Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos. Augusto Escobar Mesa
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СКАЧАТЬ los elementos geoespaciales. Así, en cada texto puede observarse una peculiar plasticidad que define y singulariza su estilo. De ahí la tendencia a llevar al cine algunas de sus obras ante tal fuerza visual, escenificada por un autor que, antes que escritor, ha sido un atento observador y un acucioso dibujante con alma de artista y un espíritu sensible al más leve movimiento de los seres y las cosas.

      Tanto en La tierra éramos nosotros como en Al pie de la ciudad y los cuentos escritos entre 1946 y 1959 son, en este punto, parte de un largo aprendizaje en la reconstrucción de un escenario único, cerrado, mítico, plástico como es Tambo en El día señalado. La visión del medio natural en La tierra éramos es de tal plasticidad que pareciera la extensión de una composición pictórica, fotográfica o fílmica. Todo esto obedece a esa formación inicial aprendida de su madre y tía y ante todo de un paisaje espléndido que fue revelándole sus secretos, en tanto que él estuvo atento a apropiarse de esa sensibilidad a flor de piel. De ahí su convicción de que la enseñanza del dibujo debería ser obligatoria en las escuelas, porque aporta al individuo no solo otra dimensión, otra percepción de las cosas, sino porque actúa como un liberador de energía que exige concentración y hace olvidar el suceder exterior. También esa obligatoriedad debería extenderse a los escritores ya que el estudio del dibujo, según el mismo Mejía,

      Da una ley de las proporciones; si yo sé dibujar o pintar bien una silla, sé describir también las proporciones de esa silla. Lessing dijo que la poesía es una pintura parlante, y la pintura es una poesía muda. De todos modos, se pueden ensayar muchas cosas: el ángulo desconocido de las cosas, a dónde tenemos que llevar la mirada para ver qué es lo que nos pasa. Es importante saber no solo de dónde venimos y para dónde vamos, sino también saber qué es lo que nos sacude y qué es lo que vale la pena querer u olvidar. (p. 241)

      Para Mejía, el arte se encuentra por doquier, solo basta despertar el ánima de las cosas para que sea posible. Eso sí, para este fin, se necesita una sensibilidad y esta debe animarse, mientras más temprano posible, mejor. En Mejía, la habilidad para dibujar se convierte en algo esencial que ejercita en la recreación de mundos reales y fabulados como Tambo o Balandú, que le acompañan fielmente durante más de cincuenta años de escritura. Esa habilidad, dice: «me ha dado una cierta armonía, una cierta proporción de las cosas» (p. 179). La formación en la Escuela de Bellas Artes de Medellín era exigente y había que estar atento para captar del mundo exterior el ángulo de las cosas, la perspectiva, la luz y los detalles, así como la gestualidad auténtica de las personas, exigencias a las cuales Mejía fue fiel. El día señalado es uno de sus mejores testimonios de este aprendizaje, así lo confiesa: «entonces eso que fue naciendo de la observación y del estudio de las bellas artes, me fue educando la retina para la plasticidad de los personajes que yo les imprimo en mis obras» (p. 180)57.

      La historia de La tierra éramos nosotros comenzó cuando la madre de Mejía encontró los manuscritos guardados en un escritorio y decidió consultarle a su cuñado José Manuel Mora Vásquez, que era un conocedor de asuntos literarios y había sido un miembro del grupo literario Los Panida. Los comentarios positivos de este motivaron a doña Rosana a invertir sus ahorros en la publicación, porque tenía gran confianza en la capacidad narrativa de su hijo, demostrada ya antes con el estilo de las cartas enviadas a su madre desde Medellín, y cuando había servido de mensajero amoroso entre campesinos, en sus tiempos de Jardín.

      En una entrevista a la madre de Mejía con motivo del Premio Nadal, cuenta esta que cuando su hijo cursaba cuarto bachillerato en la Bolivariana escribió La tierra éramos nosotros, «pero sus dotes no eran conocidas sino en el campo de la pintura y de la escultura; tenía entonces veinte años» (Mora, 1964. Arch.*). La novela fue publicada en diciembre de 1945, bajo el sello editorial de su amigo Balmore Álvarez58, con 229 páginas, diseño de portada de Mejía y un valor de 1,80 pesos59. La tierra éramos nosotros es una obra significativa en la producción literaria de Mejía por varios aspectos: primero, es su ópera prima y está escrita con transparencia, ingenuidad y autenticidad. Segundo, es una novela autobiográfica basada en los recuerdos de infancia y adolescencia, y también biográfica sobre aspectos de su familia, personajes del lugar y la época y del paisaje de Jardín y el suroeste antioqueño. Tercero, es una novela precoz y fundacional, escrita a una temprana edad en la que apenas si se tiene una percepción de la realidad inmediata y muestra ya una visión del mundo que trasciende el marco rural y pueblerino en el que se desenvuelve la historia de la novela. Cuarto, sorprende que alguien que apenas despierta a la vida adulta pueda abordar temas como la vida y la muerte, el tiempo, la perennidad y fugacidad de las cosas, el amor y el olvido y otros asuntos de manera tan reflexiva y con distancia como pocos pueden hacerlo a esa edad. Quinto, es una novela emocional, espontánea y sin ínfula ni impostura alguna, construida con palabras dichas con verdad. Sexto, con La tierra éramos nosotros, Mejía inaugura buena parte de las temáticas que desarrollará a profundidad en otros textos posteriores y que en esta se encuentran como acertadas intuiciones.

      Iniciada su escritura a los veinte años, La tierra éramos nosotros relata la llegada del joven protagonista a su pueblo, que se supone sea Jardín, y luego a la hacienda. Está de nuevo de regreso al lugar y no permanecerá mucho tiempo, porque ya nada le pertenece a la familia. Desde su llegada, comienza a mostrar cómo es el lugar, los personajes populares que se distinguen en el pueblo y los que han hecho historia en el lugar: arrieros, guapos, músicos y, en la hacienda: administradores, trabajadores, empleados de confianza, serenateros, contadores de historias, mujeres de la cocina, enamorados y muchachas, como la hermosa Morena, que alegraron la vida del joven Bernardo60. Como si fuera una cámara, el narrador va describiendo los muchos y diversos paisajes, su vegetación maravillosa, los atardeceres y amaneceres, las tormentas que arrasan con la naturaleza, las viviendas, los animales y la vida en su natural discurrir y, de nuevo, el irrevocable renacer de lo natural. Recuerda, igualmente, los tiempos de cultivo y de cosechas, las noches al lado de la lumbre mientras unos cantan y otros improvisan historias de personajes legendarios, de fantasmas y de lugares maravillosos. También se habla de los momentos especiales de la familia, como la Navidad y fin de año, de la educación de los hijos del patrón y la convivencia de estos con los hijos de los trabajadores.

      En fin, el protagonista va dando cuenta de los muchos momentos especiales de su infancia y comienzos de la adolescencia en medio de un mundo rural singular, único y casi paradisíaco que ya no existe, porque es apenas una sombra de lo que era. Por eso siente un profundo desarraigo de haber perdido ese mundo. Ahora, a los veinte años, es un ser errante que busca caminos en el horizonte que no se dibujan todavía, solo en sueños, porque como afirma Bernardo,

      Se va perdiendo el campesino que en mí había para dar rienda suelta al eterno yo insondado. ¿Qué fue de todo lo que pude haber sido? ¿Qué de mis ansias de grandeza y del amor ideal y de la vida muelle entre la gloria? Quienes esperaron de mí, quienes esperan ¿estaban equivocados? Saldré de estas breñas cuyos campesinos me enseñaron a querer. Pero ¿para dónde?, ¿para qué? La tierra que por tantos lustros fue de la familia quedará en manos profanas. Han aislado nuestras vidas […] Siento remordimiento y no sé de qué. Me veo hecho un criminal. Me he matado a mí mismo. Se revuelcan las ideas en palabras inconclusas […] Soy una sombra, una sombra negra. Me iré solo. Soy una sombra… (TEN, pp. 207, 208, 209)

      Dos hechos reales motivaron la aparición de La tierra éramos nosotros: uno real y otro ficcional. El primero fue consecuencia del embargo de la finca en la que Mejía pasó su infancia y pubertad. Era un problema legal de entrega de una parte de la propiedad que afectó mucho al padre y a toda la familia, pero en particular al joven Mejía, porque la pérdida de aquel bucólico espacio sería irremediable. Según lo sugiere Mejía en algún momento, la venta de la hacienda no se debe a deudas directas del padre, sino a que este había servido de fiador a otras personas que no respondieron a la palabra empeñada, y su padre sí lo СКАЧАТЬ