca abandonó ese oficio. Sin embargo, descubrió que trabajar con materiales como la madera, el mármol, la piedra, le daba «la sensación de permanencia», de sentirse «como un pequeño creador que puede cambiar las cosas». Agrega:
Yo recalco en la importancia de las artes juveniles. En la escuela aprendía con facilidad lo que me enseñaban en dibujo [...] Ahora pinto [lo dice en 1980] y hago cerámica sin ningún problema, porque ya sé lo que hago: soy un literato de tiempo completo [...] Este ha sido un oficio que nunca he abandonado. Me gusta mucho. (Escobar, 1997, p. 178)
Este aprendizaje artístico fue importante para su trabajo literario, porque influyó en la construcción de sus personajes y en las exactas descripciones de ellos y de su entorno. En 1945, el crítico Eddy Torres55 fue el primero en resaltar la plasticidad de las imágenes de Mejía y la precisión en los detalles en la descripción del medio ambiente y de los personajes de La tierra éramos nosotros. Esta plasticidad se irá afinando en muchos cuentos y novelas56. Según Mejía, fue Torres «el primero que escribió sobre mi obra antes de ser publicada, porque estaba editando unas cosas en la editorial Bedout y pidió unas pruebas de mi novela y la leyó» (Escobar, 1997, p. 179; Torres, 1945, p. 5). Mientras asistía a las clases en Bellas Artes, Mejía trabajaba en el día y estudiaba idiomas por las noches, pero una idea comenzaba a obsesionarle, viajar a México siguiendo los pasos de su poeta preferido, Porfirio Barba Jacob, proyecto que postergó, porque un viaje repentino a la tierra de crianza lo incitó a escribir su primera novela. Desde antes de la publicación de La tierra éramos nosotros y después, la vida en Medellín transcurrió entre sus estudios, el trabajo y una vida cuasi bohemia. Empezó a frecuentar los cafés donde se reunían a diario los periodistas e intelectuales de la región, en una etapa que marcaría el rumbo definitivo de su labor productiva, porque de ahí saldrían hechos, personajes, lugares (bares, prostíbulos, rincones populares, etc.) y parte de las experiencias de la urbe que recrearía en las obras centradas en esa temática como en Al pie de la ciudad, Aire de tango, Las muertes ajenas y La sombra de tu paso.
En un medio pacato como el de Medellín, él y sus contertulios cotidianos eran y serían siempre bohemios, marginales y contestatarios, por el solo hecho de no someterse a las normas morales impuestas a las mayorías por una casta eclesial y dirigente conservadora. En ese despertar a la adultez, Mejía era, como el protagonista de La tierra éramos nosotros, un ser precoz «en un país de infinitas precariedades». Y en uno y otro se adivinaba el destino singular que les esperaba por la manera franca y con desparpajo de ver las cosas y los seres. Así describe el narrador al protagonista:
Tenía un aire de ganador a sabiendas de tan hondas limitaciones que nos impone la vida. Algo iluminado estaba cerca, al borde del estallido; un énfasis que solo la reflexión junto a la pasión mermaba su volumen. En ese entonces queríamos vivir, y vivir seguía siendo lo hechizado, el asombro del día ante la noche, de la noche ante la claridad del día, de la palabra decidora o el silencio cordial cuando la palabra sobra por interferente y limitada. Nos gustaban los días, las horas y los espacios en blanco bajo el cielo ocultador […] Las mujeres de trenza y las mujeres sin trenza, y las de sonrisa callada en el momento de la indecisión; nos gustaban las cosas humildes, el paisaje y los rincones para el vino […] Nos gustaban los compañeros de frase vecina, de apretón de manos sin temblor, cálida y abierta en su manera de cerrarse. Nos gustaba la mirada del niño y el hocico de los animales, el río y el árbol, la oscuridad, la poesía, los caminos. (Escobar, 1997, p. 64; Mejía V., 1985, p. 127)
La fuerza plástica en las descripciones en La tierra éramos nosotros, tal como lo percibió Eddy Torres, deriva de un joven curioso y observador atento que se ha nutrido y absorbido el paisaje, el clima, la atmósfera, el ambiente geográfico sorprendente del suroeste antioqueño, al igual que el alma de sus gentes, sus hábitos y tradiciones. Asimismo, hay en él un conocimiento del perfil, dimensión, matiz y color de las cosas aprendidas por el joven Mejía al lado de su madre Rosana y de Jesusita Vallejo, dibujantes, ceramistas, pintoras expertas, para quienes el mundo era un paisaje para recrear y representar. Este viejo oficio de darle movimiento y plasmar los diversos matices de la realidad y el espíritu que se esconden detrás de la materia viva, es decantado por Mejía gracias a sus estudios en Bellas Artes, previos al primer ejercicio serio con la literatura. En esa institución y en medio de artistas amigos y profesores, descubre que trabajar con materiales como el mármol, la piedra, la madera:
Da la sensación de permanencia. Uno se siente como un pequeño creador que puede cambiar las cosas. Los aztecas y los mayas decían que todas las cosas son creación de un artista superior al hombre, y cuando tomaban una piedra la modificaban, pero respetando la forma que ya tenía, porque era un atrevimiento reformar lo que ya había sido hecho por un artista. El primer contacto con el material artístico da una sensación muy rara. Uno hace una escultura y siente que está situado en el tiempo y en el espacio; en la pintura no lo sucede lo mismo […] Soy partidario de que todos los sentidos intervengan en la obra. Esa es la crítica que yo hago a los que escriben en el Taller literario, o a los escritores conocidos que me enseñan sus originales. Yo les digo que solo dos o tres sentidos intervienen en sus obras. Raras veces se siente la luz o el sonido, o un medio tono que es muy importante. Raras veces hay actos que son mecánicos pero importantes, por ejemplo, la manera como se fuma. Por ejemplo, cuando un tipo camina, yo puedo contar que el tipo salió de la cantina y llegó hasta la esquina sin necesidad de describir el camino, pero seguramente el tipo vio una tapita en el suelo y le dio una patada. Entonces describir esa patada a la tapa y el sonido que produce, son tan importantes como la llegada a la esquina. Lo significativo no es a dónde, sino el cómo se va. Yo me acostumbré a eso y le doy mucha importancia a los detalles aparentemente incompletos, de ahí que cuando pongo a hablar a un tipo y no lo acompaño con el ademán, con la forma como le sale el humo por la nariz, como se le mueve el bigote o los labios, o como mata el ojo o se soba la cabeza, siento que hago una cosa inconclusa, que no doy la imagen adecuada. (Escobar, 1997, pp. 178-180)
Coherente con este principio rector, no hay novela o relato en Mejía en los que no se ponga a funcionar en los personajes una enorme gestualidad, rasgos precisos y caracteres definidos. En СКАЧАТЬ