Название: Persona, pastor y mártir
Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417131999
isbn:
En cuanto a los miembros de la iglesia, los pastores hemos de ser muy prudentes. La relación entre pastores y fieles es una relación muy especial, en la que debe prevalecer el amor, la confianza, el respeto, como en cualquier relación de amistad, pero me atrevería a decir que es diferente. Por una parte, los pastores lo somos de toda la congregación por igual. Seguramente tenemos nuestras afinidades y distintos niveles de trato con los diferentes miembros o las distintas familias que conforman la congregación; por ejemplo, con los líderes, o con otros ministros. Ser muy íntimos con unos y no tanto con otros puede estimarse como una preferencia de los pastores hacia alguna de las familias de la iglesia, lo cual puede ser legítimo, pero que conlleva riesgos y puede dar lugar a equívocos. De nuevo aquí hacen falta sabiduría y prudencia.
Los pastores no somos «colegas» de los miembros de la iglesia, ni por afinidad generacional, ni por ninguna otra. Un ejemplo de «colegas» —nada positivo ni edificante, por cierto— lo tenemos en la Biblia, cuando Roboam hereda el trono de Israel a la muerte de su padre Salomón. Tras escuchar la voz de los ancianos, los sabios del reino, dice la Escritura: “Pero él desechó el consejo que los ancianos le habían dado, y pidió consejo de los jóvenes que se habían criado con él y estaban a su servicio”. (1 Re 12:8). Tras seguir el insensato consejo de sus amigos, el reino se dividió en forma irreparable. Las amistades de ese tipo en la propia congregación pueden llegar a ser «peligrosas» si pretenden influir en la dirección pastoral o conseguir un trato de favor. El equilibrio es difícil porque, en ocasiones, cuando se pretende ser justos, la estabilidad se rompe. En mis años de pastor he comprobado que siempre hay alguna persona o grupo de personas que intenta presionar a los pastores en su beneficio o en perjuicio de otros. A veces los grupos de presión son diversos y enfrentados. La «política» relacional en la iglesia es compleja, por eso el propio Pablo tiene que dar continuos consejos al respecto, como se ve reflejado en sus cartas, para evitar las desavenencias entre los creyentes y, en el caso que las haya, ser capaces de resolverlas cristianamente. Pero como pastores no podemos formar parte de ningún bando ni partido. Algunas de estas personas, tras comprobar que no logran manipular al pastor asumen la posición contraria; pasan de la adulación al menosprecio y la oposición solapada o abierta. El exceso de confianza siempre se paga.
¿Y qué hay de la amistad entre pastores? ¿Es esta posible, deseable, real?
En su larga conversación durante su última cena con sus discípulos más íntimos, Jesús los llama «amigos», en griego φίλοι (filoi). La forma verbal de esta palabra griega es φιλέω (fileo), que es amar, pero referido al amor por afinidad, amistad o parentesco, diferente a ἔραμαι (eramai) o ἀγαπάω (agapao), que designan respectivamente el amor erótico o el amor desinteresado que proviene del Espíritu de Dios, como fruto natural suyo. Está hablando de una relación íntima especial, en contraste con la de siervos. ¿Cuál es la diferencia? El siervo obedece incondicionalmente, sin necesidad de tener que estar al tanto de las razones o motivos de lo que se le pide o se le manda. Si no lo hace, ha de atenerse a las consecuencias. El amigo lo es porque forma parte del círculo restringido de personas que conocen esas razones y motivos, es decir, de los secretos del amigo, y no los traiciona. En consecuencia, actúa por amistad —que es, por tanto, una de las clases de amor— no movido por el peso de una relación impuesta e ineludible, salvo rebelión y castigo.
Los pastores somos colegas los unos de los otros, como lo son quienes comparten una actividad o profesión; podemos ser, además, compañeros, porque trabajamos juntos; pero, ¿somos o podemos ser amigos? Como se suele decir, los familiares nos son impuestos por lazos de sangre; los compañeros lo son por lazos laborales, de estudio o ministeriales; pero los amigos, cada cual elige a los suyos por razones puramente subjetivas. Hay cosas que unen y otras que separan; circunstancias, afinidades, simpatías y antipatías, etc.
Confieso que tengo amigos entre mis colegas pastores o ministros; unos muy buenos amigos y otros menos, y también conocidos. Amigos que se nota que lo son cuando estás en aprietos y también cuando estás arriba. Amigos que te tienden la mano cuando la necesitas, cuando te equivocas, cuando triunfas, sin adulaciones ni reproches, amigos por todo y a pesar de todo, que saben decirte las verdades en el amor de Dios y en la caridad fraterna, aunque no te gusten, pero que te ayudan, te edifican y no te hunden o te abandonan cuando te hacen falta. Confieso también que no son tantos como me gustaría. Pero los amigos son un tesoro que no tiene precio, y los pastores necesitamos tener amigos. “En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia” (Pr 17:17).
En el mundo eclesiástico en el que nos movemos quienes servimos a Dios, seamos pastores o no, nos hace falta estar bien relacionados con el resto de nuestros colegas y compañeros. Como mínimo, somos «hermanos», compartimos la misma fe, al mismo Cristo, somos llamados a mantener la comunión en el cuerpo de Cristo, aunque haya quienes pensando ser los únicos «santos«, «ortodoxos» o «fieles», se niegan a relacionarse con otros creyentes a los que menosprecian y puede que hasta critiquen combatan o hasta difamen, negando la unidad de la fe y los mandamientos más básicos del evangelio, bajo la coartada de la pureza doctrinal, moral o ética —aspectos todos sobre lo que hay mucho que hablar y que decir. No cabe duda de que hay casos con los que no podemos comulgar y de los que habremos de alejarnos, pero eso no puede ser excusa para que nuestro orgullo espiritual —que es pecado— nos separe de otros creyentes por diferencias de criterio sobre aspectos diversos, que desgraciadamente no faltan en nuestros medios y mucho menos que los difamemos para desacreditarlos públicamente, como algunos hacen.
La relación crea las afinidades —y también faltas de afinidad— y fomenta el compañerismo y la amistad. Como pastor, líder de un equipo ministerial, estoy en relación con un buen número de compañeros con los que mantengo un determinado nivel de amistad, buena y necesaria. Como ministro de una denominación, mantengo igualmente una relación con muchos pastores, misioneros y ministros de mi denominación. En algunos casos, el nivel de amistad es mayor que en otros. Pero esta amistad me enriquece, así como espero servir yo mismo de enriquecimiento para otros. Como presidente que fui de una entidad de carácter general y nacional de carácter interdenominacional, he desarrollado una relación de amistad con los componentes de su junta de dirección, igualmente diversa en profundidad y alcance, pero igualmente enriquecedora. Y en los diferentes órganos en los que participo tengo amigos. Con algunos de ellos sostengo intensos debates sobre asuntos diversos, pero la amistad nos une y nos hace compartir cosas en un nivel de intimidad profundo y sincero, con aprecio y respeto mutuos. Unos a otros nos enriquecemos mutuamente, aprendiendo unos de otros a ser mejores personas y mejores cristianos, a la vez que disfrutamos de momentos preciosos de buen humor en buena compañía, compartiendo las cosas sencillas de la vida.
Resumiendo, creo que los pastores hemos de rodearnos de amigos dentro de nuestro medio en el que ministramos, en sus distintos ámbitos: local, denominacional, nacional —abarcando las diferentes denominaciones, no solo la nuestra— y en la medida de lo posible, si llegamos ahí, también fuera de nuestras fronteras. Pero hemos de saber cuál es la relación real que nos une y respetar sus límites. La amistad es un tesoro que crece o decrece según lo hagamos prosperar o menguar. “El hombre que tiene amigos debe ser amistoso, y amigos hay más unidos que un hermano” (Pr 18:24). Este proverbio bíblico dice mucho sobre la amistad. La versión RV1909 traduce lo de «ser amistoso» por «ha de mostrarse amigo». Otras versiones en español y en otras lenguas hablan de amistades que no duran. El sentido es que la amistad ha de ser verdadera, real, puesta de manifiesto en acciones consecuentes, no solo palabras, pues “toda labor da su fruto; mas las vanas palabras empobrecen” (Pr 14:23). La verdadera amistad aporta hechos (labor), no solo pronunciamientos (vanas palabras).
CAPÍTULO СКАЧАТЬ