Legends, Tales and Poems. Bécquer Gustavo Adolfo
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Legends, Tales and Poems - Bécquer Gustavo Adolfo страница 19

Название: Legends, Tales and Poems

Автор: Bécquer Gustavo Adolfo

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

Серия:

isbn:

isbn:

СКАЧАТЬ desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.

      Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fué nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba á sentarme al borde de la fuente, á buscar en sus ondas … no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago[1] creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña … muy extraña … los ojos de una mujer.

      [Footnote 1: Relámpago. The name of his horse, mentioned p. 17.]

      Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitive entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y cuyos cálices parecen esmeraldas … no sé: yo creí ver una mirada que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos.

      En su busca fuí un día y otro á aquel sitio:

      Por último, una tarde … yo me creí juguete de un sueño … pero no, es verdad, la[1] he hablado ya muchas veces, como te hablo á tí ahora … una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto… sí; porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de un color imposible; unos ojos …

      [Footnote 1: la. The Spanish Academy condemns the use of la instead of le as a feminine dative. Spanish writers, however, frequently so employ it.]

      —¡Verdes! exclamó Iñigo con un acento de profundo terror, é incorporándose de un salto en su asiento.

      Fernando le miró á su vez como asombrado de que concluyese lo que iba á decir, y le pregunto con una mezcla de ansiedad y de alegría:

      –¿La conoces?

      –¡Oh, no! dijo el montero. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio ó mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, á no volver á la fuente de los Álamos. Un día ú otro-os alcanzará su venganza, y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.

      –¡Por los que más amo!… murmuró el joven con una triste sonrisa.

      –¡Sí!, prosiguió el anciano; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer …

      –¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dió la vida, y todo el cariño que pueden atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos … ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos!

      Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío: ¡Cúmplase la voluntad del cielo!

      III

      —¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae á estos lugares, ni á los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda, yo te amo, y, noble ó villana, seré tuyo, tuyo siempre....

      El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban á grandes pasos, por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco á poco de la superficie del lago, comenzaba á envolver las rocas de su margen.

      Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima á desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba temblando el primogénito de Almenar, de rodillas á los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.

      Ella era hermosa, hermosa y pálida, como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

      Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras, pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.

      –¡No me respondes! exclamó Fernando al ver burlada su esperanza; ¿querrás que dé crédito á lo que de tí me han dicho? ¡Oh! No.... Háblame: yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer…

      –Ó un demonio.... ¿Y si lo fuese?

      El joven vaciló un instante; un sudor frió corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casí, exclamó en un arrebato de amor:

      –Si lo fueses … fe amaría … te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.

      –Fernando, dijo la hermosa entonces con una voz semejante á una música: yo te amo más aún que tu me amas; yo, que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la tierra; soy una mujer digna de tí, que eres superior á los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas; incorpórea como ellas, fugaz y trasparente, hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor … como á un mortal superior á las supersticiones del vulgo, como á un amante capaz de comprender mi cariño extraño y misterioso.

      Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así:

      –¿Ves, ves el limpido fondo de ese lago, ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?… Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales … y yo … yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie.... Ven, la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino … las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles, el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven … ven …

      La noche comenzaba á extender sus sombras, la luna rielaba en la superficie del lago, la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la obscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas.... Ven … ven … estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven … y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo, donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso … un beso …

      Fernando dió un paso hacia ella … otro … y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban á su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve … y vaciló … y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre.

      Las aguas saltaron en chispas de luz, СКАЧАТЬ