Los conquistadores españoles. Frederick A. Kirkpatrick
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los conquistadores españoles - Frederick A. Kirkpatrick страница 13

Название: Los conquistadores españoles

Автор: Frederick A. Kirkpatrick

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153808

isbn:

СКАЧАТЬ Oviedo: «Hizo extremadas crueldades y muertes en los indios, sin causa, aunque se le venían a convidar con la paz, y los atormentaba y los robaba... y dejó de guerra toda la tierra alzada... y entrañable enemistad.»

      Cuando, mediante los debidos trámites, se iba a sustituir a Pedrarias en el gobierno de Darién, la oportuna muerte de su sucesor le dejó aún siete anos al mando de aquella provincia. Al terminar este período se dio mana para lograr el gobierno de Nicaragua. Allí murió el terrible viejo, en 1530, después de dieciséis anos de tiranía en las Indias. Oviedo, que, justo es decirlo, le odiaba, declara que Pedrarias era responsable de la muerte y esclavitud de dos millones de indios. Aunque, desde luego, no sea esto estadísticamente exacto, es un significativo epitafio.

      [*] Cfr. mapa de referencia n. 2.

      [**] Cfr. mapa n. 3.

      V.

      NUEVA ESPAÑA (1517-1519)

      El relato de la caída de la civilización azteca ante los invasores españoles ha ocupado merecidamente un lugar preeminente en la imaginación popular, pues de cada página trasciende lo fabuloso, y, desde luego, muy pocos novelistas —o quizá ninguno— han concebido un argumento tan pletórico de incidentes o han llevado sus héroes a la victoria frente a mayor desproporción. Por otra parte, la existencia de la civilización de los aztecas —imperio organizado con ciudades construidas de piedra y rico en oro y piedras preciosas— conmovió al Viejo Mundo como cosa casi increíble.

      PEDRO MÁRTIR

      Leer a Bernal Díaz es como oír el relato de alguno que, sin ninguna preparación literaria ni oratoria, poseyera el arte natural del novelista innato, la facultad de dar un sentido vital a todo lo que cuenta: las penalidades del cansancio, el hambre, las heridas, la fiebre, el peligro; los guerreros aztecas, tan vistosos con sus adornos con plumas en el cabello; la magnificencia fantástica de la corte de Moctezuma, el horror de los sacrificios humanos, la confusa y funesta pesadilla de la noche triste, el redoblar del gran tambor de piel de serpiente cuando los cautivos cristianos subían las escaleras de la pirámide para ser sacrificados, y la victoria final, contada sin una palabra de retórica o de triunfo, pero con la más intensa fuerza narrativa.

      Díaz dice francamente lo que piensa de Cortés, censura las imprudencias y terquedades que en ocasiones tenía el caudillo, y le acusa de injusto en el reparto del botín y de las mujeres bonitas, así como que escribiese al emperador: «Hice esto. Ordené a uno de mis capitanes hacer aquello», en vez de reconocer el tanto de mérito de sus bravos compañeros. Pero, en general, habla Díaz con leal y cariñosa admiración del valiente capitán Hernán Cortés, que era el primero en poner la mano en cualquier tarea audaz; ponía gran cuidado en todo y era muy previsor. El viejo soldado cierra su Verdadera historia con un relato brillante y simpático del capitán y compañero que él había estimado y seguido.

      Pero donde quiera que desembarcaban o trataban de llenar sus pipas de agua, eran asaltados —tras breve muestra de amistad y algunos cambios de abalorios por oro— con chaparrones de flechas y piedras, pues los inteligentes y vigorosos mayas, aunque desconocedores del hierro y el bronce, y viviendo aún en la Edad de Piedra, no sólo eran expertos arqueros y honderos, sino también guerreros decididos nunca sojuzgados por los aztecas de Méjico, que habían dominado a los pueblos vecinos. En esta primera expedición sólo la mitad escasa de los expedicionarios pudo resistir para volver a Cuba, donde a los diez días murió Córdoba de sus numerosas heridas.

      Velázquez, al ver las muestras de oro, preparó una segunda expedición, triple que la primera, al mando de su primo Grijalva, hombre de reconocida СКАЧАТЬ