Los conquistadores españoles. Frederick A. Kirkpatrick
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Название: Los conquistadores españoles

Автор: Frederick A. Kirkpatrick

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153808

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СКАЧАТЬ el encargo de los reyes de ponerse al frente de otra expedición (1502-1504), con jurisdicción civil y criminal sobre 140 hombres, pagados por la corona, por cuya cuenta fueron asimismo arrendadas y equipadas cuatro naves. Se determinó previamente el rumbo a seguir, con órdenes de no tocar en la Española a la ida; también se planeó la busca de tesoros y el establecimiento de una colonia en las tierras que se descubrieran. Acompañaron al almirante su hermano Bartolomé y Fernando, su hijo ilegítimo, de catorce años de edad, el cual cobraba la paga del rey como un miembro más de la expedición. Demuestra que el almirante iba al mando de una escuadra de guerra real, y que se le trataba con señalada confianza, el hecho de que los Reyes Católicos les enviaron orden, poco antes de zarpar, de modificar su rumbo para socorrer a un puesto portugués en África que había sido sitiado por los moros. Los documentos que atestiguan estos preliminares y la historia de este viaje están recogidos por Navarrete, cuya Colección de Viajes (Madrid, 1823-1837) continúa siendo la principal e indispensable autoridad en lo referente a los viajes de Colón, y forma la parte más valiosa de la Raccolta, publicada en 1892. El almirante llevó debidamente a cabo el encargo, para encontrarse con que el sitio de la playa había cesado y la guarnición portuguesa no necesitaba ya la ayuda que él llevaba.

      Este último viaje de Colón al mando de una escuadra real se destaca en la historia de las exploraciones y conquistas, pues así como Colón había sido el primero en descubrir las Antillas y el Continente, ahora iba a ser el primero en explorar la región conocida después con el nombre de América Central, con la idea de encontrar un estrecho y establecer una colonia en tierra firme. Fue también el primero que entró en contacto —un rápido contacto en realidad— con la admirable civilización o semi-civilización del Yucatán y de la región mejicana. Su empresa se caracterizó por una gran persistencia en el esfuerzo, a pesar de los desastres que se acumularon y de las enfermedades agotadoras.

      Antes de su marcha escribió al Papa: «Gané 1.400 islas y 933 leguas de tierra-firme de Asia, sin otras islas famosísimas... Estas islas (Española) es Tarsis, es Cethia, es Ofir y Ophaz y Cipanga." Con su viaje intentó justificar tales pretensiones hallando ricas tierras hacia Poniente, y más y más oro. «El oro es excelentísimo —escribió—; de oro se hace tesoros, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso.»

      Antes de partir de España, el almirante completó su Libro de los Privilegios, esto es, de los privilegios que le habían sido concedidos, así como su extraño Libro de las Profecías, en el que trata de probar que las profecías del Antiguo Testamento predicen sus descubrimientos y la reconquista del Santo Sepulcro que esperaba realizar. La creencia de Colón de que había algo misterioso, algo grabado por mandato divino en su nombre y su persona, se manifiesta claramente en su habitual rúbrica simbólica, que ha sido diversamente interpretada por conjeturas, pero nunca con certeza.

      En mayo de 1502 levó anclas en Cádiz. Las necesidades de su flota le llevaron, pese a la prohibición real, a Santo Domingo, la única base española en el Nuevo Mundo, donde 30 barcos estaban dispuestos para zarpar rumbo a España. Se hicieron a la mar sin atender la predicción de un huracán hecha por Colón; 20 naves se hundieron con todos sus tripulantes —entre ellos Bobadilla y Roldán— y con grandes riquezas, entre éstas un lingote que se dice pesaba 36 libras, 3.600 pesos de oro. Uno de los buques llegó a España; los restantes regresaron con grandes destrozos. Este desastre se destaca, por su gran fuerza dramática, entre las innumerables tragedias de la conquista.

      Mientras tanto, los cuatro navíos de Colón soportaron la tormenta, fueron a Jamaica y sur de Cuba y después se dirigieron al Suroeste, a través del mar Caribe. Su hijo Fernando cuenta que en la isla de Bonaca (Guanaca), frente a la costa septentrional de Honduras, les salió al paso una canoa cargada de mercancías y tripulada por 25 hombres, con una cabina construida con hojas de palmera, impenetrable a la lluvia, que protegía a las mu je res, los niños y las mercancías (vestidos y sábanas de algodón teñido, destrales y otros artículos fabricados de cobre, y armas como las que luego se hallaron en Méjico). La gente de la canoa declaró que traían aquellas cosas del Oeste (es decir, del Yucatán). Pero en vez de sentirse arrastrado a Occidente por esta certidumbre de riquezas y buena acogida, el almirante perseveró en su primitivo propósito. Navegó al Este, hasta el llamado por él cabo Gracias a Dios, y de allí al Sur, exploró las costas de Honduras, Nicaragua y Costa Rica (empleando los nombres modernos) hasta el istmo. Se encontró oro y pruebas de que había por allí gran abundancia de este metal, sobre todo en Veragua. Pero los costaneros, aunque algo más avanzados en el modo de vivir que los isleños de las Antillas, eran menos tratables. Sin embargo, el oír hablar —coincidiendo con lo que él creía— de un país rico y civilizado, bañado por la mar, que se encontraba nueve días de marcha al Occidente, Colón buscó un paso («como se navega de Cataluña a Vizcaya o de Venecia a Pisa») por donde poder navegar hasta aquella tierra, situada a la otra orilla.

      La interesantísima observación anterior demuestra que Colón había logrado tener una noción bastante exacta de la forma de la tierra que estaba costeando; pero, por otra parte, cuando se nos dice que los indios afirmaban de la costa contraria que «de allí a diez jornadas es el río Ganges», se deja traslucir que Colón no sabía más que cualquier otro sobre qué pudiera existir del otro lado. Como otros exploradores impacientes, interpretaba los gestos y palabras de los indios a medida de sus deseos, aferrándose a la idea de la proximidad del Continente asiático o de haber entrado ya en contacto con él. Siguiendo al Este su viaje, llegó al lugar donde ya había tocado Bastidas, navegando en dirección opuesta, y no encontró estrecho alguno. Colón y sus hombres conocían ya, probablemente, el sitio donde se detuvo Bastidas, puesto que éste regresó a Santo Domingo antes que Colón hiciese allí escala en su viaje de ida, y es casi seguro que los de la expedición que volvía y los de las que marchaba cambiasen impresiones. ya que cada nuevo viaje era discutido apasionadamente por los marinos, pasando las cartas de navegar de unas manos a otras.

      De acuerdo con el mandato real, se intentó establecer una colonia con Bartolomé como gobernador. Pero los indígenas eran muy diferentes a los de la Española; atacaron con furia a grupos sueltos de estos intrusos; murieron en estas refriegas algunos españoles; otros, entre ellos Bartolomé, resultaron heridos. Luego de pasar por muchos peligros y sufrimientos y de un angustioso aplazamiento a causa del tiempo tormentoso en aquella costa batida por la resaca, los supervivientes se embarcaron, siendo abandonada la colonia.

      Con más sufrimientos aún que los causados por los riesgos propios de viajes a través de mares desconocidos y tierras salvajes —tempestades, lluvias torrenciales, naufragios, luchas con los salvajes y pérdida de hombres, enfermedades y hambre—, Colón tuvo que permanecer un año en Jamaica; en la playa, los dos barcos carcomidos que le quedaban. Fue salvado por la devoción de Diego Méndez, un bravo caballero que hizo un viaje a Santo Domingo en una piragua, y desde allí envió a Colón un barco. En su testamento dispuso Méndez que se grabara una piragua en su piedra sepulcral.

      Colón vino a España por última vez en 1504, cuando murió la reina Isabel. La sobrevivió dieciocho meses, afligido por la gota y la vejez prematura, importunando en vano a Fernando pidiéndole la completa restauración de sus derechos y autoridad. Si bien esta petición estaba muy justificada, hubiera sido una errónea justicia concederle plenamente la autoridad vicerreal, puesto que la experiencia había demostrado que no sabía mantenerla. El establecer en las Indias un despotismo —y neopotismo— personal hereditario hubiera sumido a la isla y regiones costeras en constantes contiendas como las que deshicieron a Pizarro y los suyos en el Perú.

      No es cierto que el almirante muriese pobre y abandonado, aunque sí decepcionado en sus grandiosas ambiciones y por las promesas incumplidas. La corona obtenía ya algunas rentas de la Española, debidas a los impuestos reales sobre el oro que se obtuviese por particulares utilizando el trabajo de los indios, y Colón recibía con regularidad el diezmo de estos tributos. Su testamento es el de un hombre en buena situación económica, y a su heredero СКАЧАТЬ