Название: El libro negro del comunismo
Автор: Andrzej Paczkowski
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417241964
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De la tregua al «Gran Giro»
Durante poco menos de cinco años, de inicios de 1923 a finales de 1927, el enfrentamiento entre el régimen y la sociedad conoció una pausa. Las luchas por la sucesión de Lenin, muerto el 24 de enero de 1924, pero totalmente apartado de cualquier actividad política desde marzo de 1923, después de su tercer ataque cerebral, monopolizaron una gran parte de la actividad política de los dirigentes bolcheviques. Durante esos años, la sociedad se curó las heridas.
En el curso de esta tregua, el campesinado, que representaba más del 85 por 100 de la población, intentó reanudar los vínculos del cambio, negociar los frutos de su trabajo y vivir, según la hermosa fórmula del gran historiador del campesinado ruso Michael Confino, «como si la utopía campesina funcionara». Esta «utopía campesina», que los bolcheviques denominaban de buena gana eserovschina —término cuya traducción más parecida sería «mentalidad socialista revolucionaria»—, descansaba sobre cuatro principios que habían estado en la raíz de todos los programas campesinos desde hacía décadas: el final de los terratenientes y el reparto de la tierra en función de las bocas que había que alimentar; la libertad de disponer libremente de los frutos de su trabajo y la libertad de comercio; un autogobierno campesino representado por la comunidad aldeano-tradicional, y la presencia exterior del Estado bolchevique reducida a su expresión más sencilla: ¡un soviet rural para algunas aldeas y una célula del partido comunista en una aldea de cada cien!
Parcialmente reconocidos por el poder, tolerados momentáneamente como un signo de «atraso» en un país de mayoría campesina, los mecanismos del mercado, rotos de 1914 a 1922, volvieron a ponerse en funcionamiento. Inmediatamente las migraciones estacionales hacia las ciudades, tan frecuentes bajo el antiguo régimen, volvieron a iniciarse. Al descuidar la industria estatal el sector de los bienes de consumo, el artesanado rural conoció un desarrollo notable, se espaciaron las carestías y las hambrunas y los campesinos volvieron a poder comer para saciar el hambre.
La calma aparente de estos años no podría sin embargo enmascarar las tensiones profundas que subsistían entre el régimen y una sociedad que no había olvidado la violencia de la que era víctima. Para los campesinos, las causas de descontento seguían siendo numerosas1. Los precios agrícolas eran demasiado bajos; los productos manufacturados demasiado caros y demasiado raros; los impuestos demasiado elevados. Tenían el sentimiento de ser ciudadanos de segunda categoría en relación con los pobladores de las ciudades y fundamentalmente de los obreros considerados como privilegiados. Los campesinos se quejaban sobre todo de innumerables abusos de poder de los representantes de base del régimen soviético formados en la escuela del «comunismo de guerra». Seguían sometidos a la arbitrariedad absoluta de un poder local heredero a la vez de cierta tradición rural y de las prácticas terroristas de los años anteriores. «Los aparatos judicial, administrativo y policial están totalmente gangrenados por un alcoholismo generalizado, la práctica corriente de los sobornos. (…) El burocratismo y una actitud de grosería general hacia las masas campesinas», reconocía a finales de 1925 un largo informe de la policía política sobre «el estado de la legalidad socialista en el campo»2.
Aunque condenaran los abusos más escandalosos de los representantes del poder soviético, los dirigentes bolcheviques, en su mayoría, no consideraban por ello el campo menos como una terra incognita peligrosa, «un medio abarrotado de elementos kulaks, de socialistas-revolucionarios, de popes, de antiguos propietarios terratenientes que no han sido todavía eliminados», según la expresión repleta de imágenes de un informe del jefe de la policía política de la provincia de Tula3.
Tal y como testifican los documentos del departamento de información de la GPU, el mundo obrero seguía estando sometido a una estrecha vigilancia. Grupo social en reconstrucción después de los años de guerra, de revolución y de guerra civil, el mundo obrero seguía siendo sospechoso de conservar vínculos con el mundo hostil del campo. Los informadores presentes en cada empresa perseguían las palabras y los actos desviados, «los humores campesinos» que los obreros, de regreso del trabajo del campo después de sus permisos, habían traído a la ciudad. Los informes policiales diseccionaban el mundo obrero en «elementos hostiles», necesariamente bajo la influencia de grupúsculos contrarrevolucionarios, en «elementos políticamente atrasados» generalmente venidos del campo, y en elementos dignos de ser reconocidos «políticamente conscientes». Los paros en el trabajo y las huelgas, bastante poco numerosas en este año de fuerte desempleo y de relativa mejora del nivel de vida para aquellos que tenían un trabajo, eran cuidadosamente analizados y los agitadores detenidos.
Los documentos internos, hoy en día parcialmente accesibles, de la policía política muestran que después de años de formidable expansión esta institución conoció algunas dificultades, debidas precisamente a la pausa en la empresa voluntarista bolchevique de transformación de la sociedad. En 1924-1926, Dzerzhinski debió batallar con firmeza contra ciertos dirigentes que consideraban que era preciso reducir considerablemente los efectivos de una policía política cuyas actividades iban declinando. Por primera y única vez hasta 1953, los efectivos de la policía política disminuyeron muy considerablemente. En 1921, la Cheka proporcionaba empleo a 105.000 civiles aproximadamente y a cerca de 180.000 militares de las diversas tropas especiales, incluidas las guardias fronterizas, las chekas destinadas a los ferrocarriles y los guardias de los campos de concentración. En 1925, estos efectivos se habían reducido a 26.000 civiles aproximadamente y a 63.000 militares. A estas cifras se añadían alrededor de 30.000 informadores, cuyo número en 1921 es desconocido en razón del estado actual de la documentación4. En diciembre de 1924, Nikolai Bujarin escribió a Feliks Dzerzhinski: «Considero que debemos pasar con mayor rapidez a una forma más “liberal” de poder soviético: menos represión, más legalidad, más discusiones, más poder local (bajo la dirección del partido naturaliter), etc.»5.
Algunos meses más tarde, el primero de mayo de 1925, el presidente del tribunal revolucionario, Nikolai Krylenko, que había presidido la mascarada judicial del proceso de los socialistas-revolucionarios, dirigió al Politburó una larga nota en la que criticaba los abusos de la GPU que, según él, sobrepasaba los derechos que le habían sido conferidos por la ley. Varios decretos, promulgados en 1922-1923, habían limitado efectivamente las competencias de la GPU a los asuntos de espionaje, de bandidismo, de moneda falsa y de «contrarrevolución». Para estos crímenes, la GPU era el único juez y podía pronunciar penas de deportación y de destierro en residencia vigilada (hasta tres años), de campo de concentración o incluso la pena de muerte. En 1924, de 62.000 expedientes abiertos por la GPU, un poco más de 52.000 habían sido transmitidos a los tribunales ordinarios. Las jurisdicciones especiales de la GPU se habían ocupado de más de 9.000 asuntos, cifra considerable dada la coyuntura política estable, recordaba Nikolai Krylenko, que concluía:
Las condiciones de vida de las personas deportadas y asignadas a residencias en agujeros perdidos de Siberia, sin el menor peculio, son espantosas. Se envía tanto a jóvenes de 18-19 años de medios estudiantiles como a ancianos de 70 años, sobre todo miembros del clero y ancianas «que pertenecen a clases socialmente peligrosas».
También Krylenko proponía limitar el calificativo de «contrarrevolucionario» solamente a los miembros reconocidos de partidos políticos que representaban los intereses de la «burguesía» a fin de evitar «una interpretación abusiva del término por parte de СКАЧАТЬ