Название: Sesenta semanas en el trópico
Автор: Antonio Escohotado
Издательство: Bookwire
Жанр: Путеводители
isbn: 9788494862250
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15/9
Fuimos al único mercado propiamente tal de esta pequeña isla, que se encuentra en su centro administrativo, Nathon, un pueblo con dos mil habitantes a lo sumo. Sus playas son tan planas que la bajamar descubre medio kilómetro o algo más de arrecife arenoso, disuadiendo a hoteleros y turistas de instalarse por allí. Hay a cambio varios bancos, la oficina de inmigración, el juzgado, la cárcel y el cuartel general de policía. También un par de farmacias, dos o tres tiendas tolerables de ropa y telas, varias barberías, una decena de (malos) restaurantes —incluyendo uno que fue de españoles, y todavía ofrece tortilla de patata frita en aceite de coco—, un conato de librería que trabaja con volúmenes usados y regenta un misionero irlandés anciano y casado con una thai, dos docenas de joyerías insultantemente estafatorias, desprovistas de cualquier piedra preciosa auténtica, un astroso Nathon Palace para mochileros desorientados (que perdieron el ferry a Koh Phangan, Koh Tao o el archipiélago donde fue rodada La playa, con Di Caprio de estrella), la estafeta de correos y la compañía telefónica. Dos veces me han cortado la línea por impago, sin comerlo ni beberlo. Mandan la quincenal factura en thai, la familia de Sathien no me traduce esa misiva y a los tres días sucumbe mi nexo con el mundo vía Internet.
El mercado de Nathon se parece arquitectónicamente al de Ibiza, por ejemplo, ya que es un paralelogramo cuya bóveda se arma con vigas de madera, sostenido el perímetro por columnas de obra. Cada lado tendrá cuarenta o cincuenta metros. Pero el mercado de Ibiza se limita a frutas y verduras, con algún puesto dedicado a salazones y legumbres hervidas, mientras en Nathon hay también carne, marisco y pescado. La carne es pollo y búfalo local; el marisco son almejas diminutas, langostinos, cangrejos y bebés de langosta. El lado que da a la calle principal corre paralelo a una cañería, cuyos amplios sumideros alivian la presión en caso de chaparrones súbitos y diluvios. Si superamos ese shock olfativo y visual surge un espacio abigarrado por lo diminuto de cada puesto y el exotismo de sus productos. Uno entre cada cinco artículos es reconocible. Veníamos buscando los ingredientes para hacer gazpacho y pisto, pero no hay rastro de pimiento o calabacín, y los tomates son todos verdes. El pescado —tiburón, arenques rojos y blancos, dorado y barracuda— se refresca con algunos cubitos de hielo, poca cosa para 30 grados y un 98,5 % de humedad ambiente. Algo más allá cuartos de búfalo cuelgan de grandes ganchos, empanados por una costra de moscas y avispas.
Tras recorrer la lonja con cierto detenimiento, no diviso cámaras refrigeradoras. Sólo he visto neveras industriales en pequeños súpers de los caminos (donde se juntan pollos con palitos de merluza y sorbetes), y prometo no volver a pisar el mercado de Nathon. Adiós al segundo par de alpargatas, cuyo esparto topó con su resbaladizo suelo.
20/9
Horas después de cenar en el Eddie's, donde hacen una pasable cocina local, ensayamos dos drogas de diseño. Ellos una pequeña dosis de 2-CT7, regalo de Shulgin cuando nos vimos la última vez, y yo MDA en una dosis prudente (100 mg). Pero ni la dosis de ellos ni la mía —que debió completarse 'con cafeína— daban para despegar, con lo cual acabamos comprendiendo que no habría viaje en sentido estricto, sino un amable simulacro de lo que Jünger llama «acercamiento». Paseamos semidesnudos por el jardín, refrescados por una fina lluvia; yo rodé como una croqueta sobre la hierba (para probar que no había allí bichos molestos, como temían mis amigos), y los mosquitos ni nos rozaron.
Tras recogernos dentro, porque en la terraza sí comenzaron a zumbar, lo que teníamos sobre la mesa era Le Monde Diplomatique, levemente tocado por irradiaciones visionarias. Ahí estaba la forma actualizada del Komintern, que en vez de internacionalismo proletario preconiza una estrategia antiglobalización. I. Ramonet, su director, es un veterano militante anticapitalista que fundó con otros colegas el colectivo ATTAC, una asociación orientada a aprobar internacionalmente cierta tarifa sobre movimientos especulativos. Se trata de la tasa llamada Tobin —cuya viabilidad estudió James Tobin, premio Nobel de Economía hace décadas—, si bien Guillermo bucea en Internet y encontramos de inmediato una entrevista concedida por Tobin a Der Spiegel, donde lamenta la desinformación que llevó a instrumentalizar su criatura. Según él, el mundo ha cambiado demasiado para que su antigua propuesta sea viable sin graves inconvenientes, y menos aún en los términos preconizados por ATTAC. Ante todo, le parece «anacrónico» que se esgrima como caballo de batalla contra el capitalismo transnacional un medio diseñado para amortiguar sus periódicas crisis.
Pero anacronismo es quizás lo que aqueja primariamente al antiglobal, cuya oposición al librecambismo coincide en la práctica con intereses de multinacionales como las de alimentación, favorecidas de manera extraordinaria por aranceles que gravan la exportación agrícola de países poco desarrollados. Una amarga ironía es que su anticapitalismo coincida con la política comercial de Carrefour y United Fruit, por ejemplo. Las multinacionales son para ATTAC el corazón del mal contemporáneo, aunque sólo se sostengan gracias a la buena gestión de cierto patrimonio inicial (en otro caso quiebran o cambian de manos), y aunque den empleo a cientos de millones de personas. Por razones no bien explicadas, parece que las empresas deben ser locales, o cuando mucho nacionales. Si su eficiencia les permite ampliar mercado pasan de simples comercios a enemigos del género humano.
21/9
Causas de la pobreza y la riqueza. Darle vueltas al tema del año sabático —al fin y al cabo una simple formalidad administrativa— puede considerarse un antídoto para la zozobra del ánimo. Pero me mueve también la ambición de encontrar razones y datos útiles para los jóvenes. Formados desde la primera infancia por pantallas de televisión, y cada vez menos leídos (por no decir que analfabetos funcionales), necesitan un concepto tan distante como sea posible del conformismo y el sectarismo. Si pusiese mis vísceras a la vista exclamaría: Sed revolucionarios sin preconizar incoherencias, afanaos en cualquier revolución que no sea regresiva; reconoced la espontaneidad de la naturaleza, y confiad en la libertad humana como cauce primario para mejorar nuestra suerte. Mucho mejor que confiaros a tutelas dirigistas, delegando vuestra responsabilidad en timoneles mesiánicos, defended unas reglas de juego que creen libertad en vez de recortarla.
Las declaraciones enfáticas se exponen en cursiva. Aunque no sea conservador, ni en el pasado lo fuese, debo reconocer que la mayoría de mis ideas revolucionarias concretas (cambiar radicalmente esto o lo otro, de tal o cual manera) acabaron revelándose triviales o desinformadas. Sólo una suma de tiempo bastante y buena fe enseñan en qué medida la pretensión de retroceder hasta el principio, transformando de arriba abajo tal o cual resultado evolutivo, delata algún sesgo simplista. Pero esto no habilita para ignorar las posibilidades incumplidas por cada presente. Al contrario, quien venere la conservación vivirá entre el pavor y la ceguera. Liberal, libertario, ácrata, anarcocapitalista, revolucionario sin insensatez o crueldad... Hay muchas palabras para quienes prefieren ir con la evolución a frenarla por motivos pusilánimes, o inventársela a sangre y fuego como si fuesen demiurgos. Hayek atribuye a esta actitud «afición por lo vivo y natural, amor a todo lo que sea desarrollo libre y espontáneo». He ahí un talante no reñido con la prudencia que siempre inspira cultivar el conocimiento. Y he ahí algo transmisible a las nuevas generaciones.
El joven es capaz de plantearse qué hacer, e incluso de ponerse a hacerlo, porque sólo él dispone de aquella flexibilidad necesaria para iniciar e interrumpir. Lo activo predomina en él sobre lo contemplativo, condicionando cierto déficit de lucidez compensado por un superávit de ímpetu. A diferencia de adultos y viejos, que fingen con mayor o menor amabilidad escuchar, el joven escucha. Le va la vida en ello, porque ignora a menudo hacia dónde ir. Entre los quince y los veinte años ¿no hemos pasado todos por maratonianas conversaciones con los amigos, descubriendo lecturas, creencias y proyectos? Fue entonces cuando decidimos ser tal o cual cosa, aunque la herencia inclinase sutilmente los dados de cada apuesta.
22/9
Un conato СКАЧАТЬ