El libro negro del comunismo. Andrzej Paczkowski
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Название: El libro negro del comunismo

Автор: Andrzej Paczkowski

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417241964

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СКАЧАТЬ que el poder soviético no existía. Del 27 de agosto al 15 de septiembre de 1925, más de 10.000 hombres de las tropas regulares del Ejército Rojo, bajo la dirección del general Uborevich, apoyadas por unidades especiales de la GPU, procedieron a un intento de desarme de los guerrilleros chechenos que controlaban el país profundo. Decenas de miles de armas fueron aprehendidas y cerca de 1.000 «bandidos» detenidos. Frente a la resistencia de la población, el dirigente de la GPU, Unchlicht, reconoció que «las tropas debieron recurrir a la artillería pesada y al bombardeo de los nidos de bandidos más coriáceos». En virtud de esa nueva operación de «pacificación», llevada a cabo durante lo que se ha convenido en llamar «el apogeo de la NEP», Unchlicht concluía también su informe: «Como ha mostrado la experiencia de la lucha contra los basmachies del Turkestán, y contra el bandidismo en Ucrania, en la provincia de Tambov y en otros lugares, la represión militar no es eficaz más que en la medida en que es seguida por una sovietización en profundidad del país»15.

      A partir de finales de 1926, después de la muerte de Dzerzhinski, la GPU, dirigida entonces por el brazo derecho de la fundación de la Cheka, Vyacheslav Rudolfovích Menzhinski —de origen polaco, como Dzerzhinski—, parece haber sido de nuevo muy solicitada por Stalin, que preparaba su ofensiva política a la vez contra Trotski y contra Bujarin. En enero de 1927, la GPU recibió la orden de acelerar la elaboración de fichas de los «elementos socialmente peligrosos y antisoviéticos» en el campo. En un año, el número de personas fichadas pasó de 30.000 a 72.000 aproximadamente. En septiembre de 1927, la GPU lanzó, en varias provincias, numerosas campañas de arresto de kulaks y otros «elementos socialmente peligrosos». A posteriori, estas operaciones aparecen como ejercicios preparatorios para las grandes redadas de kulaks durante la «deskulakización» del invierno de 1929-1930.

      En 1926-1927, la GPU se mostró igualmente muy activa en la persecución de los opositores comunistas, etiquetados como «zinovievistas» o «trotskistas». La práctica de fichar y de seguir a los opositores comunistas había aparecido muy pronto, desde 1921-1922. En septiembre de 1923, Dzerzhinski había propuesto, para «estrechar la unidad ideológica del partido», que los comunistas se dedicaran a transmitir a la policía política toda la información que obrara en su poder sobre la existencia de fracciones o de desviaciones en el seno del partido. Esta propuesta había suscitado un clamor de indignación entre bastantes, entre ellos Trotski. No obstante, la costumbre de hacer vigilar a los opositores se generalizó en el curso de los años siguientes. La purga de la organización comunista de Leningrado dirigida por Zinoviev, en enero-febrero de 1926, implicó ampliamente a los servicios de la GPU. Los opositores no fueron solamente excluidos del partido. Se exilió a varios centenares de ellos a ciudades alejadas del país donde su suerte siguió siendo muy precaria, al no atreverse nadie a ofrecerles trabajo. En 1927, la persecución de los opositores trotskistas —algunos miles en el país— movilizó durante meses a una parte de los servicios de la GPU. Todos fueron fichados, centenares de trotskistas activos fueron arrestados y después exiliados por simple medida administrativa. En noviembre de 1927, todos los principales dirigentes de la oposición, Trotski, Zinoviev, Kamenev, Radek, Rakovski, fueron excluidos del partido y detenidos. Todos aquellos que se negaron a realizar su autocrítica pública fueron exiliados. El 19 de enero de 1928, Pravda anunció la salida de Moscú por parte de Trotski y de un grupo de 30 opositores exiliados a Alma-Ata. Un año más tarde, Trotski fue expulsado de la URSS. Con la transformación de uno de los principales artífices del terror bolchevique en «contrarrevolucionario» se había iniciado una nueva etapa, bajo la responsabilidad del nuevo hombre fuerte del partido: Stalin. A inicios de 1928, justo después de haber eliminado a la oposición trotskista, la mayoría estalinista del Politburó decidió romper la tregua con una sociedad que le parecía separarse cada vez más de la vía por la que los bolcheviques deseaban conducirla. El enemigo principal seguía siendo, como diez años antes, la inmensa mayoría campesina, a la que se veía como una masa hostil, incontrolada e incontrolable. Así se inició el segundo acto de la guerra contra el campesinado, que como señala acertadamente el historiador Andrea Graziosi, «era no obstante bastante diferente de la primera. La iniciativa estaba además completamente en manos del Estado, y el actor social no podía más que reaccionar cada vez con más debilidad a los ataques desencadenados contra él»16.

      Incluso si, globalmente, la agricultura se había rehecho desde la catástrofe de los años 1918-1922, «el enemigo campesino» era más débil y el Estado más fuerte a finales de los años veinte que a inicios de la década. De ello dan testimonio, por ejemplo, la mejor información de la que disponían las autoridades sobre lo que sucedía en las aldeas, la elaboración de fichas de los «elementos socialmente extraños» que permitió a la GPU llevar a cabo las primeras redadas durante la deskulakización, la erradicación progresiva, pero real, del «bandidismo», el desarme de los campesinos, la progresión constante del porcentaje de reservistas presentes en las etapas militares y el desarrollo de una red escolar más consistente. Como revela la correspondencia entre los dirigentes bolcheviques y los estenogramas de las discusiones en la esfera superior del partido, la dirección estalinista —al igual que sus oponentes—, Bujarin, Rykov y Kamenev— medía perfectamente en 1928 los riesgos de un nuevo asalto contra el campesinado. «Tendréis una guerra campesina, como en 1918-1919», previno Bujarin. Stalin estaba preparado para ella, fuera cual fuera el precio. Sabía que esta vez el régimen emergería vencedor de la misma17.

      La «crisis de las cosechas» de finales del año 1927 proporcionó a Stalin el pretexto que había buscado. El mes de noviembre de 1927 se vio caracterizado por una caída espectacular de las entregas de productos agrícolas a los organismos de cosecha del Estado, que adquirió proporciones catastróficas en diciembre. En enero de 1928 hubo que rendirse a la evidencia: a pesar de una buena cosecha, los campesinos no habían entregado más que 4,8 millones de toneladas en lugar de los 6,8 millones del año anterior. La bajada de los precios ofrecidos por el Estado, el encarecimiento y la penuria de los productos manufacturados, la desorganización de las agencias de cosecha y los rumores de guerra, en resumen, el descontento general del campesinado frente al régimen, explicaban esta crisis que Stalin calificó inmediatamente de «huelga de los kulaks».

      El grupo estalinista tomó esto como un pretexto para recurrir nuevamente a las requisas y a toda una serie de medidas represivas ya experimentadas en el tiempo del comunismo de guerra. Stalin se dirigió en persona a Siberia. Otros dirigentes, tales como Andreyev, Mikoyán, Postishev o Kossior, se dirigieron hacia las grandes regiones productoras de cereales, la región de las tierras negras, Ucrania y el norte del Cáucaso. El 14 de enero de 1928, el Politburó dirigió a las autoridades locales una circular exigiéndoles «detener a los especuladores, a los kulaks y a otros desorganizadores del mercado y de la política de precios». Algunos «plenipotenciarios» —el término mismo recordaba la época de requisas de los años 1918-1921— y destacamentos de militantes comunistas fueron enviados a los campos para depurar a las autoridades locales, a las que se juzgaba complacientes con los kulaks, y para descubrir los excedentes ocultos, si era necesario con la ayuda de los campesinos pobres, a los que se les prometía la cuarta parte de los cereales encontrados en casa de los «ricos».

      Entre el arsenal de medidas destinadas a penalizar a los campesinos recalcitrantes a la hora de entregar, en los plazos prescritos y a precios irrisorios inferiores en tres a cuatro veces a los del mercado, sus productos agrícolas, figuraba la multiplicación por dos, tres o cinco de las cantidades inicialmente fijadas. El artículo 107 del Código Penal, que preveía una pena de tres años de prisión para cualquier acción que contribuyera a hacer subir los precios, fue también ampliamente utilizado. Finalmente los impuestos sobre los kulaks se multiplicaron por diez en dos años. Se procedió igualmente a la clausura de los mercados, medida que no afectaba ciertamente solo a los campesinos acomodados. En algunas semanas, todas estas medidas rompieron completamente la tregua que desde 1922-1923 se había establecido a regañadientes entre el régimen y el campesinado. Las requisas y las medidas represivas no tuvieron otro efecto que agravar la crisis. De inmediato, las autoridades obtuvieron por la fuerza una cosecha apenas inferior a la de 1927; pero al año siguiente, como en el tiempo del comunismo de guerra, los campesinos reaccionaron disminuyendo sus superficies sembradas»18.

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