Название: Los conquistadores españoles
Автор: Frederick A. Kirkpatrick
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432153808
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Pedrarias, con todas sus faltas, no carecía de energía. Obedeciendo el mandato del rey, que esperaba que las especias de las Molucas encontraran paso para Europa a través del istmo, aseguró el camino de Acla a Panamá, fundada por él en 1519[**], a cierta distancia al oeste del golfo donde Balboa descubrió el mar del Sur. Naves enviadas por él desde Acla y Panamá exploraron ambas costas y sus territorios. Exploradores y conquistadores avanzaron por ambos mares y también por tierra hacia el Noroeste, tropezando con peligros, privaciones, bajas y tocia clase de penalidades. Algunos de ellos eran capitanes enviados por Pedrarias; otros reclamaban o asumían autoridad independiente. Avanzaban, luchando con los indios, haciéndolos esclavos, y a veces disputaban entre sí por cuestiones de predominio. En la parte occidental de Nicaragua les salieron al paso tribus de guerreros vigorosos y clecicliclos con armas nada despreciables; hubo luchas enconadas y serias pérdidas, pero tocio esto no era sino un retraso pasajero. Su camino estuvo jalonado con excesiva frecuencia por las atroces crueldades inseparables de los nombres de Pedrarias y los suyos. Por último, tras penetrar en Nicaragua y Honduras, se pusieron en contacto con los hombres enviados allá por Cortés después de la conquista de Méjico; dos corrientes conquistadoras se encontraron: una procedente del Sur y otra del Norte, extendiendo el dominio español por toda la región ístmica.
Cuando, mediante los debidos trámites, se iba a sustituir a Pedrarias en el gobierno de Darién, la oportuna muerte de su sucesor le dejó aún siete anos al mando de aquella provincia. Al terminar este período se dio mana para lograr el gobierno de Nicaragua. Allí murió el terrible viejo, en 1530, después de dieciséis anos de tiranía en las Indias. Oviedo, que, justo es decirlo, le odiaba, declara que Pedrarias era responsable de la muerte y esclavitud de dos millones de indios. Aunque, desde luego, no sea esto estadísticamente exacto, es un significativo epitafio.
[*] Cfr. mapa de referencia n. 2.
[**] Cfr. mapa n. 3.
V.
NUEVA ESPAÑA (1517-1519)
El relato de la caída de la civilización azteca ante los invasores españoles ha ocupado merecidamente un lugar preeminente en la imaginación popular, pues de cada página trasciende lo fabuloso, y, desde luego, muy pocos novelistas —o quizá ninguno— han concebido un argumento tan pletórico de incidentes o han llevado sus héroes a la victoria frente a mayor desproporción. Por otra parte, la existencia de la civilización de los aztecas —imperio organizado con ciudades construidas de piedra y rico en oro y piedras preciosas— conmovió al Viejo Mundo como cosa casi increíble.
PEDRO MÁRTIR
El pasaje arriba citado no proviene de alguna decorativa divagación histórica, sino de una sobria aportación científica a la arqueología mejicana. Prescott comenzó su famosa narración —que, con un siglo ya, se mantiene siempre nueva— haciendo notar que «el aniquilamiento de un gran imperio por un puñado de aventureros, considerado en todas sus exóticas y pintorescas manifestaciones, más parece novela que seria historia». Al intentar la descripción de «esta zambullida en lo desconocido y la lucha triunfante de unos cuantos españoles aislados contra una raza poderosa y avezada a la guerra»[1], el narrador se siente desde el principio sobrecogido de asombro.
Sin embargo, ninguna parte de la conquista se conoce mejor que ésta. El mismo Cortés nos cuenta su historia en cinco despachos[2] dirigidos al emperador Carlos V, y además, existen otros textos contemporáneos o basados en testimonios de la época. En 1552, cinco años después de morir Cortés, su capellán Gómara publicó su Historia de la Conquista de Méjico. Este libro, inspirado por Cortés, indignó vivamente a un veterano soldado de la conquista, Bernal Díaz del Castillo, porque Gómara, aunque relataba con claridad y esmero, atribuía todos los éxitos a su protector Cortés. Bernal Díaz, ya anciano y regidor de la ciudad de Guatemala, había vivido allí muchos años en paz, ayudado por sus vasallos indios, cuando comenzó a componer su Verdadera historia de los sucesos de la Conquista de Nueva España[3]. Esta recta obra, vivaz y convincente por su misma sencillez, es una de las más bellas narraciones de entre las escritas en todos los idiomas. El veterano tenía la memoria fiel de quien no lo espera todo de los documentos escritos; aún veía ante sus ojos las cosas que le habían sucedido. De sus camaradas cuenta: «Vivíamos como hermanos... como ahora los tengo en la mente y sentido y memoria, supiera pintar y esculpir sus cuerpos y figuras y talles y manos», y describe el color y las cualidades de cada uno de los 16 caballos —monstruos extraños para los mejicanos— que, aterrándolos con sus embestidas, trocaron repetidas veces una inminente derrota en una victoria.
Leer a Bernal Díaz es como oír el relato de alguno que, sin ninguna preparación literaria ni oratoria, poseyera el arte natural del novelista innato, la facultad de dar un sentido vital a todo lo que cuenta: las penalidades del cansancio, el hambre, las heridas, la fiebre, el peligro; los guerreros aztecas, tan vistosos con sus adornos con plumas en el cabello; la magnificencia fantástica de la corte de Moctezuma, el horror de los sacrificios humanos, la confusa y funesta pesadilla de la noche triste, el redoblar del gran tambor de piel de serpiente cuando los cautivos cristianos subían las escaleras de la pirámide para ser sacrificados, y la victoria final, contada sin una palabra de retórica o de triunfo, pero con la más intensa fuerza narrativa.
Díaz dice francamente lo que piensa de Cortés, censura las imprudencias y terquedades que en ocasiones tenía el caudillo, y le acusa de injusto en el reparto del botín y de las mujeres bonitas, así como que escribiese al emperador: «Hice esto. Ordené a uno de mis capitanes hacer aquello», en vez de reconocer el tanto de mérito de sus bravos compañeros. Pero, en general, habla Díaz con leal y cariñosa admiración del valiente capitán Hernán Cortés, que era el primero en poner la mano en cualquier tarea audaz; ponía gran cuidado en todo y era muy previsor. El viejo soldado cierra su Verdadera historia con un relato brillante y simpático del capitán y compañero que él había estimado y seguido.
La historia de Nueva España comienza cuando algunos hombres de la Española, entre ellos Bernal Díaz, cansados de padecer sin provecho y sin gloria el hambre y la peste, se procuraron un barco y abandonaron a Pedrarias, poniendo proa a Cuba. No hallando allí fortuna, se unieron a otros decepcionados y ambiciosos —un centenar en total—, y, con permiso y ayuda de Velázquez, se embarcaron en tres naves en busca de nuevas tierras, eligiendo jefe a Francisco Hernández de Córdoba, caballero capaz y valiente, según su amigo Las Casas. Tras salir del extremo occidental de Cuba, llegaron en febrero de 1517 a la costa del Yucatán. Aquí todo era nuevo para ellos. Les admiró el encontrar gente vestida de algodón teñido, cultivos de maíz, ídolos monstruosos cuidadosamente labrados y una ciudad torreada, construida de albañilería, tan exótica e imponente para sus ojos aún no habituados, que le pusieron el Gran Cairo. Su asombro estaba justificado. Habían tropezado con una cultura elaborada y artística, distinta de cuanto existía en el Viejo Mundo[4].
Pero donde quiera que desembarcaban o trataban de llenar sus pipas de agua, eran asaltados —tras breve muestra de amistad y algunos cambios de abalorios por oro— con chaparrones de flechas y piedras, pues los inteligentes y vigorosos mayas, aunque desconocedores del hierro y el bronce, y viviendo aún en la Edad de Piedra, no sólo eran expertos arqueros y honderos, sino también guerreros decididos nunca sojuzgados por los aztecas de Méjico, que habían dominado a los pueblos vecinos. En esta primera expedición sólo la mitad escasa de los expedicionarios pudo resistir para volver a Cuba, donde a los diez días murió Córdoba de sus numerosas heridas.
Velázquez, al ver las muestras de oro, preparó una segunda expedición, triple que la primera, al mando de su primo Grijalva, hombre de reconocida СКАЧАТЬ