Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
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СКАЧАТЬ sufrimientos, para pedir al veneno o al puñal liberador el alivio final.

      […]

      En el futuro, la unión de los sexos deberá ser resultado de simpatías más amplias, mejor estudiadas, desde todos los puntos de vista posibles, sin intervención de ninguna voluntad ajena, sin el concurso de ninguna circunstancia determinante más que el libre albedrío, surgido, las más de las veces, de la ebullición de la sangre ardorosa por la exaltación de los sentidos.

      Señoras, tengo la desdicha –lo confieso para mi vergüenza de mujer sentimental–, tengo la desdicha de no creer en esos entusiasmos súbitos –por lo demás, tan poéticos– que del encuentro simultáneo de dos individuos hacen surgir un amor ardiente, muy impetuoso, irresistible, como del roce de dos guijarros surge una chispa vivaz. Tengo la desdicha de no creer en la espontaneidad de un sentimiento, en la irresistible ley de atracción de los espíritus. No pienso que un primer encuentro, una sola conversación puedan dar lugar a la certidumbre, la conciencia de un pensamiento, una sensación que seguirá siempre tal cual, siempre idéntica en todos sus aspectos. No es sino después de un largo y maduro examen, de una seria reflexión, que está permitido confesarse a una misma que, por fin, ¡ha encontrado a esa otra alma complemento de la suya propia, que podrá vivir su vida, pensar con su pensamiento propio, sentir con sus propios sentimientos, confundirse con aquella, darle y a la vez recibir impulso, goce y felicidad!

      Entonces, tal como hoy, el tiempo y el estudio nos revelarán la existencia de una simpatía más o menos amplia, más o menos fuerte, más o menos completa, base de cada amor. Habrá que conocerse, relacionarse, estudiarse, probarse durante un tiempo más o menos largo, con el riesgo de perderse en medio de sueños engañosos, de decepción en decepción, perseguir un vano fantasma, hijo de una imaginación delirante, forma inasible a la cual un prisma mentiroso ha dotado de colores falsos, con el riesgo de abrazar, en lugar de una realidad, apenas una sombra fugitiva que se disuelve y se desvanece al tocarla, que desaparece con la luz.

      Aceptar que, por desdicha, a veces habrá que confesarse que a fin de cuentas una se ha equivocado, que ha sido el juguete de aspectos falsos, de apariencias engañosas… Y, por último, señoras, apelo a su experiencia de mujer.

      […]

      Por la inequívoca necesidad providencial de una ley constante e invariable del progreso, la vida se formula incesantemente en todo el universo, bajo el doble aspecto de concepción y de ejecución, bajo la forma de espíritu y de materia.

      Comparen, analicen cada hecho, cada circunstancia, cada accidente; combinen, compongan de mil maneras cada uno de los seres de la humanidad, cada una de las porciones del universo, cada uno de los fragmentos del gran todo, y siempre llegarán a estos dos principios: espíritu y materia.

      Un espíritu que concibe, que ordena, una materia que ejecuta, que realiza. Esta es la única razón posible y comprensible de todas las obras, pues la concepción sería eternamente infecunda sin la ejecución. Y yo no podría concebir una ejecución posible sin una concepción previa.

      ¡Espíritu y materia! Es la gran fórmula, la razón última de todo lo que corresponde a la vida de DIOS, de DIOS, que crea sin cesar, porque sin cesar concibe, ejecuta, de DIOS, que es la soberana concepción, la soberana ejecución.

      En el total equilibrio, en la perfecta armonía de estos dos principios, tan necesarios, tan coexistentes de toda eternidad, es donde debemos buscar, debemos situar la ley futura de nuestra felicidad, de nuestro porvenir de liberación y de satisfacción; y por ello hoy sentimos, reclamamos la restitución de la carne azotada, torturada durante tantos siglos bajo la ley cristiana que consagraba la predominancia injusta de uno de los principios por sobre el otro.

      Y ha llegado el momento en que la carne debe ser reivindicada, en que la materia será una igual del espíritu, y no esclava suya, en que ya no más un principio se desarrollará en detrimento del otro, sino que cada uno realizará su acción con toda su fuerza, con toda su energía, con toda su santidad, ¡¡y así la vida retomará su curso uniforme, majestuoso, y completará, por todas las vías, su obra fecunda!! Y solo entonces, por fin, el hombre será la imagen de DIOS.

      Estas consideraciones abstractas eran indispensables para la comprensión de lo que me queda por decir. Llego finalmente a la solución del gran problema que nos ocupa:

      Del amor, de la unión de los sexos, debe en definitiva resultar, como de cualquier otra causa, una creación necesaria; en él, como en todas partes, los dos principios, espíritu y materia, deben desarrollar su acción simultánea; en él también siempre debe haber reivindicación. Nótese bien que no me quejo de que, hasta ahora, esa necesidad de realización no haya sido sentida, comprendida o satisfecha: por el contrario, incluso bajo el más absoluto imperio de la ley cristiana, los hombres más espiritualistas tomaron ampliamente las sendas de reproducción y de vida; en todo momento, hemos realizado, realizado mucho, y en esa cuestión nunca la humanidad ha temido que su desarrollo se detuviera. En cuanto a mí, solo querría que tuviéramos la franqueza de reconocer, de proclamar en alta voz esta necesidad, ¡sin bajar párpados mentirosos, sin sonrojarnos por un pudor místico que no comprendo!

      Seamos algo consecuentes con nosotras mismas, con nosotras que proclamamos la reivindicación de la materia, la santificación de la carne, y tengamos en cuenta el principio material, demos satisfacción a la carne.

      Repito: en el futuro, la unión de los sexos deberá ser el resultado de las más amplias simpatías, mejor estudiadas desde todos los puntos de vista posibles; y entonces, reconoceremos la existencia de las relaciones íntimas, secretas y misteriosas de dos almas; entonces, a la vez, tendremos conciencia de una perfecta unidad de sentimientos, pensamientos, deseo. Todo ello bien podría llegar a chocar contra una última prueba decisiva, pero necesaria, indispensable.

      ¡¡¡LA PRUEBA de la MATERIA por la MATERIA; la CARNE puesta a PRUEBA por la CARNE!!!

      * * *

      He pronunciado, por fin, la gran palabra ante la cual tantos audaces innovadores se han detenido, temerosos de los clamores, del tumulto y de las odiosas imputaciones que el eco de su palabra intrépida e incisiva alzaría en torno a ellos.

      Y también yo, débil mujer, inquieta y alarmada, he tenido que permanecer largo tiempo en suspenso, y mientras la tormenta se disponía a hacer rodar mi nombre de mujer por las agitaciones de la corriente popular, permanecer preparada para perder definitivamente, en la tormenta de ese dar a publicidad, el reposo de mi vida solitaria e ignorada, y la necesidad de decir lo que he comprendido tanto como el deber de plasmar la obra que, según yo sentía, tenía la misión de llevar a término.

      Mi decisión está tomada: hablo. Sin dudas, no me faltarán fuerzas para sostener mi palabra.

      Ahora vendrán las calumnias, con su cortejo de burlas mordaces, palabras amargas, insinuaciones pérfidas. Estoy preparada. ¡Mi vida, por completo amurallada, no transcurre bajo la luz sombría, voluptuosamente misteriosa, de los cortinados de seda de un tocador! Mi puerta siempre se abre al visitante, sin importar a qué hora llame a ella.

      Puede venir el anatema, la persecución; repito: estoy preparada.

      ¿Acaso el que opera, dejándose vencer por los llantos, las lágrimas, las injurias de un enfermo, aleja de este el hierro que penetra la carne, el fuego que la cauteriza?

      Y considero que estaba bien, que era buena cosa; que era cristiana, espiritualista en sus actos, aquella que se atreviera a abogar por la causa del amor material.

      He hablado de la necesidad de una СКАЧАТЬ