Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero
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СКАЧАТЬ antología se quiere sonora, una apuesta de amplificación que va del “Yo hablo” de una escritora como Claire Démar al silencio estratégico de una librepensadora como Maria Lacerda. Porque antes de tener nombre, el feminismo ya era una cuestión de voz. De alzarla y escribirla. De actuarla y resonar. Mientras las voces fueron pocas, eso que llamamos patriarcado apenas tembló. Cuando fueron muchas y unieron sus tonos diversos, lo que parecía natural se reveló histórico, lo evidente se tornó injusto y lo antes acallado se hizo denuncia pública. Voces que argumentaban suave, contestaciones fuertes, críticas sobre los críticos, reniego de las filosofías previas, acusaciones con dedo en alto, burla a los vigilantes, mohínes seductores, narraciones autocelebratorias, exhibición de pesares, humor. También fueron variados los géneros que transitaron: folletos, tratados, poemas, notas de opinión, novelas, ensayos, autobiografías, editoriales, entrevistas, cartas de amor.

      Para visitar esa biblioteca profusa, es deseable reponer épocas y circunstancias, como intentan hacer las presentaciones que acompañan cada texto. En su brevedad no alcanzan a dar cuenta de la intensidad de esas vidas ni de la profundidad de sus obras; pero el repaso biográfico pone a esas escrituras en diálogo con los acontecimientos históricos y resalta sus puntos de encuentro a través de los tiempos. Aunque también es posible saltearlas, olvidar todos los contextos y jugar a descubrir ecos inesperados, brutales actualizaciones, anacronismos hilarantes. Darse al peligro de la relectura con su eficacia descontrolada. Descubrir que algo todavía retumba en tu organización, en tu sindicato, en la cocina, en tu cama.

      En esta antología, la socialista Flora Tristán conversa con mi hija. A pesar de la secuencia cronológica –que comienza en 1800, cierra en 1945 y pretende facilitar la lectura–, se invita a desconfiar de las continuidades lógicas, del etapismo y de las olas. Ese tipo de organización de la memoria resulta útil en muchas circunstancias –en especial, las pedagógicas–, pero no alcanza a ser el único modo de contar la historia feminista. Cuanto más esquemático es el relato, mayor riesgo de simplificar lo abigarrado, acallar lo extemporáneo o invisibilizar los márgenes.

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      Este libro se suma al largo intercambio entre las izquierdas y los feminismos, ya no suponiendo dos entidades concretas y definidas –que, según el momento o la geografía, se avienen a un matrimonio feliz, un noviazgo fallido o una separación tajante–, sino explorándolos como espacios que se están conformando mientras debaten. Rebeldías, insurrecciones, revueltas y emancipaciones hubo muchas a lo largo de la historia; pero socialismos, anarquismos, comunismos y feminismos comenzaron a tomar forma y nombre en ese proceso que se abrió alrededor de la Revolución Francesa y no cierra todavía.

      Entre una Clara Zetkin, pilar del partido socialdemócrata, y una Maria Lacerda, que se resiste contra cualquier filiación política, aquí se presentan posicionamientos muy disímiles, pero todas tuvieron alguna participación en espacios de izquierdas que, con distintos grados de centralidad, incluían en su ideario o programa una preocupación por la denominada “emancipación femenina” o por la “cuestión de la mujer”. Sus recorridos personales confirman la importancia de la lectura y la escritura como prácticas liberadoras; la mayoría fundó periódicos, editó folletos y libros o animó revistas con gran esfuerzo por conseguir los recursos materiales necesarios. Muchas veces en velada o manifiesta controversia respecto de los órganos de expresión del partido o del movimiento, como se refleja en algunos títulos: Maison du Peuple y La Voix des Femmes, La Protesta Humana y La Voz de la Mujer, La Antorcha y Nuestra Tribuna.

      Revistas viajeras, epistolarios copiosos, giras de propaganda, libros en traducción son prueba de un decidido internacionalismo. Con intercambios que no siempre partieron desde los centros europeos hacia las periferias latinoamericanas, sino que establecieron diálogos horizontales en distintas direcciones geográficas e ideológicas. (Un pulso similar tuvo la construcción de esta antología, al contrarrestar las fronteras clausuradas y los aislamientos obligados por la pandemia del covid-19 con veloces fotografías caseras, generosos documentos adjuntos y cálidos envíos de libros recién editados). Aquellas publicaciones guardan las huellas de una polémica recurrente con los hombres que declamaban la doctrina de la “emancipación de la Mujer” pero oponían resistencia a las libertades de las compañeras. Ellas aprenderían a asumir su lucha en primera persona y en una doble batalla, hacia la vida política en general y hacia el interior de sus colectivos; siempre con esforzadas negociaciones o con rupturas, desplantes y portazos que sonaban como denuncia de los límites del espacio que pretendía contenerlas.

      Al parecer, incluso las consignas de emancipaciones femeninas o las fórmulas como “mujer y socialismo” escondían orientaciones tácitas de justas medidas y buenos modales; por ejemplo, en línea con el partido, en voz moderada, secundando. O con sensibilidad, prudencia, virtud y bondad. O con dedicación casi exclusiva a los temas “de mujeres” como si fueran “labores propias de su sexo”, expresión muy común por entonces. Hubo que aprender, también, que cualquier desliz por fuera de esas pautas podía conllevar insultos y comentarios sobre la moral o el comportamiento sexual de la mujer (muy) pública. No siempre la respuesta de ellas fue en el sentido más rebelde; muchas quedaban entrampadas en el pudor o les era difícil ejercer su libertad con tan poca información, con escaso acceso a métodos anticonceptivos seguros y con violencias naturalizadas.

      Junto con la mentada “cuestión de la mujer” el de estas voces es, también, el tiempo de la “cuestión sexual” con un amplio despliegue de las sexologías, como dispositivos de saber y de poder, más los comienzos de los activismos para la despenalización de la homosexualidad. Las discusiones sobre la libertad sexual se dieron en los espacios más progresistas y de izquierdas, como lo demuestra la conformación de la Liga Mundial por la Reforma Sexual, que en 1928 fue encabezada por tres hombres: el médico y activista alemán Magnus Hirschfeld, el sexólogo británico Henry Havelock Ellis y el psiquiatra suizo Auguste Forel. La tensión entre “revolución” y “reforma” conformaba todo un paradigma que resultaba progresista respecto de las posturas religiosas y conservadoras, sobre todo al procurar distinguir entre goce y procreación, y al no criminalizar la homosexualidad. Sin embargo, siguió entendiendo la sexualidad como una faceta instintiva, sujeta a la dicotomía varón-mujer y reprimida por factores sociales que, bajo un sistema injusto, podían generar “desviaciones” respecto de su cauce natural. La maternidad fue considerada un destino y la reproducción, analizada con una mirada eugenésica por entonces muy en boga, mientras que la explotación y la hipocresía de la doble moral eran señaladas como causas de esa otra institución solidaria del matrimonio burgués, la prostitución. Con algunos pocos matices, los textos que componen esta antología comparten ese marco que, pese a sus limitaciones, propició nuevas libertades y subjetividades, y recién mostró signos de quiebres en la segunda mitad del siglo XX, cuando otras izquierdas y otros activismos se aliaron en favor del “sexo y la revolución”; así, surgieron nuevas configuraciones teóricas para comprender cuerpos y deseos.

      Esta antología no tuvo como principio de selección una Mujer con mayúsculas. Al contrario, intenta exponer las vicisitudes de una figura siempre en disputa. Quienes luchaban por conquistar derechos para las ciudadanas partieron de un contexto que las consideraba biológicamente débiles e inferiores. Desafiaron academias enteras para construir la mujer del derecho civil y político. Contra esa vertiente liberal, las obreras quebraron la ilusión sobre la igualdad femenina al insistir en las diferencias de clase. En un sentido similar, actuarían las mujeres de todos los colores por fuera de la supuesta uniformidad blanca y las que se querían libres del mandato heterosexual. Ni biologías ni esencias femeninas fueron viables para sostener una Mujer indiscutida, y esa inestabilidad, que se vislumbra en cada texto de esta selección, encontrará su síntesis, a mediados del siglo XX, con Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”.

      Esta antología no pretende ser un proyecto de visibilización. Muchas de estas biografías ya han sido retomadas, incluso hasta la canonización militante. Algunas recibieron atención por parte de sus colegas o СКАЧАТЬ