Название: Sesenta semanas en el trópico
Автор: Antonio Escohotado
Издательство: Bookwire
Жанр: Путеводители
isbn: 9788494862250
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Hacia las once de la noche el bar XTC hierve de mujeres, aunque ni tan jóvenes ni tan joviales como habíamos entrevisto. Contempladas de cerca, hay dos o tres muchachas pasables tras la barra —todas ellas recatadas camareras— y una docena larga de busconas sin el menor atributo venusino, a quienes sería difícil encontrar cliente en una whiskería de Tarancón. Previa copa, las escasísimas agraciadas ofrecen jugar partidas de tres en raya, empleando al efecto dos tablillas paralelas de madera con sus agujeros laterales. De modo que seguimos andando por la calle mayor, donde acabamos frente a un establecimiento de travestis dedicados a representar cabaret. No habiendo paredes ni por eso mismo entrada, mirábamos unos instantes desde la acera cuando uno de ellos nos invitó a consumir o dejar de mirar. Lo tomamos muy a mal, y reanudamos la marcha.
El centro del pueblo —que de aldea tailandesa no tiene una sola casa— es un sitio bastante simpático de música en directo, donde una banda desgrana temas de Jimmi Hendrix con ayuda de tantos decibelios como el propio Hendrix. Tocan bastante bien. Desde esa encrucijada parten dos estrechas callejas repletas de garitos y anglosajones achispados. Carteles anuncian en los bares partidos de la Premier League, el Calcio y hasta la Liga. Hay muchas más rameras —con la misma proporción de horrendas sobre vagamente admisibles—, freidurías dignas sólo de hambrientos terminales, algún restaurante con aspecto de atraco dinerario y estomacal por decoración moderna, bazares de ropa, relojes y artefactos electrónicos, un par de farmacias abiertas y muchas usureras casas de cambio, con el invariable cartel de no comission. Visto de cerca, el supuesto plan para solteros sin compromiso resulta todavía menos atractivo que en Bangkok; las damas no sólo no son agraciadas y vivaces, sino que destilan una mezcla de cansancio y rusticidad. Parecen trasplantadas desde aldeas perdidas a alguna barra, donde deben hablar inglés y confiar en otras posibilidades de las que, fundadamente, desconfían.
Un kilómetro largo nos separaba del bar donde encontraríamos a nuestro buceador inglés y a Tong. Como en esas películas del Oeste donde la calle mayor es también la única, Chaweng termina más allá de cada lado en negruras sembradas de charcos. Hacemos nuestro kilómetro cada vez menos sensibles a estímulos, pero la paranoia cunde tan pronto como vemos a nuestro dealer. Imagínese un hombre en la treintena, rapado al cero, de expresión carcelaria, que nunca mira a los ojos y ni siquiera gasta la habitual sonrisa thai. Se encuentra nervioso porque está recién salido de un «grave problema» con la policía, y deduzco que nunca vacilará en pagar como soplón ese tipo de deuda. A pesar de ello, el submarinista le avala, y sólo quiero pequeñas muestras de cada cosa. Pido tanto hierba como heroína y iabba, comandas que acepta con un rictus avinagrado en la boca, apuntando la vista al suelo. Por lo menos habla un poco de inglés, y tras decir algo a uno de los camareros pregunta si no tendremos pastillas de XTC. «Las pagaría bien, porque producen erecciones indomables.» Semejante disparate incrementa nuestra alarma, y mentimos diciendo que no tenemos ninguna. Poco después me hace signos el camarero, que en la cabina del disc jockey —a la vista de todos aunque aislados de oídos indiscretos— espeta: Ten una bolsa de hierba, no hay iabba y mira este caballo blanco, son quince gramos y sólo valen 300 dólares; la hierba serán 10. Le doy los diez, ruego que me entregue la hierba en los servicios y pido allí un gramo de caballo, uno solo, aunque sea pagando más en proporción. Serán entonces 30 dólares. Noto que me tiemblan las manos, por no mencionar las piernas. Vuelvo a la barra, y como algo me dice que todo es una trampa le endoso la pequeña bolsa de hierba a mi amigo, para no ir yo solo a la incalificable mazmorra local cuando reciba el narcótico. Poco después regresa el ayudante de Tong, que me hace pública entrega del gramo en un tubito de cristal con tapa de plástico, como los que contienen agujas de coser.
La ordalía estaba a punto de terminar. Nos despedimos con el gesto más desenvuelto que pudimos, y aplazamos el suspiro de alivio hasta comprobar que no éramos seguidos. La paranoia es una alerta que suele resultar muy útil mientras no sobrepase cierta medida, y dispare agresiones con la excusa de protegerse. No fue nuestro caso, sino que volvimos como héroes. El realismo vino después, cuando trasladado a una papela el famoso caballo blanco tailandés resultó ser la mitad de un gramo. Me juré por lo bajo no volver a comprar, y mucho menos a Tong. Pero el fármaco dio de sí para largas charlas.
8/10
Mis amigos se fueron y llegó Beatriz con nuestra hija, que tiene año y medio. Aquí viviremos abiertamente nuestro amor. Honi ayuda mucho con la pequeña, cuyo torbellino de vitalidad bien podría absorber los cuidados de un regimiento entero. Cuando la prole no va siendo devorada por algún Saturno, devora a sus progenitores hasta sumirles en márgenes letales o de estricta supervivencia. Nuestra pequeña, la emperatriz Claudia, tiene tan poca idea del peligro —y tanta ansia de atención— que la madre y el resto del mundo inmediato le deben pleitesía. Rango imperial delata su enorme ajuar en cualquier desplazamiento, aunque sea breve y a un sitio próximo. Por lo demás, come como una lima, duerme muy bien y resulta alegre (incluso sensata) para sus meses. Tengo mucha experiencia sobre bebés, aunque hasta ahora haya conseguido hurtarme bastante a su inflexible égida. Las nuevas generaciones de padres no lo tendrán tan cómodo, con madres económicamente independientes, aunque está naciendo por eso mismo un padre-madre que se hace cargo con gusto del trajín doméstico, mientras su compañera trabaja en el exterior.
13/10
Los bochornos de agosto y septiembre dieron paso a algunos días de clima espléndido, donde sol y lluvia alternaron armoniosamente. La atmósfera se tornó nítida, con grandes nubes algodonosas, las aguas del mar y de los torrentes son ahora traslúcidas. Hace dos días empezó a llover de manera sostenida, espaciando cada vez más los ratos de sol, y el estanque del jardín rebosó. Cierto terreno baldío, situado a unos pocos centenares de metros, se convirtió primero en un lago y luego, de la noche a la mañana, en un enorme campo de lotos.
El poema homérico sobre Odiseo menciona a lotófagos o comedores de lotos —según parece de la familia Ziziplus, cuyos carnosos frutos sirven para hacer panes y bebidas fermentadas—, atribuyendo a dichas plantas la responsabilidad de una incipiente plaga toxicómana. Felices o infelices, según se mire, los lotófagos caían a juicio de Homero y sus escoliastas en un semisueño o duermevela, que llevaba a consentirse la pereza. De ahí el término anglosajón lotusland, que (desde 1842, según el diccionario Webster's) denota un estado de satisfacción provocado por autoindulgencia. Lotolandia vendría a ser una Babia ambivalente y no bien localizada como la ibérica, que al parecer se encuentra en la provincia de León. Homero apenas proporciona apoyo para esa suposición de autoindulgencia, pues se limita a comentar que tres de sus hombres perdieron «todo gusto por volver y llegar con noticias al suelo paterno».6 Ulises les aplicó una desintoxicación en toda regla, atándolos bajo los bancos de la nave.
En Oriente los lotos están mucho mejor considerados. Además de presentarse como troquel para columnas, molduras, tapices, mandalas y otros elementos en innumerables estilos artísticos, su contenido religioso resulta notable. El trono de Brahma es un cáliz de Nelumbo nucifera, uno de los lotos más hermosos de la India, y en el budismo estas plantas simbolizan las etapas del conocimiento: sumergidas primero bajo el agua, llegadas luego a la superficie y finalmente abiertas sobre ella, marcan el camino desde la confusión a la diferenciación, y desde allí a la independencia.7 Entre los sutras o sagradas escrituras de la línea mahayana es muy antiguo y venerado el Loto de la Buena Ley (también de la Verdadera Doctrina), cuyos versos proclaman que el sufrimiento constituye una ilusión y el mundo un paraíso. Ese sutra no se conforma con emancipación y simple santidad. Ve en el fiel un Buda potencialmente perfecto que —ayudado por bodhissatvas— se descubrirá como presencia actual de un ser divino, cuya iluminación aconteció hace incontables eones. Muy otra cosa piensa el budismo hinayana o teravada («de los antepasados») hegemónico en todo el sur, para el СКАЧАТЬ