Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal
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Название: Persona, pastor y mártir

Автор: José María Baena Acebal

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417131999

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СКАЧАТЬ hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos (…) ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía (…) Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. (He 12:7-11, énfasis mío).

      Una responsabilidad ineludible de los pastores, de él y de ella conjuntamente, de cada cual en su medida y capacidad, es la de educar a sus hijos, instruirlos en las cosas de Dios, contribuir a su formación física, emocional, intelectual, relacional y espiritual, para que desarrollen el potencial que Dios ha puesto en cada uno de ellos, lo cual no es tarea fácil. De nuevo Proverbios nos da un consejo: “La vara y la corrección dan sabiduría, pero el muchacho consentido avergüenza a su madre” (Pr 29:15), y de nuevo hemos de decir que hemos de entender «vara y corrección», no en forma literal, sino en su significado último, que es el de la instrucción, la disciplina, el tutelaje que endereza la tendencia a torcerse que podemos ver en nuestros hijos, completado el texto con su segunda parte paralela que hace referencia al error, muy en boga hoy, de consentir a los hijos, de mimarlos en exceso, de hacérselo todo fácil y cómodo, de nunca contradecirlos ni contrariarlos, de permitirles que nos falten el respeto, que desobedezcan impunemente, que rabien y pataleen a placer hasta conseguir sus deseos, etc. Los niños son excelentes chantajistas, y a veces cuentan con el sonriente beneplácito de sus progenitores, que se toman el chantaje emocional como una gracia a aplaudir.

      Esa teoría moderna de dejar a los niños que hagan lo que deseen, de nunca decirles no, es un error que se paga caro más adelante. Cierto es que hay que dejar que desarrollen su personalidad evitando al máximo los traumas infantiles, pero tal cosa no significa impedirles que se enfrenten a las dificultades desde pequeños, aprendiendo así a superarlas, ni abdicar del deber de padre y madre, que implica, sobre todo para los cristianos, la obligación de «criarlos en el Señor». Los creyentes de hoy, no solo los pastores, deberíamos revisar nuestros papeles de padre y madre, así como nuestras estrategias educativas. No es fácil ser padre o madre, pero no podemos abdicar de tal función, pues la responsabilidad no le corresponde ni a la escuela ni a la iglesia; es nuestra en primer lugar. No podemos sucumbir a la presión que el sistema ejerce sobre nuestros hijos, quienes son vistos como los futuros consumidores a los que hay que entrenar desde pequeños para que en el futuro sean lo que determinados grupos de interés y de presión requieran de ellos, con sus cerebros bien lavados, con hábitos malsanos bien adquiridos, con mentes acríticas bien malformadas, y conciencias bien anchas que admitan como bueno todo aquello que las enseñanzas bíblicas nos dicen bien claro que es malo, etc.

      Efectivamente, los pastores hemos de ser ejemplos de buenos educadores. Nuestros hijos son nuestra primera iglesia a la que evangelizar, discipular y animar al servicio activo y responsable en la obra de Dios. Para que tal cosa sea posible la iglesia ha de cambiar su manera de ver las cosas y dejar de exigir a los pastores que se ocupen de ellos antes que de sus hijos, para exigirles a continuación que sus hijos sean mejores que todos los demás, perfectos y sin mancha. ¿Quieren que los hijos de los pastores sean, si no perfectos, al menos buenos cristianos, honestos, que no sean rebeldes ni disolutos? Dejen que sus pastores se ocupen debidamente de ellos; trátenlos en igualdad de condiciones que a los hijos de los demás; acepten que son capaces y pueden desempeñar responsabilidades como los demás debido a sus propios méritos y capacidades y no por el hecho de ser «el hijo» o «la hija» del pastor; no los marginen o los maltraten en función de su parentesco; trátenlos y aprécienlos por ser ellos mismos, eliminando ese estigma de ser «hijos» o «hijas» de pastor.

      A los hijos e hijas de pastores les digo, y yo tengo los míos, que no se dejen desanimar si a veces se sienten tratados de esa manera. Les ha correspondido nacer y crecer en una familia pastoral, lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas. Personalmente creo que es un privilegio. ¿Por qué no valorar las ventajas? Es verdad también que, en muchos casos, la desventaja ha venido por parte de los propios padres que han exigido de sus hijos lo que no eran capaces de exigir a los demás, quizá basados en una comprensión errónea de los textos de Pablo a Timoteo y Tito, por temor al qué dirán, siendo sin duda injustos, etc. y no tanto por parte de los miembros de la iglesia, con resultados nefastos para los hijos. Pero si los padres somos capaces de ser equilibrados y entender correctamente cuál es nuestro papel ante Dios, nuestros hijos crecerán en un ambiente propicio y ventajoso para su desarrollo tanto humano como espiritual. Muchos de ellos seguirán el camino de sus padres, entregando sus vidas al servicio del Señor, como hicieron ellos.

      Hemos de entender todos que los hijos de los pastores, como los de los demás, han de hacer el recorrido humano del que se ocupa la psicología evolutiva, la infancia temprana, esos dos años iniciales en los que se forma la personalidad, las otras etapas infantiles hasta llegar a la pubertad, la adolescencia con sus problemas y sus dramas, y los retos de los primeros años de la juventud en los que tantas cosas se deciden. No exijamos a nuestros hijos lo que no se les puede exigir; seamos ecuánimes, comprensivos y, sobre todo, amorosos, dedicándoles nuestro tiempo sin abdicar en nada de nuestras responsabilidades paternas. A medida que crecen sus cuerpos, también se desarrolla su cerebro y, por tanto, su capacidad de pensar, de valorar, de decidir, de ser ellos mismos. Igualmente, su inteligencia emocional, con sus sentimientos, su propia conciencia y su capacidad de autocontrol. No podemos reencarnarnos en ellos, ni podemos ser ellos, ni forzarles a ser lo que nosotros queramos que sean o lo que nosotros no pudimos ser. Cada uno de ellos será lo que por sí mismo haya determinado ser. Intentemos que lleguen a decidir ser lo que Dios desea que sean. Hemos de entender también que los hijos no nos son dados como terapia para nuestros males. Pensar que un hijo viene a arreglar una situación de pareja conflictiva o que podremos ver en ellos cumplidos nuestras aspiraciones frustradas, es un rotundo error que debemos evitar a toda costa.

      ¡Qué Dios nos ayude, a nosotros como padres y a ellos como hijos!

      Resumiendo, los pastores tenemos familia y, por tanto, tenemos el derecho y la obligación de desarrollar una vida familiar equilibrada y sana. Tenemos el mismo derecho que los demás a disfrutar de intimidad y privacidad. Hay pastores que viven en la misma propiedad de la iglesia, en un piso que se les cede como vivienda pastoral. Si es así, la congregación ha de entender que ese espacio les pertenece, si no como propiedad, sí como espacio privado en el que no todo el mundo puede entrar como si fuera suyo, simplemente porque pertenece a la iglesia. Debido a los muchos abusos que se dan, muchos pastores prefieren vivir en algún lugar independiente. Hablar de privacidad también tiene que ver con el respeto del tiempo. Que el pastor, como el médico, esté disponible las veinticuatro horas del día, no significa que se le pueda estar llamando sin respeto alguno para cualquier banalidad a cualquier hora del día. Obtener un teléfono puede esperar un rato o quedar para el día siguiente, y no estar llamando a las horas de las comidas o a media noche. Hay reglas de educación que son comunes para todo el mundo, para creyentes y no creyentes, que conviene respetar. Y ahora, en el tiempo de las redes sociales, los mensajes se pueden reservar para momentos oportunos y si merecen la pena. Es increíble la profusión de mensajitos, no siempre justificados, que se propagan por las redes sociales. Muchos de ellos son bulos que a alguien le viene bien extender. Se han puesto de moda también las fake news, noticias falsas, que también abarcan a los asuntos cristianos. Debemos de tener cuidado con lo que contribuimos a propagar e instruir en ese sentido a nuestras congregaciones. Solo es cuestión de sentido común, nada más.

      Da tristeza ver que hay personas que solo te llaman, y a cualquier hora, para pedirte un teléfono o algún favor; que nunca se preocupan ni por ti ni por los tuyos, pero que sí recurren a ti cuando te necesitan.

      CAPÍTULO 4

      ¿Tienen amigos los pastores?

      Todo el mundo, en mayor o menor medida, tiene amigos, ¿no? Pero la pregunta no es gratuita. Creo que la amistad, que es una especie de СКАЧАТЬ