Название: Persona, pastor y mártir
Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788417131999
isbn:
¿Qué quiere decir esta otra obviedad?
Algo muy sencillo, pero en lo que desgraciadamente no siempre reparamos en la práctica: que además de las funciones propias de su ministerio, el pastor tiene otras funciones naturales a las que también ha de atender; que no es un ser aislado en medio de la sociedad o, incluso, de la iglesia. Digo esto por un doble motivo: por un lado, porque en ocasiones el mismo pastor olvida esas responsabilidades en perjuicio de sus familiares más directos y, por tanto, de su propio ministerio. Por otro lado, es la propia iglesia —es decir, quienes la componen, personas igualmente, hombres y mujeres como él o como ella, que también tienen familia a la que atender— la que lo olvida, exigiendo de sus pastores una dedicación que supera lo correcto y olvida sus otras responsabilidades como miembro de una familia cristiana.
Los pastores tenemos familia, somos familia, porque además la familia forma parte del plan de Dios desde el comienzo de los tiempos. El texto de referencia más antiguo es: “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gn 2:24). El hombre, cuando se une en matrimonio a su mujer, constituye con ella una nueva unidad, «una sola carne», que, en la manera de entender las cosas del mundo hebreo, no se refiere solo a lo físico, pues aquí, como en otros textos, cuando se habla de «carne» se está refiriendo a todo el ser humano. El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, son uno, no dos: una mitad y otra mitad (Eva es el desdoblamiento de Adán, uno de sus costados, no solo una costilla, que es una traducción imperfecta: «hueso de mis huesos y carne de mi carne», diría Adán; es decir, parte de sí mismo). Ambos han debido abandonar a sus respectivos padres, para poder ser plenamente lo que ahora les toca ser: esposo y esposa y, en consecuencia, posibles padre y madre a su vez. Pero ese abandono de sus padres no es un abandono total y definitivo, pues como hijos, aunque ahora sean una entidad independiente, les toca la responsabilidad de atenderlos en su vejez. Se trata de constituir una entidad familiar a parte e independiente, pero no excluyente.
Dice la Escritura: “Si alguna viuda tiene hijos o nietos, aprendan estos primero a ser piadosos para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios (…) Manda también esto, para que sean irreprochables, porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”. (1 Ti 5:4,7-8).
Conocí en una capital europea a un pastor de cierta edad, mayor que yo, por cierto, que cuidaba con esmero a su padre anciano. No eran pocas las responsabilidades, ni las atenciones que debía prodigarle. Para mí fue un ejemplo de devoción. Todo un testimonio. Y todo el mundo sabe lo que significa cuidar a una persona anciana, dependiente en su totalidad del cuidado y del amor de sus familiares más próximos. Una responsabilidad así significa tiempo, energías, gastos, y una atención permanente hacia la persona anciana. Afortunadamente, en el caso mencionado aquí, la congregación era plenamente consciente de la situación de su pastor y no había problema ni reproche alguno, pero no siempre es así. Hay situaciones en las que las congregaciones se manifiestan muy exigentes y egoístas, llegando a la desconsideración hacia sus pastores. Así es en general la naturaleza humana, y las iglesias están compuestas por seres humanos, tan humanos como los pastores y sus familias. ¿Has vivido alguna vez ciertas reuniones de los consejos de iglesia, o asambleas generales, en los que prevalecen criterios que jamás deberían primar en el tratamiento de los «asuntos» del Reino? Las cosas no deberían de ser así, pero desgraciadamente, con cierta frecuencia lo son. A veces la mezquindad llega a niveles impensables. Todo depende del nivel de espiritualidad de las congregaciones o, mejor dicho, de los creyentes. Es evidente que donde prevalece la espiritualidad, donde gobierna el Espíritu y el amor de Dios es fruto natural y abundante, las situaciones negativas y desagradables se producirán en bastante menor medida que cuando imperan la carnalidad y los intereses personales. El apóstol Pablo resalta en su carta a los filipenses el interés de Timoteo por los hermanos, pero lo hace en contraste con lo que parecía ser bastante normal, “pues todos —escribe— buscan sus propios intereses y no los de Cristo Jesús. (Flp 2:21).
Además de los padres, los pastores pueden tener hermanos, otro foco de atención y de dedicación en la medida que corresponda, aunque normalmente menos comprometida. Simplemente lo menciono aquí en el sentido de que también esa relación puede existir y demandar cierto nivel de dedicación. En ocasiones, son inconversos, pero no por eso dejan de ser hermanos por los que hemos de preocuparnos, especialmente para que conozcan al Señor a través de nuestro testimonio.
Pero el punto de conflicto más importante para los pastores en cuanto a sus relaciones familiares y la iglesia suele darse mayormente en lo que tiene que ver con su esposa y con los hijos.
Hasta hace no mucho tiempo, la mayor parte de los pastores eran varones. Por eso me refiero aquí a la esposa del pastor como posible foco del problema: hablo de los ataques dirigidos contra ella por parte de creyentes inmaduros y caprichosos, a fin de desestabilizar el ministerio pastoral o como medio de socavar la autoridad pastoral. Siempre ha sido más fácil atacarla a ella, por diversas razones.
Conociendo muchas parejas pastorales, puedo decir que el equilibrio ministerial puede ser muy diverso: en algunos casos el mayor peso aparente del ministerio recae sobre él, ocupando ella una posición discreta, donde no se la nota mucho, lo cual no quiere decir que no ejerza una influencia decisiva sobre su marido e incluso sobre la iglesia. En este caso, puede suceder que se la ignore, o que se la ataque, precisamente por su discreción, reclamándosele que sea de otra manera, más «activa», más «líder», más de todo. Nadie conoce su labor equilibrante, ni sus oraciones o consejos, ni su trabajo anónimo y desinteresado pero eficaz en muchas áreas de ministerio. En otros casos, puede que la esposa y el esposo vayan bastante a la par en cuanto a su trabajo, visibilidad y efectividad ministerial. Tanto él como ella están al mismo nivel y la iglesia así lo percibe y lo reconoce. En este caso no faltarán quienes opinen que ella toma demasiado protagonismo en el ministerio, o que él le deja demasiado espacio y que se deja gobernar, o cualquier otra apreciación descalificadora. Por último, en el otro extremo, hay parejas ministeriales en las que ella tiene más ministerio pastoral que él. No se crea el lector que esto no puede ser, o que tal cosa es una anomalía bíblica. Es un hecho en muchas parejas pastorales; sucede, y no parece que Dios lo desapruebe, pues si bendice su labor será por algo. En estos casos, quizá el más atacado pueda ser él, o ambos a una vez. Me refiero a situaciones naturales, en las que no hay abuso ni desorden, sino que de manera natural y sin conflicto así sucede. No me refiero en absoluto a esos otros casos, que también existen, en los que la mujer «domina» sobre el marido ahogando su personalidad y, con una falta de respeto absoluta, lo somete para que se haga lo que ella dice, menoscabando y suplantando así su autoridad. Una situación así no es en absoluto deseable y debe ser corregida, por supuesto.
Recordemos, pues, que el pastorado es cosa de dos, porque esos dos son uno. De ahí la importancia que tiene la elección del cónyuge para aquellos y aquellas que son llamados al ministerio, porque decidirse por la persona equivocada puede arruinar el ministerio, e incluso la vida cristiana, mientras que hacer la elección correcta en la voluntad de Dios significará el éxito y la bendición, no en vano la voluntad de Dios es «lo bueno, lo agradable y lo perfecto». Los jóvenes que se sienten llamados al ministerio deben ser conscientes de esto, y buscar a Dios y el consejo de sus mayores (padres, pastores, etc.) antes de dejarse llevar por las apariencias y la emoción, y tomar decisiones de las que se lamentarán toda o buena parte de sus vidas. Si hoy el divorcio afecta a tantos creyentes, cuando no debería ser así, es en muchas ocasiones debido a la ligereza y poca espiritualidad con que tantas veces los jóvenes abordan el asunto de su futuro matrimonial.
Por último, es bastante normal que una pareja tenga hijos y, en consecuencia, que los pastores, si estamos casados, como es lo natural, también los tengamos. Mis СКАЧАТЬ