Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal
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Название: Persona, pastor y mártir

Автор: José María Baena Acebal

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417131999

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СКАЧАТЬ en pleno estaba en las cosas de Dios. Pero el no tener hijos les hacía carecer de un punto de comprensión hacia ciertas situaciones que ellos trataban en consecuencia con una cierta rudeza y falta de flexibilidad.

      Los hijos nos equilibran, por varias razones. Por un lado, son tan falibles e imprevisibles como todos los demás; por tanto, cuando nos enfrentamos a las debilidades ajenas, además de conocer las nuestras, cosa que no siempre sucede, ocurre que puede que nuestros hijos en un momento dado de nuestra vida nos planteen el mismo o los mismos problemas que los demás creyentes. No está bien que tratemos a los miembros de la iglesia con un rasero y a nuestros hijos con otro, sea este más indulgente o más estricto, porque se dan ambas posibilidades; es injusto, y «toda injusticia es pecado». Cosas así ocurren, pero no están bien. Recuerdo bien a pastores y ministros amigos míos muy queridos, condenar a ultranza el divorcio, a quienes se divorciaban y a los pastores que aceptaban en sus iglesias a los divorciados, hasta que alguno de sus hijos pasó por el trance. Solo entonces cambió su doctrina y se volvieron misericordiosos y comprensivos. Ciertamente, Dios nos da lecciones que aprender, de una u otra manera. También conozco el caso de quienes exigen a sus hijos mucho más que a los demás jóvenes, pensando que la obligación de ellos como hijos de pastores es ser perfectos. En realidad, es una cuestión de orgullo personal. Lo mejor es ser equilibrados y justos; exigentes, pero comprensivos, entendiendo que en la educación de los hijos hay que practicar la paciencia y la constancia, más que la hiriente contundencia.

      Son enormes los desafíos éticos del mundo actual. Nos enfrentamos a situaciones que hace tan solo treinta años no podíamos imaginar. No es aquí donde trataremos esos temas, pero me refiero a ellos, aunque sea vagamente, para resaltar que lo que hoy condenamos en otros puede aparecer dentro de casa en un momento dado. ¿Cómo reaccionaremos? Estoy seguro que ninguno de nosotros, pastores consagrados, transigiremos con el pecado, pero también estoy seguro que, dada la situación, nuestra forma de tratar el asunto será otra y, seguramente, buscaremos a Dios y consultaremos antes de juzgar y condenar.

      Viene al caso el requerimiento de Pablo a Timoteo respecto de quien «desea obispado»: “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Ti 3:4–5). De los diáconos o ministros en general dice: “que gobiernen bien a sus hijos y sus casas” (v. 12). A Tito, hablando del mismo asunto le escribe: “que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía”. (Tit 1:6). Estos textos han dado lugar a muchas situaciones indeseables debido, en muchas ocasiones, a una interpretación radical y extremista.

      ¿Quiere decir esto que los pastores han de tener hijos perfectos, irreprochables, que todo lo hagan bien y que nunca metan la pata? La verdad bíblica y la lógica responden con un rotundo no. Pero es evidente que algo quieren decir estos textos en relación con los hijos de los pastores y que ese algo es un requerimiento exigible. La verdad está en el equilibrio y la comprensión cabal de lo que Pablo quería decir.

      En primer lugar, se trata de los hijos que por su edad todavía están en el hogar bajo la responsabilidad de ambos padres: se trata de niños, de adolescentes, de jóvenes menores de edad. El concepto de la mayoría de edad está en la Biblia, pero no coincide exactamente con el nuestro de hoy. En los tiempos bíblicos su carácter no era tanto jurídico como social y religioso. A los trece años, el niño judío (varón), mediante la ceremonia llamada Bar Mitzvá, entraba a formar parte de los varones adultos, asumiendo responsabilidades, incluida el cumplimiento de la Torah. Para entrar al servicio del tabernáculo o el templo, los levitas debían tener más de veinticinco años (Nm 8:24). Hoy, en la mayoría de países de nuestro entorno, la mayoría de edad está fijada en los dieciocho años. A partir de ahí la persona, hombre o mujer, es dueña y responsable de sus actos.

      Hace algún tiempo, echando una mano a un pastor amigo cuya hija se había ido de casa, tratábamos de encontrarla, de saber a dónde habría podido ir. En la charla sobre la situación, mi amigo insistía en que la hija tenía que volver a casa y que mientras no lo hiciera estaba en rebeldía. Hacía unos meses que había alcanzado su «mayoría de edad», lo cual daba una determinada dimensión al asunto; pero el padre insistía en no reconocer tal mayoría de edad porque, según su criterio, en la Biblia tal cosa no estaba, y los hijos han de estar sujetos a los padres hasta que se casen, que es cuando pueden salir de casa y asumir su autonomía. No le niego al padre el derecho a pensar de tal manera, pero hay que ser realista y entender la verdadera situación. Es lo que traté de hacerle entender, si quería recuperar a su hija y mantener una buena relación familiar. También la hija tiene derecho a pensar de otra manera. No viene al caso mencionar la causa del desencuentro, pero seguimos hablando, a la vez que con un hermano que es policía buscamos hasta que dimos con ella. Mediamos en el asunto hasta que hubo acuerdo, y a los dos o tres días la hija regresaba al hogar paterno. Le hicimos entender que, a pesar de sus criterios, si no cambiaba de parecer, de actitud y de estrategia, la hija podía no regresar más y seguir su vida por su cuenta, sin ser molestada por la justicia. Era su derecho. Es mejor ganar con miel que con hiel. No sé si convencido, pero aceptó lo propuesto. Lo cierto es que la hija regresó. Entiendo que hoy existe armonía en la casa de mi amigo.

      Otro pastor, igualmente muy apreciado, sufría enormemente. Era un hombre de gran prestigio en el campo pastoral y de la enseñanza. Él y su esposa habían adoptado dos niños, chico y chica, pero cuando ya tenían cierta edad. Siendo adolescentes, la hija participó en un atraco a mano armada. Como consecuencia acabó en prisión, donde dio a luz a una criatura. El varón también siguió los malos pasos, teniendo que participar en un programa de rehabilitación social. Recuerdo el sufrimiento y la vergüenza del hermano y de su esposa. Habían consagrado sus vidas a dos niños que ni siquiera eran suyos, sacándolos de las instituciones públicas para darles una familia, estudios, educación, amor, y tantas más cosas, pero el resultado les había sido adverso, al menos en aquel momento. El hermano, reflexionando sobre estos textos de Pablo decía: “En los tiempos que vivimos, y con las influencias que nuestros hijos reciben en la escuela y a través de la televisión, etc., es imposible cumplir con este requisito bíblico”. Sus palabras reflejaban su desesperación en este ámbito de cosas. Yo no dudaría ni por un momento de su idoneidad ministerial, de su espiritualidad, ni de su integridad personal. ¿Qué falló? Los hijos de los pastores son seres humanos, dotados de libre albedrío. En este caso, el hecho de haber sido adoptados ya con algún añito puede haber sido decisivo.

      ¿Qué dice el texto en realidad?

      Pues que los hijos, en tanto están bajo la autoridad paterna y materna, no pueden ser rebeldes ni disolutos, es decir, inmorales. Que deben ser criados en honestidad, estando sujetos a sus padres, quienes deben ser capaces de «gobernar» su casa. La misma palabra «gobernar» implica cierta energía y autoridad para guiar el hogar hacia una meta correcta. La familia pastoral tiene una meta definida, un propósito claro, y hacia allí ha de ser dirigida; pero eso no quiere decir que los hijos no sean hijos, es decir niños o jóvenes, que pueden ser traviesos o caprichosos, de los cuales dice Proverbios que “la necedad está ligada al corazón del muchacho” (Pr 22:15). Los hijos de los pastores son tan «necios» o tan «sabios» como los de los demás mortales. Ahora bien, lo que igualmente añade el texto de Proverbios es que “la vara de la corrección la alejará — la necedad— de él”. El texto se expresa según los criterios didácticos de la época, no según los nuestros de hoy, en los que se rechaza «la vara», es decir el castigo físico. Los seres humanos de cada época se enfrentan a sus realidades vitales con lo que saben y con lo que pueden, y no debemos cometer el error de juzgar los hechos del pasado con los criterios de hoy, midiéndolos o evaluándolos con los parámetros actuales. Lo que es insoslayable es la enseñanza general que nos brinda el proverbio y es que, por un lado, es natural que los jóvenes cometan errores, como lo hemos hecho todos sin excepción; y por otro, que hay medicina para esa enfermedad y su nombre se llama «disciplina», corrección, independientemente del método que se use, conociendo que los tiempos han avanzado y que hoy disponemos de métodos mejores (¿?) de los que echar mano.

      La СКАЧАТЬ