Название: El libro negro del comunismo
Автор: Andrzej Paczkowski
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417241964
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El comité estableció contacto con el jefe de la Iglesia ortodoxa, el patriarca Tijón, que creó inmediatamente un Comité Eclesiástico Pan-ruso de Ayuda a los Hambrientos. El 7 de julio de 1921, el patriarca ordenó leer en todas las iglesias una carta pastoral: «La carroña se ha convertido en un plato selecto para la población hambrienta, e incluso ese plato es difícil de encontrar. Los llantos y los gemidos suenan por todas partes. Se ha llegado ya al canibalismo… ¡Tended una mano de socorro a vuestros hermanos y vuestras hermanas! Con el acuerdo de los fieles, podéis utilizar los tesoros de las iglesias que no tengan valor sacramental para socorrer a los hambrientos, tales como los anillos, las cadenas y los brazaletes, y los ornamentos que adornan los santos iconos, etc.».
Después de haber obtenido la ayuda de la Iglesia, el Comité Pan-ruso de Ayuda a los Hambrientos estableció contacto con distintas instituciones internacionales, como la Cruz Roja, los cuáqueros y la American Relief Association (ARA), que respondieron en todos los casos positivamente. No obstante, la colaboración entre el régimen y el comité no iba a durar más de cinco semanas: el 27 de agosto de 1921, el comité fue disuelto, seis días después de que el Gobierno hubiera firmado un acuerdo con el representante de la American Relief Association, presidida por Herbert Hoover. Para Lenin, ahora que los estadounidenses enviaban sus primeros cargamentos de suministros, el comité ya había desempeñado su papel: «el nombre y la firma de Kuskova» habían servido de garantía a los bolcheviques. Esto bastaba.
Propongo, hoy mismo, viernes 26 de agosto», escribió Lenin, «disolver el comité. (…). Detener a Prokopovich por intenciones sediciosas (…) y mantenerlo tres meses en prisión. (…) Expulsar de Moscú inmediatamente, hoy mismo, a los otros miembros del comité, enviarlos, por separado unos de otros, a capitales de distrito, si es posible, fuera de la red ferroviaria, y en residencia vigilada. (…). Publicaremos mañana un comunicado gubernamental breve y seco en cinco líneas: Comité disuelto por negarse a trabajar. Dar a los periódicos la directiva de comenzar desde mañana a cubrir de injurias a la gente del comité. Hijos de papá, guardias blancos, dispuestos a ir de viaje al extranjero, pero mucho menos a viajar por provincias, ridiculizarlos por todos los medios y hablar mal de ellos al menos una vez por semana durante dos meses29.
Siguiendo al pie de la letra estas instrucciones, la prensa se desencadenó contra los sesenta intelectuales famosos que habían tomado parte en el comité. Los títulos de los artículos publicados testifican con elocuencia el carácter de esta campaña de difamación: «No se juega con el hambre» (Pravda, 30 de agosto de 1921); «Especulaban con el hambre» (Komunisticheski Trud, de 31 de agosto de 1921); «el comité de ayuda… a la contrarrevolución» (Izvestia, de 30 de agosto de 1921). A una persona que vino a interceder en favor de los miembros del comité detenidos y deportados, Unschlicht, uno de los adjuntos de Dzerzhinski en la Cheka, le dijo: «Dice usted que el comité no ha cometido ningún acto desleal. Es cierto, pero ha aparecido como un polo de atracción para la sociedad. Y eso no podemos consentirlo. Usted sabe que cuando se pone en un vaso de agua un esqueje que todavía no tiene brotes se pone a crecer rápidamente. El comité ha comenzado a extender rápidamente sus ramificaciones por la colectividad social, (…) es preciso sacar el esqueje del agua y aplastarlo»30.
En lugar del comité, el Gobierno creó una Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos, pesado organismo burocrático compuesto de funcionarios de diversos comisariados del pueblo, muy ineficaz y corrompido. En lo más álgido de la hambruna, que afectó en su apogeo, durante el verano de 1922, a más de treinta millones de personas, la comisión central aseguró una ayuda alimenticia irregular a menos de tres millones de personas. Por su parte, el ARA, la Cruz Roja y los cuáqueros alimentaban alrededor de once millones de personas cada día. A pesar de esta movilización internacional, al menos cinco millones de personas murieron de hambre en 1921-1922, de los 29 millones de personas afectadas por el hambre31. La última gran hambruna que había conocido Rusia, en 1891, aproximadamente en las mismas regiones (el Volga medio y bajo y una parte de Kazajstán), había causado de cuatrocientas a quinientas mil víctimas. El Estado y la sociedad habían rivalizado entonces en emulación por acudir en ayuda de los campesinos víctimas de la sequía. Joven abogado, Vladimir Ulianov-Lenin residía a inicios de los años noventa del siglo XIX en Samara, capital de una de las provincias más afectadas por el hambre de 1891. Fue el único representante de la intelligentsia local que no solamente no participó en la ayuda social a los hambrientos, sino que se pronunció categóricamente en contra de la misma. Como recordaba uno de sus amigos, «Vladimir Ilich Ulaniov tenía el valor de declarar abiertamente que el hambre tenía numerosas consecuencias positivas, a saber, la aparición de un proletariado industrial, ese enterrador del orden burgués. (…) Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el zar, sino también en Dios»32.
Treinta años más tarde, el joven abogado, convertido en jefe del Gobierno bolchevique, retomaba su idea: el hambre podía y debía servir para «golpear mortalmente en la cabeza al enemigo». Este enemigo era la Iglesia ortodoxa. «La electricidad reemplazará a Dios. Dejad que el campesino rece a la electricidad, notará el poder de las autoridades más que el del cielo», decía Lenin en 1918, durante una discusión con Leonid Krassin sobre el tema de la electrificación de Rusia. Desde la llegada al poder de los bolcheviques, las relaciones entre el nuevo régimen y la Iglesia ortodoxa se habían degradado. El 5 de febrero de 1918, el Gobierno bolchevique había decretado la separación entre la Iglesia y el Estado, de la escuela y de la Iglesia, proclamado la libertad de conciencia y de culto, y anunciado la nacionalización de los bienes de la Iglesia. Frente a este atentado contra el papel tradicional de la Iglesia ortodoxa, religión estatal bajo el zarismo, el patriarca Tijón había protestado vigorosamente en cuatro cartas pastorales dirigidas a los creyentes. Los bolcheviques multiplicaron las provocaciones, «sometiendo a una prueba pericial» —es decir, profanando— las reliquias de los santos, organizando «carnavales antirreligiosos» durante las grandes fiestas religiosas, y exigiendo que el gran monasterio de la Trinidad, San Sergio, en los alrededores de Moscú, donde estaban conservadas las reliquias de San Sergio de Radonézh, fuera transformado en museo del ateísmo. Fue en ese clima ya tenso, en que numerosos sacerdotes y obispos habían sido detenidos por haberse opuesto a estas provocaciones, cuando los dirigentes bolcheviques, por iniciativa de Lenin, utilizaron el hambre como pretexto para desencadenar una gran operación política contra la Iglesia.
El 26 de febrero de 1922, la prensa publicó un decreto del Gobierno ordenando «la confiscación inmediata en las iglesias de todos los objetos preciosos de oro o plata, de todas las piedras preciosas que no sirvieran directamente para el culto. Estos objetos serán transmitidos a los órganos del comisariado del pueblo para las Finanzas que los transferirá a los fondos de la Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos». Las operaciones de confiscación se iniciaron en los primeros días de marzo y fueron acompañadas de incidentes muy numerosos entre los destacamentos encargados de apoderarse de los tesoros de las iglesias y los fieles. Los más graves tuvieron lugar el 15 de marzo de 1922 en Shuya, una pequeña ciudad industrial de la provincia de Ivanovo, donde la tropa disparó sobre la multitud de los fieles, matando a una decena de personas. Lenin utilizó el pretexto de esta matanza para reforzar la campaña antirreligiosa.
En una carta dirigida a los miembros del Politburó, el 19 de marzo de 1922, explicaba, con el cinismo que le caracterizaba, cómo el hambre podía ser utilizada beneficiosamente para «golpear mortalmente al enemigo en la cabeza»:
En relación con los acontecimientos de Shuya, que van a ser discutidos СКАЧАТЬ