Название: Persona, pastor y mártir
Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417131999
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La Biblia habla de amistad. El primer caso de amistad es el de Adán y Eva con Dios, según se desprende del relato de los primeros capítulos del Génesis en los que vemos una relación natural y fluida. Dios habla con Adán, lo acompaña a la hora de poner nombre a los animales, le proporciona compañera, les da a ambos tarea, ocupación y un fin en la vida, se pasea por el huerto y los busca. Pero esa amistad se truncó con la desobediencia de la pareja humana pasando así a su descendencia, la humanidad entera. Esa amistad ha sido restablecida por medio de la obra de Cristo en la cruz, como escribe el apóstol Pablo:
Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2 Co 5:18-20).
La reconciliación es el hecho de recuperar una relación previa echada a perder; le volver a ser amigos, tal como antes de que la relación se rompiera; en nuestro caso, por causa del pecado.
A Abraham se le llama «amigo de Dios» (St 2:23), y el Libro de Proverbios está lleno de referencias a la amistad. Un ejemplo paradigmático de amistad, pero nada positivo, es el de los «amigos» de Job, quienes al principio acordaron “venir juntos a condolerse con él y a consolarlo” (Jb 2:11), propósito absolutamente loable solo que, tras siete días de silencio, sus lenguas se volvieron lanzas contra él. Quizá, en sus reflexiones durante aquellos siete días de silencio y condolencia, resurgieron viejas envidias o rencores, o simplemente no encontraron otra respuesta a los males de Job que justificarlos juzgándole y condenándole sin consideración. Job les responderá con amargura y llegará a decirles, “Vosotros, ciertamente, sois fraguadores de mentira; todos vosotros sois médicos inútiles”. (Jb 13:4). Con todo, al final del proceso, la amistad se restablece, después de que el mismo Dios los reprenda diciéndoles “no habéis hablado de mí lo recto” (Jb 42:7) y les reclame una expiación adecuada y que Job ore por ellos.
Igual de paradigmática es la amistad entre David y Jonatán, el hijo de Saúl, en la que muchos han querido ver una relación homosexual inexistente. Tal conjetura se basa en el lamento de David a la muerte de su amigo: “Angustia tengo por ti, Jonatán, hermano mío, cuán dulce fuiste conmigo. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres. (2 Sm 1:26). Los detalles que da el Primer Libro de Samuel nos dicen que el alma de Jonatán quedó «ligada» a la de David, que lo amaba «como a sí mismo», «en gran manera», como dos camaradas de armas, pero no hay nada que dé motivo a considerar ese amor como un amor ilícito. Entre los pecados que se le adjudican a David no está el de las prácticas homosexuales, más bien era, según se considera hoy, un «heterosexual» compulsivo. Considerar la amistad de su amigo del alma Jonatán más maravillosa «que el amor de las mujeres» simplemente quiere decir que lo valoraba en alta estima. No se puede olvidar que el texto es poético, parte de una endecha por la muerte de su amigo. Nada hay en las Escrituras que justifique que esa relación de profunda amistad tuviera el más mínimo carácter homosexual. Pretender verlo así es torcer el sentido de la Escritura, lo que se hace interesadamente para justificar un posicionamiento favorable a las prácticas homosexuales.
El mismo Jesús tenía amigos y amigas, entre los que se encuentran Lázaro y sus hermanas, Marta y María. También ahí las mentes malintencionadas y entenebrecidas quieren ver amores extraños, relaciones fuera del contexto en el que nos las encuadran las Escrituras. Toda amistad puede ser malinterpretada, porque siempre se pueden sobrepasar límites que transformarían la amistad en otra cosa. En el noviazgo, un chico y una chica, un hombre y una mujer, pasan de ser meros amigos a algo más, para después comprometerse y al fin casarse. En este caso esa superación de límites se hace de forma legítima y forma parte de la normalidad en las relaciones entre hombre y mujer. En nuestro medio moderno en el que vivimos, esos límites están bastante más desdibujados, pero no por eso dejan de existir del todo.
Digo todo lo anterior para dejar sentado que la amistad forma parte de la normalidad entre hombres y mujeres, según la Biblia y según la realidad humana. Cada cultura y los principios morales y éticos de cada cual fijan las normas por las que han de transcurrir estas relaciones de amistad. Hay amistades que provienen de relaciones intensas vividas en situaciones críticas, difíciles o simplemente normales pero intensas, como guerras, el servicio militar, estudios, viajes o aventuras, trabajo, etc.
Las amistades empiezan a fraguarse en la infancia, a partir de cierta edad. Los años compartidos en la escuela, el instituto o la universidad nos hacen relacionarnos con nuestros semejantes, con quienes vamos tejiendo experiencias, afinidades o rechazos, vínculos o desafecciones. Lo mismo ocurre con nuestros vecinos, los compañeros de trabajo o con los otros creyentes de la iglesia. Nuestra labor pastoral nos lleva a participar en otros colectivos más amplios, como los colegas de nuestra denominación o de otras denominaciones. Yo he hecho amistades en todos estos ámbitos, desde la escuela hasta los órganos más altos de nuestras instituciones evangélicas de los que he formado parte, pasando por los distintos empleos o trabajos que tenido que desempeñar. Tengo amigos en mi ciudad, en distintas ciudades y regiones españolas, y fuera de mi país. Para mí la amistad es importante y valiosa. Debo mucho a mis amigos de verdad. No puedo olvidar que mi conversión se fraguó a través de un amigo en Francia, cuya familia me acogió con amor. Amigos de esa familia se convirtieron en mis amigos, y ellos me llevaron al Señor e hicieron que mi vida cambiara radicalmente. Lo que soy hoy se lo debo al Señor, pero también a ellos. Son muchos los que podría mencionar aquí.
Se da por sentado, pues, que los pastores también tenemos amigos, como la mayoría de las personas. La amistad es un valor permanente, que no está en cuestión, salvo que no sea tal. Pero… ¿qué clase de amigos son los recomendables para una familia pastoral? ¿Puede el pastor tener amigos que no compartan su fe? ¿Puede y debe el pastor ser amigo de los miembros de su iglesia? ¿Qué nivel de amistad puede compartir un pastor o una pastora con personas de otro sexo? ¿Qué límites ha de observar la buena amistad para que sea sana y duradera?
Los expertos en evangelización nos llaman la atención sobre el efecto negativo que para tal actividad tiene el abandono de las amistades previas cuando alguien se convierte. Nos dicen que es al principio de la experiencia de conversión cuando un creyente consigue sus mejores éxitos en la evangelización de otras personas y que normalmente, pasado cierto tiempo, los creyentes se vuelven estériles en cuanto a ganar almas, salvo que tengan un llamamiento especial hacia el evangelismo. La razón es muy sencilla: han roto con todo su mundo anterior a su conversión, abandonando sus amistades de antes, y se han centrado en el mundo de la iglesia que ya está ganado para Cristo (se supone). Con la excusa de que «ya no somos del mundo», nos hemos autoexcluido de nuestro medio perdiendo toda capacidad de influir sobre él. El otro extremo es que, al no diferenciarnos en nada, es decir, al no vivir una transformación real, un nuevo nacimiento verdadero, nuestra influencia es igualmente nula. Solo la sal sana, solo la luz disipa las tinieblas. Jesús oró al Padre acerca de sus discípulos: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17:15-17).
Pablo explica a los corintios lo que significaba apartarse de determinadas personas que eran perjudiciales para su fe, y no se refería a todo el mundo alrededor, pues “en tal caso os sería necesario salir del mundo” (1 Co 5:10), dice. Lo que todo creyente debe de hacer respecto de sus amistades no cristianas es no participar en pecados ajenos, ni en su filosofía, confiando en el poder de Dios para ser «guardados del mal» y ser «santificados», que es lo mismo. Pero mientras sea posible, hay que intentar conservar las СКАЧАТЬ