Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos. Augusto Escobar Mesa
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СКАЧАТЬ pone en boca de su abuelo: «mi nieto hará época como este huracán que se avecina» (p. 22). Frase premonitoria porque avizora el futuro prometedor del escritor.

      En esta parte inicial de la biografía, las referencias frecuentes a La tierra éramos nosotros obedecen justo al carácter autobiográfico de la misma, tal como el mismo escritor lo reconoce. La casa de la gran hacienda ubicada en la zona rural de Jardín tiene la particularidad de que allí el sol salía tarde y se ocultaba temprano, por estar ubicada en un pequeño valle rodeada por altas montañas. Es un paisaje singular que despierta una gran sensibilidad en el niño y luego en el adolescente por su clima, paisaje espectacular y el riesgo de que en el momento menos esperado las lluvias de las altas montañas se vengan abajo con la fuerza de un ciclón, que arrastra todo a su paso. Desde niño, Mejía (1990) se acostumbró «a vivir en peligro», atento «al paso de los días y a la llegada de las noches, casi siempre con inmensas tempestades en el cielo» (p. 75). Al contemplar aquellos parajes abruptos, estrechos y viriles que parecían despeñarse a cada momento, el joven Mejía experimentaba, a la vez que temor y provocación, placer constante. Así describe su ánimo a los 20 años: «un algo indescifrable invade al hombre de estas tierras que lo retan permanentemente. Y el habitante acepta el desafío, y comienza entonces la lucha que nunca acaba» (TEN, p. 51). Este reto se convertirá en decálogo de vida, motivo de interrogación permanente y razón de ser en el mundo. Recién pasada la adolescencia, Mejía describía uno de esos ríos que bajan de las montañas labrando su cauce. Lo hizo con una tal plasticidad como si estuviera dibujando el movimiento de la naturaleza, anunciando el dibujante que sería luego:

      A lado y lado del río se alzan enormes moles con rocas superpuestas que dan la impresión de murallas construidas por los indios. Amplias grietas se interponen entre roca y roca por donde asoman plantas que florecen de rojo. Musgos, palmas, helechos y enredaderas se aferran de piedras y arbustos. Los cactus, espectros solitarios en continua súplica, extienden sus brazos orantes […] Las hondonadas ribereñas parecen cavernas que labrara el río en su desesperado buscar el Cauca de aguas turbias [… que] choca con los barrancos que no pueden acostumbrarse a su empuje […] Poco más abajo, con escándalo de loco, se mete por lo más hondo de la encrucijada bregando por partir en dos la tierra. (TEN, p. 48)

      Esas cañadas azarosas llenas de abismos y ríos encuevados entre las cordilleras andinas eran propicias para incitar su imaginación y la de los cantores populares que nutrirán a la vez la suya. El asomo de espantos y almas solitarias, de seres desolados y sufrientes, se convirtió en motivo predilecto en los cuentos y narraciones de los narradores populares que impactaron al niño y adolescente Mejía, que habría de convertirlos luego en literatura. Hasta su viaje a Medellín a finales de los años treinta, las tradiciones populares de ambientes campesinos y pueblerinos, incluso en las barriadas de Medellín —el barrio Guayaquil en particular—, serían parte del nutrimento básico en su formación de escritor. La rica tradición del folclor antioqueño está plagada de fantasmas complacientes o atemorizantes, los mismos que salen por encima de los techos, en los callejones, debajo de los puentes, en los recodos de los caminos, y se llenan de nombres según los vicios o virtudes que los acompañan.

      La formación personal inicial de Mejía tuvo las características de los hombres del campo: espontaneidad, observación aguda, profunda sensibilidad por el medio natural, oído atento al universo y sabiduría coloquial; además, se agrega lo heredado de su propia familia: autonomía, pensamiento liberal, entereza, curiosidad por el conocimiento, amor a las artes y a los libros. A la casa de los Mejía Vallejo llegaba a menudo la prensa y también los libros y la música. Una de las primeras vitrolas de la región se escuchó en la hacienda Pipintá. En las festividades, los sainetes y otro tipo de representaciones invadían los amplios espacios de la casa, que se convertían en escenarios propicios para el vuelo de la imaginación, que Mejía, mucho más tarde, volvería relato y poesía (Escobar, 1997, pp. 96-107).

      Según el escritor Javier Echeverri30, gran parte de la obra de Vargas Vila, escritor prohibido por la Iglesia, estaba en las bibliotecas de los abuelos de Mejía; también, obras de muchos otros escritores de todas partes, algunas de las cuales circulaban de modo clandestino31. El afán de autonomía fue recibido por el joven Mejía de un padre que sería siempre una imagen significativa resaltada en pasajes de ciertos textos, particularmente, en TEN y en algunos personajes como el cura Barrios y el Hombre en El día señalado32, y en Efrén Herreros, en La casa de las dos palmas. El espíritu de Mejía, además de estar abierto al mundo, mostraba el empuje y coraje de sus abuelos colonizadores que no escatimaron esfuerzo alguno para ir fundando pequeños pueblos en las cordilleras y al borde los de los ríos, fondas y empresas a la vera de los caminos. Ese espíritu fundador que exhibe el ímpetu de una cultura es lo que se llamó en su momento el «regionalismo antioqueño»,

      Que ha sido mucho más que una actitud irracional de preponderancia política frente a otras partes del país. En contraste con la ausencia que se notó en Colombia de una madura conciencia nacional en lo económico, en lo político y en lo cultural, los antioqueños han desarrollado una gran conciencia de soberanía sobre sus propios recursos económicos, un gran sentido de independencia política y una enfática identificación con sus valores culturales, con sus tradiciones auténticas y con sus símbolos. (Escobar, 1997, p. 158)

      A pesar de lo numerosa que era la familia, los Mejía Vallejo mantuvieron una estrecha unidad y participaron en las diversas actividades cotidianas de la casa y del campo bajo el dominio amable, ecuánime y a la vez riguroso de un padre que no prodigaba mimos a sus hijos porque eso, según su opinión, los debilitaba para la dura vida que les esperaba. Esa cierta dureza, afirma Mejía: «nos dio una fortaleza de carácter a todos» (p. 158). «Don Mejía», como llamaban al padre, enviaba a sus hijos a caballo, cuando eran apenas niños, por el correo o el periódico o por cualquier asunto al pueblo distante, al que se llegaba por trochas enmontadas, con la convicción de que volverían sanos y salvos. El padre les asignaba a todos los miembros de la familia faenas como recolectar los frutos de temporada, cuidar los animales, en especial los potros, participar en la roza y sembradíos. Así aprendieron las tareas del campo al lado de los peones de la hacienda, que eran muchos, sin discriminación alguna. Al respecto afirma Mejía:

      Todos fuimos creciendo al influjo de las voces familiares y de las canciones de cuna; entre gentes sin complicaciones, rústicas, que eran nuestros iguales […] Aprendimos otros caminos entre el boscaje, descubrimos frutos de sabores ignorados. Ya íbamos conociendo la vida […] Pero aun, unidos, vivíamos vidas iguales. (TEN, pp. 45, 46)

      Igual que su padre, sus abuelos y bisabuelos tenían el perfil de personajes legendarios, colonizadores, aventureros, temerarios. «Don Vallejo», como llamaban al abuelo materno, fue un personaje reconocido en la región por su espíritu aventurero y «hombre culto y servicial de los amigos; su orgullo equivalía a su dignidad, aunque entendido de especial manera». «Su debilidad fueron las mujeres» y esto le hizo perder en parte su espíritu, mas no su «impulso emprendedor» (TEN, p. 27). De igual estirpe fue el bisabuelo que, en la opinión de Mejía,

      Fue uno de los más tenaces colonizadores de estas tierras. Abrió caminos, tumbó montes, venció grandes obstáculos. Los indios que se adoptaron al nuevo régimen de vida lo llevaban en hombros hasta la casa que ochenta años atrás [hacia 1865] construyó en la ribera […] Esta tierra virgen fue cediendo a la civilización. En vez de pajarracos silvestres se vieron animales domésticos. Había ya un principio, pero aún faltaba mucho. Fue entonces cuando llegó mi abuelo, decidido a toda clase de trabajos y empresas […] Y puso en práctica su proyecto luego de una lucha titánica. (TEN, pp. 48, 49)

      Pero, además de las fuentes nutricias observadas, ¿de dónde más proviene todo esa caudal elemental e intenso de imágenes de la naturaleza, esos sentimientos por una arcadia y paraíso perdido?; ¿de dónde tanta habilidad СКАЧАТЬ