Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal
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Название: Persona, pastor y mártir

Автор: José María Baena Acebal

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия:

isbn: 9788417131999

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СКАЧАТЬ que ocurre es que la madurez cristiana permite que uno ame, que en medio de la adversidad se mantenga el gozo y la alegría, que uno no se amargue, que mantenga la paz, sea paciente y no piense lo peor de los hermanos; que pueda seguir tratándolos amablemente manteniéndose firme en su compromiso de fe sin agredir a nadie, sino siendo manso y humilde, manteniendo el control de su persona en todo momento. Son los frutos del Espíritu que, evidentemente, han de darse abundantemente en un pastor o una pastora, porque de no ser así las reacciones serían las mismas que las de cualquier ser humano sometido a presión, atosigado, agotado, humillado y minusvalorado por otros, lo que no sería un buen testimonio ni sería edificante. Ante tales circunstancias, algunos sucumben y abandonan, deprimidos, desanimados, amargados… El Señor provee su gracia para que esto no suceda, pero si nos descuidamos… todo puede suceder.

      Sufre

      Por eso, el «contrato» ministerial incluye una «cláusula de sufrimiento» que toda persona que se dedique al servicio del Señor ha de considerar y aceptar. Lo que ocurre es que, como muchos hacen con las interminables condiciones de los programas informáticos, marcan la casilla sin leerla, y siguen adelante. Pablo da testimonio de lo que había sido su vida:

      En trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. (2 Co 11:23-29).

      No toda esta lista de dificultades y sufrimientos forma parte de lo que nos tocará vivir en nuestros ministerios, pero son un ejemplo de hasta donde pueden llegar las cosas, para que no pensemos que todo ha de ser fácil en nuestra tarea. El pastorado no es una profesión bien remunerada, ni bien considerada socialmente, al menos no siempre ni en todas partes. El ministerio es un servicio que se hace al Señor y a las almas que se nos han encomendado, por el que hemos de dar cuenta, tema que tratamos al final en capítulo aparte.

      Pastorear almas implica pagar un precio. De hecho, servir al Señor en cualquier ministerio implica de por sí pagar cierto precio. Cualquier pastor que en realidad lo es puede dar testimonio de ello. Pablo se lo recuerda a Timoteo cuando le pide “no te avergüences del evangelio… sé participante conmigo de los sufrimientos por el evangelio, según el poder de Dios” (2 Ti 1:8), y “sé partícipe de los sufrimientos, como buen soldado de Jesucristo” (cp. 2:3). No se trata de sufrir por sufrir, como si el sufrimiento por sí mismo fuera algo valioso. El sufrimiento es consecuencia de persistir en la consecución de un propósito, del propósito de Dios para nuestras vidas y ministerios, según su mandato de «ir y predicar», de «hacer discípulos» de «enseñar», etc. La obra de Dios tienes fines bien definidos, pero la oposición de Satanás también los tiene y es esta oposición la que produce los sufrimientos de los siervos de Dios; por eso Pablo declara, “todo lo sufro a favor de los escogidos” (2:10). No olvidemos que en todo esto contamos con “el poder de Dios” (1:8).

      Trabaja

      En su lista, Pablo menciona “en trabajo y fatiga, en muchos desvelos… lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias”.

      Siempre se cuenta entre los pastores ese chiste que, aunque malo, expresa una realidad: un niño a quien el profesor le pregunta:

      —¿Tu padre en qué trabaja?

      Y el niño le contesta:

      —No, Sr. Profesor, mi padre no trabaja; mi padre es pastor.

      Claro, todos sabemos a lo que se refiere el niño: que su padre no tiene un trabajo secular, que su trabajo es el de pastor de una iglesia. Pero sin pretenderlo, expresa la idea que mucha gente tiene.

      En determinados países, donde el evangelio está bien arraigado, por lo general los pastores de iglesias son remunerados, e incluso bien o muy bien remunerados. Pero en muchos otros lugares donde la situación no es así, la cosa varía mucho. Hay iglesias grandes que pueden sostener a sus pastores e incluso a más personal, pero muchas otras iglesias no pueden cubrir todos los gastos y además proveer para el sostenimiento digno de sus ministros. En estos casos, salvo que reciban fondos de la denominación o de alguna otra fuente, los pastores se ven forzados a trabajar secularmente. El mismo Pablo tuvo que hacerlo. Este ha sido mi caso y el de muchos compañeros que conozco en distintos momentos del ministerio. En todo caso, salvo deshonrosas excepciones, los pastores trabajan. Lo hacen en la iglesia, en alguna empresa, en negocios propios, o en ambas situaciones. No deberíamos juzgar ninguna situación, porque sería injusto.

      El trabajo pastoral es normalmente intenso y dependerá en buena medida del tamaño de la iglesia y de su dinámica. En el caso de tener que trabajar además secularmente para poder mantener a la familia, el trabajo se multiplica por dos. Algunos pastores, en alguna ocasión, me han dicho: “Fui llamado al ministerio y si el ministerio no me mantiene, lo dejo. Tengo que vivir por fe”. Es cierto que Pablo dice: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio (1 Co 9:14); es un derecho de los siervos de Dios y una obligación de las iglesias mantener a sus ministros. Pero las circunstancias no siempre son las idóneas y, entonces, estamos llamados a adaptarnos a ellas y resolver bajo la dirección del Espíritu Santo. Ese mismo Pablo añade después, “pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo” (v. 15); y lo dice porque tenía otras razones más importantes que ya había expuesto previamente: “No hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (v. 12). Para Pablo, si sus derechos podían en alguna manera servir de obstáculo para la extensión del evangelio, él estaba dispuesto a renunciar a ellos sin ningún problema. Al despedirse de los ancianos de la iglesia de Éfeso en Mileto, les dice: “Vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir»” (Hch 20:34-35).

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