Sesenta semanas en el trópico. Antonio Escohotado
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Название: Sesenta semanas en el trópico

Автор: Antonio Escohotado

Издательство: Bookwire

Жанр: Путеводители

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isbn: 9788494862250

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СКАЧАТЬ extremo de una playa poco convexa, con una franja de arena variable según las mareas aunque estrecha, que se hunde rápidamente al entrar en contacto con el agua. No habrá ni dos metros haciendo pie, y una brisa sostenida encrespa sus oscuras aguas. Dejo la moto o coche alquilados muy cerca, me doy un chapuzón largo, nadando con toda la energía disponible, y recobro fuerzas con unos anacardos thai style. Como se sirven rehogados en aceite (por desgracia de coco), lo habitual es acompañarlos con un platillo de cebolleta y chile muy picados, que a veces se incorpora al plato. Pido que sirvan estos ingredientes aparte, para no padecer excesos de chile. Y si la cantidad de cebolleta es suficiente, cada cucharada de fruto seco resulta deliciosa.

      El bar tiene una terraza que da al mar. Mirando hacia la izquierda hay dos o tres kilómetros de playa, jalonada por palmeras y almendros. El sol ya no toca esa zona, sino que se concentra en lo que hay mirando al frente: la abrupta y selvática mole de Koh Phangan. Embarcaciones de vela y motor surcan el estrecho. Llevo algunas tardes viniendo con un libro, el spray antimosquitos y una muda de bañador. A última hora, dado el pintoresco servicio del sitio (donde coexisten un teléfono de ducha para quitarse el agua salada con dos urinarios), suelo optar por enrollarme un pareo. El crepúsculo dura poco, de manera que cuando la lectura empieza a ser sabrosa se sume en tinieblas. Unos escasos foráneos —alguna pareja de mujeres, familias con niños, mochileros que van o vienen de Koh Phangan, robustos submarinistas de dos escuelas próximas— forman la clientela. Guisar está a cargo de mujeres, pero el servicio de mesas se lo rotan dos travestis que nunca aparecen con atuendo y maquillaje femenino. Son varones vestidos de varones, aunque eso mismo les haga más anómalos. El hecho de no disfrazar su vocación —«arreglándose» femenina o masculinamente— indica hasta qué punto son normales para el resto de los thai. Por lo demás, resultan atentos e inusualmente eficaces a la hora de cumplir comandas, algo que suele atragantarse a casi todos los camareros de sitios baratos, e incluso caros. Al tercer día me preguntan de entrada:

      —Fried cashewnuts with a glass, one beer and one lemonade?

      Al cuarto día dan ya a la clara su nombre inglés.

      —Fried cashewnuts and shandy, I suppose.

      23/9

      Análogo al exceso de semillas que produce cualquier planta enferma, suele suceder que más miseria produzca más fertilidad, más fertilidad produzca más bocas y más bocas agraven el hambre. Ese círculo vicioso se encona allí donde los asolados por sequías elevan oraciones a alguna deidad en vez de ponerse a construir aljibes, olvidando que su primer deber es la autoayuda. Por contrapartida, el rendimiento del trabajo crece en sociedades llamadas al pluralismo y al cambio. Entendámonos: en grupos donde márgenes cada vez más amplios de libertad política y religiosa coinciden con formas cada vez más acusadas de libertad sustancial, que básicamente decide sobre cónyuge, empleo y residencia, sin perjuicio de cambiar cuantas veces quiera de cónyuge, empleo y residencia.

      Le Monde Diplomatique lamenta que «nadie defienda a los pobres a escala planetaria, salvo la caridad internacional o las ONG». Pero la virtud de ayudar al pobre no debería confundirse con una defensa de la pobreza como virtud, pues en vez de reducir la miseria promueve un engranaje —progresivamente corrupto— de organizaciones dedicadas a exprimir el evangelio victimista. ¿Hasta cuándo se seguirá considerando humanitario vituperar la riqueza, mientras prácticamente todos los humanos tratan de ser ricos? Sostener que viene de «explotar» la pobreza es parcialidad, cuando puede decirse —con el sesgo inverso— que sin ricos los pobres morirían mucho antes, y mucho más pobres. Nuestra prosperidad actual tiene su origen más bien en constituciones libres, que al asegurar iniciativa individual y derecho de propiedad crearon el marco para una sostenida división y subdivisión del trabajo. Dividir el trabajo es cooperación, frente a una alternativa jerárquica de castas y subcastas. A la vez que prolonga los procesos fabriles multiplica su productividad. En eso consiste la acumulación capitalista, si se compara con la sangría de recursos provocada por sistemas cuyo principio no es la eficiencia.

      De ahí que lo privado sea tan «social» como lo público. La tarea del pensamiento crítico en este orden de cosas será distinguir entre lo miserable de ciertas culturas (como las dominadas por inmoralismo familista, o por alguna raíz fanática) y culturas de lo miserable (como grupos singularmente ajenos a hábitos de laboriosidad y previsión, o la propia ideología victimista). Si preguntamos cuál ha sido el efecto de reprimir la heterogeneidad, rasando las desigualdades originarias y adquiridas, toparemos con otra evidencia jeffersoniana: «hacer de una mitad del mundo estúpidos, y de la otra mitad hipócritas; apoyar la bellaquería y el error sobre toda la tierra».

      28/9

      Sathien, el jardinero, habita una desangelada casa junto a la única carretera de asfalto que tiene Samui, a unos ciento cincuenta metros de donde vivo. De voz muy grave y gesto serio, me inspiró confianza desde el primer momento, a pesar de que apenas entiende inglés. Quizá para tranquilizarnos, las primeras semanas hacía una ronda todas las noches, con linterna y una perrita vivaracha que parece condenada a criar o estar embarazada. Temiendo la codicia de compatriotas, me recomendó cerrar las cristaleras de la villa en todo momento, incluso estando allí, cosa muy incómoda con el calor reinante casi a cualquier hora. Para poder evitarlo —sin sufrir el asalto de la hembra Anopheles, otros insectos y varios ofidios— tengo grandes contrapuertas de tela mosquitera. Pero él ha abandonado su ronda hace al menos una semana, y como no se le encuentra por ninguna parte me veo obligado a recalar en su casa para todo tipo de pequeñas cosas. Si no topo allí con Honi, la única relativamente políglota, debo habérmelas con su esposa, otras hijas y varios conocidos que sólo manejan bien un dialecto de Chiang Rai, la provincia norteña de donde vinieron todos.

      Fue extremadamente difícil, por ejemplo, conseguir que cortaran una rama de palmera muy incómoda para entrar y salir de casa, e imposible saber por qué la madre y sus hijas temen venir de noche con un recado u otro. Caso de ser inevitable —porque llama el propietario alemán, o porque el antenista ha dicho que vendrá mañana a las diez— se hacen acompañar siempre por algún varón, que las espera fuera con una linterna, aunque las tres villas y su pequeño parque estén bastante bien iluminados. Más de un día he sorprendido a la madre bañándose en un barreño —totalmente vestida, como se bañan aquí las mujeres—, y aparte de amabilísimas sonrisas no pudimos cruzar una sola palabra inteligible para ambos. Apenas tendrá cuarenta años, si los tiene, aunque su aspecto corresponde a bien entrados los sesenta si se compara con mujeres occidentales. Otras veces la encuentro guisando cosas raras, como un oso hormiguero o lagartos.

      La jornada del 2-CT7 y la MDA dudamos de nuestra percepción cuando Guillermo divisó algo parecido a un arquero apostado en perfecta inmovilidad junto al estanque, bien entrada ya la noche. Yo me había quitado las sempiternas gafas bifocales —viajar casi siempre me inspira la ilusión de no necesitarlas—, y veía en esa dirección toda suerte de objetos salvo un arquero. De modo que nos fuimos acercando muy sigilosamente, hasta que ese movimiento hizo ponerse en pie a un joven, en cuyo rostro se dibujaba la infaltable sonrisa thai sobre un gesto de gran nerviosismo. Tenía en la mano una especie de tirachinas de proyectil recobrable, como un pequeño arpón, que le había permitido cazar una corpulenta rana. Otro día vi a una de las hijas de Sathien capturar pececillos en el estanque. Honi me contó que comen lo uno y lo otro, pero no se me alcanza cómo cocinar peces con un tamaño inferior al de los chanquetes. Incapaz de averiguar si esas magras capturas están destinadas a hacerse rebozadas —llenando a lo sumo una tacita de café—, o para dar sabor a un microcaldo, me quedo con la impresión de que va oran excepcionalmente la carne, terrestre o acuática, quizás para romper la monotonía del apelmazado arroz con gluten que vertebra su dieta.

      1/10

      La hierba se terminó. Un profesor inglés de buceo, con quien contacto por casualidad, me habla de un vendedor a quien llamaré Tong, que atiende en Chaweng por las noches. Es una excelente ocasión para inspeccionar la vida golfa de esta isla, sobre todo porque СКАЧАТЬ