Название: Lady Hattie y la Bestia
Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Los bastardos Bareknuckle
isbn: 9788412316704
isbn:
—¿Qué clase de negocios? —Él tenía dinero de sobra, y podía ayudarla en cualquier negocio que deseara… a cambio de la información que necesitaba.
Ella lo miró fijamente y permaneció en silencio.
Probablemente tenía aspiraciones como modista o sombrerera, ambos negocios le comprarían una casa, pero ninguno de ellos le daría una fortuna. ¿No sería mejor que buscase un futuro como esposa y madre? Parecía la mujer adecuada para ser la señora de una casa.
Eso, y que ninguno de sus cuatro puntos tenía sentido en el contexto del burdel de Shelton Street. Señaló el papel que sostenía en el puño.
—¿Qué esperaba de Nelson, una inversión?
—De cierto tipo. —Hattie se rio de la pregunta.
—¿De qué tipo? —Whit entrecerró los ojos, interrogativo.
—Hay un quinto punto —dijo.
Un reloj sonó en el pasillo, alto y grave, y Whit sacó sus relojes sin pensar, comprobando la hora en ambos antes de devolverlos a su lugar.
—¿Y cuál es?
—¿Tiene hora? —Su mirada siguió sus movimientos.
—Las once. —No ignoró la burla en la pregunta.
—¿En los dos relojes?
—¿El quinto punto?
Sus mejillas se tiñeron de rojo al escuchar la pregunta, y la curiosidad que sintió Whit por aquella extraña mujer se volvió casi insoportable.
—Cuerpo —dijo ella entonces, en un tono claro como el tañido del pasillo.
Cuando Whit tenía diecisiete años, salió del cuadrilátero tambaleándose, tras un combate que duró demasiado con un oponente demasiado grande; el rugido de la multitud se le clavó en los oídos por la cantidad de golpes que soportó. Aterrizó en el callejón trasero de un almacén, donde llenó de aire frío sus pulmones mientras se imaginaba en cualquier lugar menos allí, en un club de lucha de Covent Garden.
La puerta se abrió y se cerró, y una mujer se había acercó a él con un trozo de lino en la mano. Se ofreció a limpiarle la sangre de la cara. Sus palabras suaves y su amable gesto fueron el mayor placer que había sentido en su vida.
Hasta el momento en que escuchó a Hattie decir la palabra «cuerpo».
Se hizo el silencio entre ellos. Ella rio, nerviosa.
—Supongo que es más bien el primer punto, considerando que es esencial para el resto.
«Cuerpo».
—Explíquese —gruñó Whit.
Parecía estar considerando la posibilidad de no dar explicaciones, como si él le fuera a permitir salir de la habitación sin hacerlo.
—Hay dos razones —dijo finalmente, pues debió de darse cuenta de que él no iba a ceder—. Algunas mujeres se pasan toda la vida buscando un matrimonio.
—¿Y usted no?
Negó con la cabeza.
—Tal vez en algún momento lo consideré… —Se alejó, y Whit contuvo la respiración esperando ver qué venía a continuación. La vio encogerse de hombros—. Mañana cumplo veintinueve años. En este momento, soy una dote y nada más.
Whit no la creyó ni por un momento.
—No quiero ser una dote. —Lo miró—. No deseo que me conviertan en mercancía. Deseo ser yo misma. Elegir por mí misma.
—Negocios. Casa. Fortuna. Futuro —dijo.
Ella sonrió satisfecha, formando aquel maldito hoyuelo que centelleaba, y él no pudo resistirse a reparar en esos labios, cuya sensación recordaba vivamente desde el principio de la noche. Los vio moverse de nuevo.
—Solo hay una manera de asegurar que se me permita elegir por mí misma. —Hizo una pausa—. Me deshago de la única cosa de mí que es preciada. Me reclamo a mí misma. Y gano.
—Y vino aquí para… —Se alejó sabiendo la respuesta, pero quería que ella lo dijera.
Quería escucharlo.
Ese rubor otra vez.
—Perder la virginidad —dijo finalmente.
Las palabras resonaron en sus oídos.
—Bueno, yo sola no puedo perder mi propia virginidad, obviamente. Es más bien una metáfora. Nelson iba a hacerlo por mí —añadió ella bromeando.
Dejó que el silencio reinara un segundo mientras él ponía en orden sus pensamientos.
—Se libera de su virginidad y se vuelve libre para vivir su vida.
—¡Exactamente! —dijo como si estuviera encantada de que alguien lo entendiera.
—¿Y cuál es la segunda razón? —gruñó Whit.
Se ruborizó de nuevo. ¿Quién era esta mujer tan audaz como vergonzosa?
—Supongo… —se interrumpió para aclararse la garganta—. Supongo que es lo que quiero.
«¡Dios!».
Podría haber dicho mil cosas y todas las hubiera esperado. Cosas que lo habrían mantenido callado, impasible. Y en vez de eso, había dicho algo tan condenadamente sincero que no tuvo otra opción que desearla.
Lo detuvo antes de que empezara, reprimió su deseo metiendo la mano en el bolsillo y sacando un saquito de papel; del que sacó un caramelo. Se lo metió en la boca; el sabor a limón y miel explotaron en su lengua.
Lo que fuera para distraerse de sus palabras.
«La СКАЧАТЬ