Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 25

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

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СКАЧАТЬ golpe en la puerta del edi­fi­c­io acom­pa­ñó estas úl­ti­mas pa­la­bras; el sonido se es­cu­chó amor­ti­g­ua­do en la dis­tan­c­ia. Otro cuerpo, sin duda. Siem­pre había al­g­u­ien que ne­ce­si­ta­ba cui­da­dos en el Garden y se con­de­na­ría si dejaba que un aris­tó­cra­ta con título sumara más muer­tos a su cuenta.

      —¿Todo? —Los her­ma­nos se mi­ra­ron fi­ja­men­te.

      —El ne­go­c­io, el nombre, todo lo que tenga valor. Lo de­rri­ba­ré. —El joven Sedley se había cru­za­do en el camino de los Bas­tar­dos y, con ello, había cavado su propia tumba.

      —¿Y lady Hen­r­iet­ta? —dijo Fe­li­city, lle­van­do a Whit al límite con la men­ción del tra­ta­m­ien­to ho­no­rí­fi­co. No le gus­ta­ba como aris­tó­cra­ta; la pre­fe­ría como Hattie—. ¿Crees que ella forma parte de esto? ¿Crees que tra­ba­ja con Ewan?

      —No. —Esa res­p­ues­ta lo re­co­rrió de arriba abajo.

      —¿Cómo lo sabes? —pre­gun­tó Diablo mien­tras lo ob­ser­va­ba de­te­ni­da­men­te.

      —Lo sé.

      No era su­fi­c­ien­te.

      —Ella nos en­tre­ga­rá a su her­ma­no.

      —¿Acaso tú re­nun­c­ia­rí­as a los tuyos? —Diablo lo miró en si­len­c­io.

      Whit apretó los dien­tes.

      —¿Y si no lo hace? —pre­gun­tó Fe­li­city—. ¿Qué pasará con ella, en­ton­ces?

      —En­ton­ces será un daño co­la­te­ral —dijo Diablo. Whit ignoró el dis­gus­to que le pro­vo­ca­ron aq­ue­llas pa­la­bras.

      —¿No es eso lo que yo fui una vez? —Fe­li­city miró a su marido.

      —Por un ins­tan­te, amor. Y fue su­fi­c­ien­te como para que re­cu­pe­ra­se el sen­ti­do común. —Diablo tuvo el de­ta­lle de pa­re­cer dis­gus­ta­do.

      —Si ella es el ene­mi­go, tam­bién me en­car­ga­ré —dijo Whit.

      —¿Sí? —Diablo arqueó una ceja.

      «Eres muy in­con­ve­n­ien­te». «Es el Año de Hattie».

      Re­cor­dó frag­men­tos de la con­ver­sa­ción en el ca­rr­ua­je.

      —Aunque no sea el ene­mi­go —señaló Diablo—, pro­te­ge al hombre que lo es. —Cruzó los brazos sobre el pecho y tanteó a su her­ma­no con una mirada firme—. Lo que la con­v­ier­te en va­l­io­sa.

      «Le daba ven­ta­ja».

      —No ten­drás más re­me­d­io que mos­trar­le la verdad sobre no­so­tros, her­ma­no —dijo Diablo en voz baja—. No im­por­ta cuánto te guste su as­pec­to.

      «La verdad sobre ellos», los Bas­tar­dos Ba­rek­nuck­le no de­ja­ban a sus ene­mi­gos con vida.

      —So­lu­ció­na­lo antes de que ten­ga­mos que mover más pro­duc­to —dijo Diablo. Un nuevo car­ga­men­to lle­ga­ría a puerto la pró­xi­ma semana.

      Whit asin­tió con la cabeza cuando se abrió la puerta de la ha­bi­ta­ción y apa­re­ció el doctor.

      —Tiene un men­sa­je. —Abrió to­tal­men­te la puerta y apa­re­ció uno de los me­jo­res vigías de los bas­tar­dos.

      —Brix­ton —le dijo Fe­li­city al chico, que in­me­d­ia­ta­men­te se aci­ca­ló bajo la aten­ción de Fe­li­city. Todos los chicos del Garden ado­ra­ban su ma­es­tría abr­ien­do cual­q­u­ier ce­rra­du­ra y su ins­tin­to ma­ter­no—. Pen­sa­ba que te ibas a casa.

      —Espero que para apren­der a man­te­ner la boca ce­rra­da —dijo Whit ase­gu­rán­do­se de que Brix­ton su­p­ie­ra que se había en­te­ra­do de todo lo que el mu­cha­cho había dicho a Diablo sobre Hattie.

      —Ig­nó­ra­lo —dijo Fe­li­city—. ¿Qué ha ocu­rri­do?

      —Hay in­for­mes de que hay una chica en el mer­ca­do. Bus­can­do a Bestia. —Brix­ton le­van­tó su bar­bi­lla hacia Whit e hizo una pausa—. No es una chica, en re­a­li­dad, sino una mujer. —Bajó la voz—. Los chicos dicen que es una dama.

      Un es­tr­uen­do resonó en el pecho de Whit.

      Hattie.

      —Está ha­c­ien­do todo tipo de pre­gun­tas.

      —¿Es ella? —Fe­li­city miró a Whit.

      —Sí. Y nadie está ayu­dán­do­la. —Por su­p­ues­to que no lo hacían. Nadie en Covent Garden le daría a lady Hen­r­iet­ta Sedley in­for­ma­ción sobre los Bas­tar­dos. Aq­ue­lla era la pri­me­ra de sus reglas. Los Bas­tar­dos per­te­ne­cí­an solo a la co­lo­n­ia.

      —Buen tra­ba­jo, Brix­ton —dijo Diablo, lan­zan­do una moneda al chico, que la atrapó al mo­men­to con una son­ri­sa y se fue antes de que pu­d­ie­ra añadir nada—. Parece que no ten­drás que ir a bus­car­la des­pués de todo, Bestia.

      El gru­ñi­do de Whit es­con­dió la sen­sa­ción de in­cre­du­li­dad que lo re­co­rrió. Y la cau­te­la. Y el deseo de per­se­g­uir­la. No, no ten­dría que en­con­trar­la.

      Ella lo había hecho pri­me­ro.

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