Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 16

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

isbn:

СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      —No im­por­ta. El hecho es que me cre­c­ie­ron los dien­tes es­cu­chan­do el len­g­ua­je soez de los ma­ri­ne­ros y los es­ti­ba­do­res, así que no me sor­pren­de. —Apretó el chal con fuerza sobre su torso y es­tu­dió a aquel hombre, al que había en­con­tra­do atado en su ca­rr­ua­je, que pen­sa­ba que su her­ma­no era un ene­mi­go y que se lla­ma­ba a sí mismo Bestia. De manera iró­ni­ca.

      De­be­ría irse. Ter­mi­nar la noche antes de que fuera más lejos. Volver en otro mo­men­to y re­a­nu­dar el Año de Hattie con otro hombre.

      Pero no de­se­a­ba a otro hombre, no des­pués de que este la besara tan bien.

      —No le daré un nombre. Pero le de­vol­ve­ré lo que haya per­di­do. —Iría a su casa, re­sol­ve­ría el papel de Augie en este asunto, re­co­ge­ría lo que fuera que le hu­b­ie­ra qui­ta­do a aquel hombre y se lo de­vol­ve­ría.

      —Pro­ba­ble­men­te sea lo mejor.

      —¿Por qué? —Alivio, luego in­cer­ti­dum­bre.

      —Si me das el nombre, serás la res­pon­sa­ble cuando lo des­tru­ya.

      Su co­ra­zón pal­pi­tó con aq­ue­llas pa­la­bras. Des­tr­uir a Augie era des­tr­uir el ne­go­c­io de su padre. Des­tr­uir su ne­go­c­io.

      De­be­ría ter­mi­nar con aq­ue­llo. No volver a ver a aquel hombre. Ignoró la de­cep­ción que le causó la idea.

      —Si no le in­te­re­sa mi oferta, en­ton­ces de­be­ría irse. Tengo una cita. —Tal vez aún pu­d­ie­ra salvar la noche.

      No era que ella de­se­a­se a Nelson. No im­por­ta­ba. Era un medio para un fin.

      —No. —Un mús­cu­lo se movió en la per­fec­ta y cua­dra­da man­dí­bu­la mas­cu­li­na.

      —En­ton­ces, ¿qué?

      —No estás en po­si­ción de ha­cer­me una oferta. —La al­can­zó una vez más, sus largos y cá­li­dos dedos se des­li­za­ron por su nuca, de­ses­ta­bi­li­zán­do­la lo su­fi­c­ien­te para que ella ap­o­ya­se las manos en su pecho para no caer—. Yo con­si­go todo… —Atrapó su res­pi­ra­ción con sus labios, en un firme y cálido tor­be­lli­no de placer. Rompió el beso—… lo que es mío —gruñó.

      Lo que fuera que su her­ma­no hu­b­ie­se robado.

      —Sí. —Ella se en­con­tró con sus labios de nuevo. Sus­pi­ró cuando sus len­g­uas se en­re­da­ron en una larga y lenta danza. Él se retiró—. Lo que es suyo. —Su vir­gi­ni­dad—. Sí —su­su­rró, po­nién­do­se de pun­ti­llas para otro beso.

      —¿Y el nombre? —Casi se rindió a ella.

      —No. —Nunca. Hattie sa­cu­dió la cabeza. Lo acer­ca­ría de­ma­s­ia­do a todo lo que le im­por­ta­ba.

      —Yo no pierdo, amor. —Arqueó una de sus cejas os­cu­ras.

      —¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que te eché de un ca­rr­ua­je en marcha? Yo tam­po­co pierdo. —Ella sonrió, le des­li­zó las manos por el pelo y tiró de él para atra­er­lo. Lo besó pro­fun­da­men­te. Estaba dis­fru­tan­do al máximo.

      No estaba segura de si él sentía o es­cu­cha­ba un es­tr­uen­do en su pecho. Tam­po­co estaba segura de que fuera una risa, pero quería que lo fuera cuando la le­van­tó en el aire y se volvió hacia la cama una vez más. «Para cum­plir con su trato».

      La dejó en el col­chón y se in­cli­nó sobre ella para apo­de­rar­se de sus labios de nuevo; Hattie no pudo con­te­ner su sus­pi­ro de placer antes de que la sol­ta­ra y la besara en la me­ji­lla, junto a la oreja.

      —¿Ne­ce­si­to re­cor­dar­te que te he en­con­tra­do? —su­su­rró él. Le rozó el lóbulo con los dien­tes y ella jadeó—. Una aguja en el pajar de Covent Garden.

      —Casi una aguja. —Ella bri­lla­ba como un faro. Desde el prin­ci­p­io.

      —Es­pe­ran­do a un hombre que cum­pl­ie­se tus… ¿cómo los lla­mas­te? ¿Re­q­ui­si­tos? —La ignoró.

      Sus re­q­ui­si­tos habían cam­b­ia­do. Y él lo sabía.

      —Me han dicho que Nelson es ex­tre­ma­da­men­te mi­nu­c­io­so.

      Ella giró la cabeza, su mirada se en­con­tró con la de él, llena de fuego.

      —Mmm… —dijo él—, pero yo te en­con­tré pri­me­ro.

      —En­ton­ces es­ta­mos en paz. —Apenas re­co­no­ció sus pa­la­bras en­tre­cor­ta­das.

      —Mmm… —La besó, pro­fun­da y mi­nu­c­io­sa­men­te, mo­v­ien­do sus manos hasta el chal que cubría su ves­ti­do ras­ga­do; ella con­tu­vo la res­pi­ra­ción, sa­b­ien­do lo que estaba por venir. Más besos. Más roce. Y todo lo demás. Todo.

      Pero, antes de que pu­d­ie­ra desha­cer el nudo que la ocul­ta­ba, sonó un golpe claro y firme en la puerta.

      Se que­da­ron in­mó­vi­les.

      La puerta se abrió justo lo su­fi­c­ien­te para que una cabeza se aso­ma­ra. Lo su­fi­c­ien­te para que las pa­la­bras se co­la­ran.

      —milady, su ca­rr­ua­je ha re­gre­sa­do.

      «Mal­di­ción». Nora. ¿Ya habían pasado dos horas?

      —Tengo que irme. —Lo empujó.

      Bestia se movió al se­gun­do, se alejó de ella de­ján­do­le el es­pa­c­io que le había pedido y no quería.

      —¿Vas a algún sitio? —Sacó los re­lo­jes del bol­si­llo y los revisó con tanta ra­pi­dez que Hattie se pre­gun­tó si sabía que lo había hecho.

      —A casa.

      —Qué es­c­ue­ta —dijo.

      —No es­pe­ra­ba una con­ver­sa­ción bri­llan­te. —Hizo una pausa—. Aunque la con­ver­sa­ción no es algo que prac­ti­q­ues a menudo, ¿verdad? —Des­pués de un largo rato de si­len­c­io, sonrió, in­ca­paz de de­te­ner­se—. He dado en el clavo. —Cruzó la ha­bi­ta­ción, re­co­gió su capa y se volvió hacia él—. ¿Cómo te en­con­tra­ré? Para… —Co­brar­me. Casi dijo cobrar. Sus me­ji­llas se en­cen­d­ie­ron.

      La co­mi­su­ra de su her­mo­sa boca se movió, apenas se elevó antes de volver a su lugar. Sabía lo que ella había estado pen­san­do, sin duda.

      —Yo te en­con­tra­ré a ti —dijo él.

      Era im­po­si­ble. Nunca СКАЧАТЬ