Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
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      Yo también la convoco y la aclamaré con entusiasmo; yo también sumerjo la mirada en ese inmenso horizonte, preguntando a las naciones del Norte, del Sur, de Oriente y de Occidente: ¿dónde está?, ¿cuándo vendrá?

      ¡Y no hay ninguna voz que responda o pueda responder a estos gritos de un alma sufriente!

      Porque aún no ha llegado la hora; el mundo no está listo y, durante largo tiempo, seguiremos debatiéndonos en esta atmósfera pestilente de la ley moral cristiana, que nos ahoga; y durante largo tiempo también, nuestras voluntades, nuestras palabras, nuestros actos chocarán confusamente en medio de las tinieblas de esta noche, de este caos del pensamiento, antes de que una luz vacilante e incierta nos presagie la aurora de renovación, de redención definitiva, ese sol que, después de tantos siglos, verá que el pie de la mujer habrá aplastado para siempre la cabeza de la serpiente.

      Pero ¡pocas de nosotras podremos alzar un párpado debilitado por la edad para ver los rayos de esa aurora resplandeciente, pocas de nosotras podremos sumar nuestras voces al himno de alegría, a las aclamaciones incesantes que, de todas partes, saludarán en dulce concierto la llegada de la mujer mesías!

      Más venturosas, las que en el decurso de la vida lleguen después de nosotras formarán su cortejo numeroso y pacífico para entonces. En cuanto a nosotras, lamentablemente arrojadas en estos tiempos de destrucción, lucha y anarquía, tendremos un papel de lucha, de acción, que no será menos bello, menos noble, menos digno de los cantos piadosos de reconocimiento del porvenir, ¡si sabemos comprenderlo y estar a su altura! Desde luego, se dará cierta gloria a estas primeras mujeres que, ya olvidada cualquier individualidad, habrán hecho oír un grito de liberación y caminado sin mirar atrás hacia ese orden de mejores cosas que presagiamos, en medio de los insultos, de los ultrajes, de las calumnias, de los disgustos más crueles que incesantemente alzan contra nosotras aquellas mismas por cuya dicha luchamos.

      Lo sé, señoras: con más confianza que yo, no van tan atrás en el tiempo, al límite de las miserias y los sufrimientos de nuestro sexo y de la humanidad. Ya me parece oírlas decir, incluso, que las sendas de la providencia son amplias, secretas, misteriosas, y están por encima de nuestra débil inteligencia mortal, que, en nuestra fe, debemos descansar en ella, y que es irreligioso dudar de ello.

      […]

      Ustedes no se ofenderán. Lo he dicho, lo repito: mi palabra es cruda; a veces, es mordaz e irritante, pero siempre es verdadera. […]

      Y bien, sobre la base de los términos así planteados, digo que debemos escuchar con respeto y recogimiento, sin posibilidad de juzgar o de culpabilizar, cada palabra de emancipación que repercuta, por extraña, inaudita e incluso –me atrevo a decir– indignante que sea. Y voy un poco más lejos: sostengo que la palabra de la MUJER REDENTORA SERÁ UNA PALABRA SOBERANAMENTE INDIGNANTE, porque será la más amplia y, por ende, la más reparadora para todos los caracteres, para todas las voluntades.

      […]

      Oigan bien: el púlpito cristiano se hace eco de las proclamas de matrimonio. ¡Abran los ojos! Los muros de la iglesia y de la casa consistorial están cubiertos con ellas; los periódicos mismos colman con ellas sus columnas inútiles. Si esa hilera de carrozas se estaciona delante de nuestros templos, a la puerta de las alcaldías de nuestros doce distritos, es para festejar alguna ruidosa boda. Ante el alcalde y ante el sacerdote, ante los ojos del mundo material y del mundo religioso, un hombre y una mujer han arrastrado un largo séquito de testigos de todas las edades y de todos los sexos; y el sacerdote que usa su estola con toques dorados, y el alcalde que lleva la banda tricolor [francesa], en nombre de Dios y del Código, han bendecido o ratificado una alianza indisoluble. Y allí vemos una unión legítima: ¡¡¡la que permite a una mujer decir, sin sonrojarse, tal día a tal hora voy a recibir a un hombre en mi ALCOBA de MUJER!!!… La unión que, contraída de cara a la multitud, se deja llevar lentamente a través de una orgía de vinos y danzas, hasta el lecho nupcial, convertido en lecho del libertinaje y la prostitución, y permite a la imaginación delirante de los invitados seguir de cerca y penetrar todos los detalles, todas las incidencias del drama lúbrico ¡puesto en escena con nombre de día de boda!

      Si la costumbre o la ley que hace comparecer así a la joven esposa, palpitante y temerosa, ante la mirada audaz de toda una numerosa asamblea, que la prostituye a los deseos desenfrenados, a las indignantes burlas de hombres en ardor, exaltados por las fumaradas de una fiesta licenciosa; si, digo, esa costumbre, esa ley, no les parece una HORRIBLE EXPLOTACIÓN; si, reflexionando, nunca se han estremecido de disgusto y de indignación… me pierdo… Las consignas de dignidad de la mujer, de liberación, de emancipación de la mujer ¡¡¡ya no tienen ningún sentido para mí, no representan ya ninguna idea en mi pensamiento!!!

      Sin embargo, estos son solo algunos de los resultados de la ley de proclamación pública, que ustedes reclaman como garantía, como base de la nueva moral.

      También se debe a esa puesta en público que, en el antro de la rue de Jérusalem, ¡¡¡una pluma infame registre a tantas jóvenes perdidas, marchitas, en el libro rojo de la policía!!!

      También se debe a la puesta en público que se lleven a cabo uniones brutales de una hora, que la desdichada prostituta comience en un rincón, en la esquina de la calle, y, con toda prisa, ¡¡¡termine en su reducto, en el altar de la depravación, para volver a comenzar un instante después!!!…

      También se deben a la puesta en público esos escandalosos debates judiciales que, en nuestros cursos, en nuestros tribunales, hacen resonar ante nuestros jueces las palabras de adulterio, impotencia, violación, y dan lugar a investigaciones odiosas y a sentencias indignantes.

      Pero dejemos de lado esta fatigosa enumeración, estos cuadros tan odiosos como repulsivos, y veamos si, como ustedes sostienen, el misterio podría prolongar aún más la explotación de nuestro sexo. ¿Cómo? Porque una mujer no hubiera confiado públicamente sus sensaciones de mujer; porque, entre todos los hombres que la colmarían de cuidados y atenciones, que le ofrecerían su amor, otra mirada diferente de la suya no habría sabido distinguir al de su preferencia; porque su vecina no podría animar una conversación maliciosa con detalles de su vida íntima; porque sus noches de amor no serían transparentes y claras; porque no abriría sus puertas y ventanas cuando quisiera para entregarse a los brazos de un hombre, prodigarle sus besos y sus caricias: ¿resultaría entonces que la mujer sería, necesariamente, el juguete, el esclavo de un hombre; que no habría más asociación posible; que la felicidad de la humanidad estaría por siempre destruida?… ¡¿Cómo?! ¡¿Una mujer sería explotada y desdichada porque, sin temor a verla desgarrarse, odiarse, podría dar satisfacción simultáneamente a varios hombres en su amor; procurar una porción de dicha y placer a todos los que no creerían poder encontrar dicha ni placer sino con ella y por ella?!

      Dichosos los pobres de espíritu, señoras: ni toda la sutileza, ni toda la fineza del sentimiento o del razonamiento han logrado siquiera hacerme recelar de las altas razones que las llevaron a resolver tan perentoriamente esta cuestión. Sin embargo, es grave, y vale la pena sondearla, profundizarla. Por ello, tengan a bien suspender la reprobación, el anatema del que les parecen dignas tanto mi persona como mis teorías. En efecto, voy más lejos y […] creo en la necesidad de una libertad sin reglas ni límites y en una libertad tan amplia como sea posible, sostenida por el misterio, que considero la base de la nueva moral, aunque nos conduzca al revoltijo que les parece grosero e indignante.

      Hoy en día, con mucha frecuencia, el hombre y la mujer son arrojados uno a los brazos del otro, sin amarse, sin conocerse, por voluntad de padres déspotas y arbitrarios, para satisfacer alguna razón de conveniencia, algún cálculo en su interés o en busca de fortuna. De allí que haya tantas uniones mal combinadas, tantas existencias desdichadas, condenadas a un sinfín de lágrimas, a un odio siempre vivaz, que СКАЧАТЬ