Los conquistadores españoles. Frederick A. Kirkpatrick
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Название: Los conquistadores españoles

Автор: Frederick A. Kirkpatrick

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432153808

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СКАЧАТЬ rica en oro que España lo era en cobre; pero, según afirmó, la conquista de aquella región requeriría 1.000 hombres. Balboa decidió llegar a aquel otro mar del que había oído hablar. Con informes exactos de sus amigos indios se embarcó en Darién y navegó al Oeste, hacia la parte más estrecha del istmo —que en este lugar sólo tiene 60 millas de anchura (o menos, si fuera posible atravesarlo en línea recta)—, pero eran 60 millas de terreno montañoso y quebrado, obstaculizado por ríos y pantanos, cubiertos de selva densa, apartado de los lugares de aprovisionamiento y albergando hostiles tribus indias. Balboa se internó al Sur con guías y servidores indios y 190 españoles. Por lo menos dos veces encontró obstruido el camino por tribus indias enemigas; sin embargo, el explorador se proponía la paz, y mediante una combinación de fuerza y diplomacia se abrió paso o convirtió en amigos a los enemigos.

      Al aproximarse a la cumbre, desde la cual, según le habían asegurado, se divisaría el mar, se adelantó solo. Desde la altura abarcó con la vista un nuevo Océano que se extendía ante él, y, arrodillándose, levantó las manos al cielo en acción de gracias; entonces hizo señas a sus compañeros para que se acercaran, y, tras un segundo acto de devoción en común, dijo haber llegado el fin y consumación de todos sus trabajos. Había resuelto la principal incógnita de las nuevas tierras, y la fecha, 25 de septiembre de 1513, precisamente veintiún años después del primer desembarco de Colón, es el segundo hito en la historia de los conquistadores.

      Después de cortar ramas en señal de toma de posesión, levantar una cruz y un pilar de piedras y grabar en los árboles el nombre del rey, siguió Balboa más al Sur. Pasados algunos días desembarcó en la playa del golfo de San Miguel; allí se adentró en el agua salada hasta la cintura, armado con el escudo y la espada desenvainada, y erguido entre las olas del mar recién descubierto, elevó el estandarte de Castilla e hizo testigos a sus acompañantes de que tomaba posesión de aquel mar y de todas las provincias y reinos adyacentes en nombre de los soberanos castellanos. Aquel mar era el Océano Pacífico.

      Con riesgo de su vida, se embarcó Balboa en frágiles canoas sobre las aguas encrespadas. Encontró una rica pesquería de perlas y reservó las mejores para enviarlas al rey con una remesa de oro y la noticia de su descubrimiento. Tras unos cinco meses de ausencia, regresó a Darién cargado de riquezas, orgulloso y rebosante de valor, no habiendo dejado en los países que cruzó sino indios amigos o pacificados. Oviedo, que conocía a Balboa y sus hazañas, da los nombres de 20 jefes indios, cuya alianza se había agenciado en el transcurso de su gobierno; el total era de 30 reyezuelos aliados.

      Los mensajeros enviados por Balboa a España, que llevaban el oro y las perlas que evidenciarían sus servicios y su gran descubrimiento, llegaron demasiado tarde a la corte para poder prevenir una tragedia que se estaba incubando. El rey, al recibir las acusaciones de Enciso sobre el proceder de Balboa, había nombrado gobernador de Darién a Pedro Arias de Ávila, llamado corrientemente Pedrarias, hombre ya viejo, afamado por su discreción y sus leales servicios en muchas guerras. Los poderes ilimitados en tierra salvaje debieron endurecer su carácter, pues se le conocía después por furor domini. Cuando los enviados de Balboa fueron al rey con las elocuentes ofrendas de que eran portadores, el rey estuvo dispuesto a revocar el nombramiento de Pedrarias, pero fue disuadido por Fonseca. Sin embargo, accediendo a la petición de hombres que hacía Balboa, ordenó Fernando que acompañaran al nuevo gobernador 1.200 soldados pagados; pero las fábulas del oro —se decía que el oro se sacaba del agua con redes— atrajeron a tantos voluntarios, además de los 1.200 a sueldo, que fue necesario poner un límite —1.500 a la compañía de Pedrarias, que, según se decía, era la compañía más brillante que saliera nunca de España—. Más de 500 de ellos murieron de hambre o de modorra a poco de haber desembarcado en la tierra de promisión; así lo cuenta Oviedo, que acompañaba a la expedición como oficial real. Se consumían de hambre caballeros ataviados de seda y brocados, comprados como alegre equipo para las guerras italianas, incongruentes en el salvajismo de estas tierras extrañas.

      Los mensajeros que se adelantaron para anunciar a Pedrarias esperaban hallar a Balboa rodeado de boato oficial. Le encontraron vestido como un labrador y ayudando a sus indios a colocar el techo de paja de su casa.

      Aunque sustituido en el gobierno general, Balboa fue nombrado por el rey adelantado del mar del Sur y gobernador de dos provincias costaneras. Dos años se mantuvieron las relaciones amistosas entre ambos; Pedrarias, como prueba de que las rencillas desaparecían y se unían las fuerzas, hasta dio su hija en matrimonio a Balboa, estando ella en España, y desde entonces se dirigió a él como a hijo suyo, empleando el lenguaje de un suegro afectuoso; pero la situación seguía siendo difícil. Balboa escribió al rey, dieciséis meses después de la llegada de Pedrarias, protestando con vehemencia de que su obra estuviera siendo destruida por las desoladoras crueldades perpetradas sobre sus leales aliados por los capitanes de Pedrarias. Entretanto, Balboa quiso continuar su obra navegando por el mar del Sur y descubriendo las ricas tierras que lo bordean.

      Desde Acla, puesto establecido por Pedrarias en la costa septentrional de la parte más estrecha del istmo, condujo Balboa hasta el mar del Sur los materiales para cuatro bergantines; trabajo que costó la vida a muchos indios. Se construyeron los cuatro bergantines; Balboa esperaba sólo hierro y resina que habían de traerle de Acla a través del istmo, cuando recibió una citación de Pedrarias. Obedeció al momento ; a la mitad del camino, en su viaje al Norte, encontró a Pizarro, que venía a detenerlo. Pedrarias creyó o alegó que Balboa, en una indiscreta conversación oída y contada por un delator, había mostrado propósitos traicione ros.

      El descubridor del mar del Sur fue procesado, condenado a muerte y ahorcado con otros cuatro. Pedrarias no formó parte del tribunal que juzgó a su yerno, pero delegó la tarea en debida forma al alcalde del lugar, Gaspar de Espinosa, el cual se había distinguido por su repugnante barbarie en la caza, matanza y doma de los indios. Por un notable cambio de fortuna, los barcos que Balboa hacía construido en el Pacífico sirvieron ahora para que Espinosa explorase, en una expedición al Oeste, las costas de las tierras no conquistadas.

      La muerte de Balboa fue un desastre. Aunque no era indulgente con los indios, deseó, luego de inflingir la primera lección cruel, rodearse de súbditos satisfechos y amigos. Era otra clase de hombre, más noble que Pizarro, y si le hubiera sido dado conquistar el Perú, hubiera tenido aquella conquista más felices consecuencias. «De aquella escuela de Vasco Núñez —dice Oviedo— salieron señalados hombres y capitanes para lo que después ha sucedido.» De todos modos, él es el segundo de los cuatro grandes caudillos que entregaron a España el Nuevo Mundo: Colón, Balboa, Cortés y Pizarro.

      En un aspecto, puede decirse que el nombramiento de Pedrarias marcó un hito en la historia de la conquista, pues se intentaron señalar los límites del poder real sobre los indios, tanto para aquel como para los que siguieran. Recibió instrucciones escritas sobre el trato humanitario y político a los nativos, que ya no iban a ser atacados, salvo que fueran ellos los agresores, o que se negasen a someterse pacíficamente. Los indios tenían que ser repartidos o encomendados como esclavos a los conquistadores españoles, pero cuidándose del buen tratamiento y siéndoles regulado un trabajo moderado, sin que su vida doméstica se viera perturbada y dejándoles cultivar su propia tierra. Había que esforzarse en lograr su conversión, a cuyo objeto se nombró un obispo para la diócesis de Darién, asistido por un grupo de clérigos. Se envió también a Pedrarias una «requisitoria» que había que leer a cada grupo de indios contrarios. Era una exposición teológica de la Creación, la autoridad conferida a San Pedro y sus sucesores, la donación que el Pontífice había hecho a los soberanos castellanos «de estas islas y tierra-firme del mar Océano», cuyos habitantes estaban obligados a reconocer la autoridad de aquéllos. «Si así lo hiciéredes, hacéis bien..., si no lo hiciéredes... yo entraré poderosamente contra vosotros... y tomaré vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos, y los haré esclavos.»

      Este discurso, ininteligible para los indios —aun cuando hubiese sido posible explicarlo en sus varias lenguas—, fue pronto motivo de burla para aquellos a quienes fue confiado. Las prescripciones СКАЧАТЬ