Legends, Tales and Poems. Bécquer Gustavo Adolfo
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Название: Legends, Tales and Poems

Автор: Bécquer Gustavo Adolfo

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ not far from Alcalá de Moncayo.]

      [Footnote 2: Trasmoz. A small village of some 300 inhabitants, situated in the province of Saragossa near the Moncayo and not far from the river Huecha. It contains an ancient castle. See p. 13, note 1.]

      Ya enzarzado en lo más espeso y fragoso del monte, llevando del diestro la caballería por entre sendas casi impracticables, ora por las cumbres para descubrir la salida del laberinto, ora por las honduras con la idea de cortar terreno, anduve vagando al azar un buen espacio de tarde hasta que por último, en el fondo de una cortadura tropecé con un pastor, el cual abrevaba su ganado en el riachuelo que, después de deslizarse sobre un cauce de piedras de mil colores, salta y se retuerce allí con un ruido particular que se oye á gran distancia, en medio del profundo silencio de la naturaleza que en aquel punto y á aquella hora parece muda ó dormida.

      Pregunté al pastor el camino del pueblo, el cual según mis cuentas no debía distar mucho del sitio en que nos encontrábamos, pues aunque sin senda fija, yo había procurado adelantar siempre en la dirección que me habían indicado. Satisfizo el buen hombre mi pregunta lo mejor que pudo, y ya me disponía á proseguir mi azarosa jornada, subiendo con pies y manos y tirando de la caballería como Dios me daba á entender, por entre unos pedruscos erizados de matorrales y puntas, cuando el pastor que me veía subir desde lejos, me dió una gran voz advirtiéndome que no tomara la senda de la tía Casca, si quería llegar sano y salvo á la cumbre. La verdad era que el camino, que equivocadamente había tornado, se hacía cada vez más áspero y difícil y que por una parte la sombra que ya arrojaban las altísimas rocas, que parecían suspendidas sobre mi cabeza, y por otro el ruido vertiginoso del agua que corría profunda á mis pies, y de la que comenzaba á elevarse una niebla inquieta y azul, que se extendía por la cortadura borrando los objetos y los colores, parecían contribuir á turbar la vista y conmover el ánimo con una sensación de penoso malestar que vulgarmente podría llamarse preludio de miedo. Volví pies atrás, bajé de nuevo hasta donde se encontraba el pastor, y mientras seguíamos juntos por una trocha que se dirigía al pueblo, adonde también iba á pasar la noche mi improvisado guía, no pude menos de preguntarle con alguna insistencia, por qué, aparte de las dificultades que ofrecía el ascenso, era tan peligroso subir á la cumbre por la senda que llamo de la tía Casca.

      –Porque antes de terminar la senda, me dijo con el tono más natural del mundo, tendríais que costear el precipicio á que cayó la maldita bruja que le da su nombre, y en el cual se cuenta que anda penando el alma que, después de dejar el cuerpo, ni Dios ni el diablo han querido para suya.

      –¡Hola! exclamé entonces como sorprendido, aunque, á decir verdad, ya me esperaba una contestación de esta ó parecida clase. Y ¿en qué diantres se entretiene el alma de esa pobre vieja por estos andurriales?

      –En acosar y perseguir á los infelices pastores que se arriesgan por esa parte de monte, ya haciendo ruido entre las matas, como si fuese un lobo, ya dando quejidos lastimeros como de criatura, ó acurrucándose en las quiebras de las rocas que están en el fondo del precipicio, desde donde llama con su mano amarilla y seca á los que van por el borde, les clava la mirada de sus ojos de buho, y cuando el vértigo comienza á desvanecer su cabeza, da un gran salto, se les agarra á los pies y pugna hasta despeñarlos en la sima.... ¡Ah, maldita bruja! exclamó después de un momento el pastor tendiendo el puño crispado hacia las rocas como amenazándola; ¡ah! maldita bruja, muchas hiciste en vida, y ni aun muerta hemos logrado que nos dejes en paz; pero, no haya cuidado, que á tí y tu endiablada raza de hechiceras os hemos de aplastar una á una como á víboras.

      –Por lo que veo, insistí, después que hubo concluído su extravagante imprecación, está usted muy al corriente de las fechorías de esa mujer. Por ventura, ¿alcanzó usted á conocerla? Porque no me parece de tanta edad como para haber vivido en el tiempo en que las brujas andaban todavía por el mundo.

      Al oir estas palabras el pastor, que caminaba delante de mí para mostrarme la senda, se detuvo un poco, y fijando en los míos sus asombrados ojos, como para conocer si me burlaba, exclamó con un acento de buena fe pasmosa:—¡Que no le parezco á usted de edad bastante para haberla conocido! Pues ¿y si yo le dijera que no hace aún tres años cabales que con estos mismos ojos que se ha de comer la tierra, la ví caer por lo alto de ese derrumbadero, dejando en cada uno de los peñascos y de las zarzas un jirón de vestido ó de carne, hasta que llegó al fondo donde se quedó aplastada como un sapo que se coge debajo del pie?

      –Entonces, respondí asombrado á mi vez de la credulidad de aquel pobre hombre, daré crédito á lo que usted dice, sin objetar palabra; aunque á mí se me había figurado, añadí recalcando estas últimas frases para ver el efecto que le hacían, que todo eso de las brujas y los hechizos no eran sino antiguas y absurdas patrañas de las aldeas.

      –Eso dicen los señores de la ciudad, porque á ellos no les molestan; y fundados en que todo es puro cuento, echaron á presidio á algunos infelices que nos hicieron un bien de caridad á la gente del Somontano,[1] despeñando á esa mala mujer.

      [Footnote 1: la gente del Somontano = 'the people of the Slope,' those living near the foot of the Moncayo mountain.]

      —¿Conque no cayó casualmente ella, sino que la hicieron rodar, que quieras que no? ¡Á ver á ver! Cuénteme usted como pasó eso, porque debe ser curioso, añadí, mostrando toda la credulidad y el asombro suficiente, para que el buen hombre no maliciase que sólo quería distraerme un rato, oyendo sus sandeces; pues es de advertir que hasta que no me refirió los pormenores del suceso, no hice memoria de que, en efecto, yo había leído en los periódicos de provincia una cosa semejante. El pastor, convencido por las muestras de interés con que me disponía á escuchar su relate, de que yo no era uno de esos señores de la ciudad, dispuesto á tratar de majaderías su historia, levantó la mano en dirección á uno de los picachos de la cumbre, y comenzó así, señalándome una de las rocas que se destacaba obscura é imponente sobre el fondo gris del cielo, que el sol, al ponerse tras las nubes, teñía de algunos cambiantes rojizos.

      –¿Ve usted aquel cabezo alto, alto, que parece cortado á pico, y por entre cuyas penas crecen las aliagas y los zarzales? Me parece que sucedió ayer. Yo estaba algunos doscientos pasos camino atrás de donde nos encontramos en este momento: próximamente sería[1] la misma hora, cuando creí escuchar unos alaridos distantes, y llantos é imprecaciones que se entremezclaban con voces varoniles y coléricas que ya se oían por un lado, ya por otro, como de pastores que persiguen un lobo por entre los zarzales. El sol, según digo, estaba al ponerse, y por detrás de la altura se descubría un jirón del cielo, rojo y encendido como la grana, sobre el que ví aparecer alta, seca y haraposa, semejante á un esqueleto que se escapa de su fosa, envuelto aún en los jirones del sudario, una vieja horrible, en la que conocí á la tía Casca. La tía Casca era famosa en todos estos contornos, y me bastó distinguir sus greñas blancuzcas que se enredaban alrededor de su frente como culebras, sus formas extravagantes, su cuerpo encorvado y sus brazos disformes, que se destacaban angulosos y obscuros sobre el fondo de fuego del horizonte, para reconocer en ella á la bruja de Trasmoz. Al llegar ésta al borde del precipicio, se detuvo un instante sin saber qué partido tomar. Las voces de los que parecían perseguirla sonaban cada vez más cerca, y de cuando en cuando la veía hacer una contorsión, encogerse ó dar un brinco para evitar los cantazos que le arrojaban. Sin duda no traía el bote de sus endiablados untos, porque, á traerlo, seguro que habría atravesado al vuelo la cortadura, dejando á sus perseguidores burlados y jadeantes como lebreles que pierden la pista. ¡Dios no lo quiso así, permitiendo que de una vez pagará todas sus maldades!… Llegaron los mozos que venían en su seguimiento, y la cumbre se coronó de gentes, éstos con piedras en las manos, aquellos con garrotes, los de más allá con cuchillos. Entonces comenzó una cosa horrible. La vieja, ¡maldita hipocritona! viéndose sin huida, se arrojó al suelo, se arrastró por la tierra besando los pies de los unos, abrazándose á las rodillas de los otros, implorando en su ayuda á la Virgen y á los Santos, cuyos nombres sonaban en su condenada boca como una blasfemia. Pero los mozos, СКАЧАТЬ