Название: Lady Hattie y la Bestia
Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Los bastardos Bareknuckle
isbn: 9788412316704
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No. No era un amante. No estaría en un burdel si tuviera un amante. No lo habría besado a él si tuviera un amante. Y ella lo había besado, suave, dulce e inexpertamente.
No había ningún amante. Pero aun así, era leal al enemigo.
—Creo que sabe quién me dejó inconsciente y me retuvo en ese carruaje, Hattie —dijo en voz baja, acercándose a ella. Su cuerpo vibró cuando se dio cuenta de que ella era casi de su altura; su pecho subiendo y bajando a ritmo de staccato por encima de la línea de su vestido, los músculos de su garganta tensos mientras lo escuchaba—. Y creo que sabe que tengo la intención de conseguir un nombre.
—¿Es eso una amenaza? —Lo miró entrecerrando los ojos. Él no respondió, y en el silencio, ella pareció calmarse; su respiración se hizo más tranquila mientras sus hombros se enderezaban—. No me gustan las amenazas. Es la segunda vez que interrumpe mi noche, señor. Haría bien en recordar que fui yo quien le salvó el pellejo antes.
—Casi me mata. —Ella experimentó un cambio notable.
—Por favor, ha sido usted muy ágil —se burló—. Lo vi aterrizar en el suelo como si no fuera la primera vez que lo lanzan de un carruaje—. Hizo una pausa—. No lo fue, ¿o sí?
—Eso no significa que desee convertirlo en un hábito.
—El punto es que, sin mí, podría estar muerto en una zanja. Un caballero razonable me lo agradecería amablemente y se iría a otro lugar ahora mismo.
—Tiene mala suerte, entonces, de que yo no lo sea.
—¿Razonable?
—Un caballero.
Se rio un poco sorprendida por eso.
—Bueno, como estamos en un burdel, creo que ninguno de los dos puede reclamar mucha gentileza.
—¿Eso no estaba en su lista de requisitos?
—Oh, lo estaba —dijo—, pero esperaba más una aproximación a la caballerosidad que la caballerosidad misma. Y ahí está el problema: tengo planes, maldición, y no voy a permitir que los arruine.
—Los planes de los que habló antes de tirarme del carruaje.
—Yo no lo tiré. —Cuando él no respondió, ella le dijo—: Está bien, lo eché. Pero todo ha ido bien.
—No gracias a usted.
—No tengo la información que quiere.
—No la creo.
Abrió la boca y la cerró.
—¡Qué grosero!
—Quítese la máscara.
—No.
—¿Qué es el Año de Hattie? —preguntó ante el no tajante.
Ella levantó la barbilla desafiante, pero se quedó en silencio. Whit gruñó y se dirigió al champán y se sirvió una copa. Cuando terminó, devolvió la botella a su sitio y se apoyó en el alféizar de la ventana observando cómo ella se movía.
Siempre estaba en movimiento, alisándose las faldas o jugando con la manga; él bebía hipnotizado por la larga línea del vestido, por la forma en que este envolvía sus curvas rebeldes y hacía promesas que un hombre deseaba que cumpliera. La luz de las velas se reflejaba en su piel, dorándola. No era una mujer que tomara té. Era una mujer que tomaba el sol.
Tenía dinero, saltaba a la vista. Y poder. Una mujer necesitaba de ambos para entrar en el 72 de Shelton Street. Incluso sabiendo que el lugar existía, necesitaba contactos que no eran fáciles de conseguir. Había miles de razones por las que ella podría estar allí, y Whit las había escuchado todas: aburrimiento, insatisfacción, imprudencia. Pero no detectaba ninguna de ellas en Hattie. No era una chica impetuosa, era lo suficientemente mayor para ser razonable y tomar sus decisiones. Tampoco era simple o superficial.
Se acercó a ella lentamente de forma deliberada.
—No me dejaré intimidar. —Se puso rígida. Agarró con fuerza el papel que tenía en la mano.
—Él me ha robado algo y quiero que me lo devuelva.
Pero eso no era todo.
Estaba lo suficientemente cerca como para tocarla. Lo suficientemente cerca para medir la altura que ya había notado antes, casi igual a la suya. Lo suficientemente cerca para ver sus ojos detrás de la máscara, fijos en él. Lo suficientemente cerca para sumergirse en su aroma a almendras.
—Lo que sea que le hayan robado —anunció mientras enderezaba los hombros—, haré que se lo devuelvan.
Cuatro envíos. Tres vigilantes tiroteados. Después de esa noche, el propio Whit había perdido unos cuchillos que valoraba por encima de todo. Y, si tenía razón, ella le debía más de lo que podía devolverle.
—No es posible. Necesito un nombre. —Negó con la cabeza.
—Le ruego que me perdone, yo no fallo —respondió sin vacilar.
Otro hombre podría haber encontrado aquellas palabras divertidas, pero Whit advirtió honestidad en ellas. ¿Cómo se había visto involucrada en este lío? No pudo resistirse a repetirse.
—¿Qué es el Año de Hattie?
—Si se lo digo, ¿me dejará en paz?
«No», pensó él.
Respiró profundamente en silencio, como si considerara sus opciones.
—Es lo que parece —explicó ella finalmente—. Es mi año. El año que reclamo como mío.
—¿Cómo?
—Tengo un plan de cuatro puntos para dirigir mi propio destino.
—Cuatro СКАЧАТЬ