Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Читать онлайн книгу Lady Hattie y la Bestia - Sarah MacLean страница 13

Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

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СКАЧАТЬ ¿por qué me ha pedido uno?

      —No le he pedido uno. Le he pedido que me ofre­c­ie­ra uno. Lo que es to­tal­men­te di­fe­ren­te. —Otra son­ri­sa.

      Era in­cre­í­ble­men­te frus­tran­te. Y fas­ci­nan­te. Pero no tenía tiempo para sen­tir­se fas­ci­na­do por ella.

      De­vol­vió los ca­ra­me­los al bol­si­llo, tra­tan­do de con­cen­trar­se en el limón, un agrio y dulce placer, uno de los pocos que se per­mi­tía. Tra­tan­do de ig­no­rar el hecho de que no era limón lo que de­se­a­ba en ese mo­men­to. Tra­tan­do de no pensar en las al­men­dras.

      Ne­ce­si­ta­ba in­for­ma­ción de esa mujer. Y eso era todo. Ella sabía quién estaba ata­can­do a sus hom­bres, quién estaba ro­ban­do su mer­can­cía; podía con­fir­mar la iden­ti­dad de su ene­mi­go. Y él haría lo que fuera ne­ce­sa­r­io para que ella ha­bla­ra…

      —¿No va a de­cir­me que me eq­ui­vo­co? —pre­gun­tó.

      —¿Qué se eq­ui­vo­ca sobre qué?

      —Que me eq­ui­vo­co al querer… —Se alejó por un mo­men­to, y un hilo de frío miedo atra­ve­só a Whit mien­tras so­pe­sa­ba la po­si­bi­li­dad de que ella lo dijera de nuevo. Cual­q­u­ier hombre hu­b­ie­ra que­ri­do llenar el es­pa­c­io entre esas dos mi­nús­cu­las letras con una vein­te­na de cosas sucias— … ex­plo­rar.

      Dios mío. Eso era peor.

      —No voy a de­cir­le que se eq­ui­vo­ca.

      —¿Por qué?

      No tenía ni idea de por qué lo había dicho. No de­be­ría ha­ber­lo dicho. Debió de­jar­la allí, en aq­ue­lla ha­bi­ta­ción y se­g­uir­la a casa y es­pe­rar a que re­ve­la­ra lo que sabía. Porque no había manera de que esa mujer guar­da­ra bien los se­cre­tos. Era de­ma­s­ia­do sin­ce­ra. Lo su­fi­c­ien­te­men­te sin­ce­ra como para causar pro­ble­mas. Pero lo dijo de todas formas.

      —Porque de­be­ría ex­plo­rar. De­be­ría ex­plo­rar cada cen­tí­me­tro de sí misma y cada cen­tí­me­tro de su placer y fijar el rumbo de su futuro.

      Ella abrió los labios cuando él se le acercó di­c­ien­do todo lo que no había ofre­ci­do a otra en otra época. En toda la vida.

      Él se acercó y le­van­tó las manos len­ta­men­te, per­mi­t­ien­do que ella viera su mo­vi­m­ien­to. Dán­do­le tiempo para de­te­ner­lo. Al ver que no lo hizo, le quitó la más­ca­ra re­ve­lan­do sus gran­des y os­cu­ros ojos de­li­ne­a­dos con kohl.

      —Pero no de­be­ría con­tra­tar a Nelson.

      ¿Qué estaba ha­c­ien­do?

      Era la única opción.

      «Men­ti­ra».

      Hattie cogió la más­ca­ra con la mano libre y la bajó entre ellos. Se puso a ju­g­ue­te­ar con ella, y sus dedos lo ro­za­ron. Lo que­ma­ron.

      —Será di­fí­cil en­con­trar otro hombre que me ayude sin que haya con­se­c­uen­c­ias.

      —Le ase­gu­ro que no —dijo él in­cli­nán­do­se y ba­jan­do la voz.

      —¿Pre­ten­de en­con­trar­me un hombre así? —Ella tragó saliva.

      —No.

      Hattie frun­ció el ceño y Whit le pasó el pulgar por las cejas varias veces, hasta que el ceño dejó de estar frun­ci­do. Trazó las líneas de su cara, el con­tor­no de sus pó­mu­los, la suave curva de su man­dí­bu­la. Su grueso labio in­fe­r­ior, tan suave como lo re­cor­da­ba.

      —Tengo la in­ten­ción de ha­cer­lo yo.

      Capítulo 5

      Ya que había lle­ga­do al 72 de Shel­ton Street con la in­ten­ción de que la arr­ui­na­ran, Hattie de­be­ría haber con­si­de­ra­do la po­si­bi­li­dad de que el asunto de perder la vir­gi­ni­dad fuera pla­cen­te­ro.

      Nunca lo había visto así. De hecho, siem­pre había pen­sa­do que sería un asunto poco tras­cen­den­tal. Algo ru­ti­na­r­io. Un medio para con­se­g­uir un fin. Pero, cuando aquel hombre la tocó, mis­te­r­io­so, guapo e in­q­u­ie­tan­te y más bien­ve­ni­do de lo que le gus­ta­ría ad­mi­tir, no pudo pensar en nada más que en los medios.

      Medios muy pla­cen­te­ros.

      Medios tan pla­cen­te­ros que se apro­p­ia­ron de todos sus pen­sa­m­ien­tos cuando él le su­gi­rió que podía ser quien la ayu­da­ra a perder su vir­gi­ni­dad.

      Pero la com­bi­na­ción de un grave gru­ñi­do y una lenta ca­ri­c­ia con el pulgar sobre su labio in­fe­r­ior hizo que Hattie pen­sa­ra que podría hacer más que eso. Que podría que­mar­la. Que ella iba a per­mi­tír­se­lo, que aquel fuego la con­de­na­ría.

      Y luego hizo que Hattie pen­sa­ra so­la­men­te una pa­la­bra: «Sí».

      Había lle­ga­do con la pro­me­sa de en­con­trar un hombre ex­tre­ma­da­men­te mi­nu­c­io­so que de­mos­tra­ría ser un asis­ten­te es­te­lar. Pero ese hombre, con sus ojos ámbar que lo veían todo, con su tacto que lo en­ten­día todo, con su voz que lle­na­ba sus más os­cu­ros y se­cre­tos rin­co­nes, era más que un asis­ten­te.

      Ese hombre era puro do­mi­n­io, del tipo que Hattie no había ima­gi­na­do, pero que ya no podía dejar de ima­gi­nar. Y se estaba ofre­c­ien­do a hacer re­a­li­dad todo lo que ella anhe­la­ba.

      «Sí».

      Estaba muy cerca. Era muy grande, lo su­fi­c­ien­te­men­te grande como para que ella se sin­t­ie­ra pe­q­ue­ña y guapa, lo bas­tan­te guapa como para que no pu­d­ie­ra pensar más que en una noche em­br­ia­ga­do­ra, in­cre­í­ble y ca­l­ien­te en aq­ue­lla fría ha­bi­ta­ción.

      Él iba a be­sar­la. No a cambio de dinero, sino porque quería. «Im­po­si­ble». «Nadie nunca había…».

      —¿Tú… —Él le des­li­zó la mano por el ca­be­llo ha­c­ien­do que aq­ue­lla idea se es­fu­ma­ra antes de asi­mi­lar­la. Si­len­c­io— … me ayu­da­rí­as… —Él con­tra­jo los dedos— … con… —La man­tu­vo como a una rehén con su con­tac­to y su si­len­c­io. Le estaba ha­c­ien­do ol­vi­dar lo que estaba pen­san­do, ¡mal­di­ción! La frase… ¿En qué estaba pen­san­do?— … eso?

      —Te ayu­da­ría con todo —con­tes­tó él con un gru­ñi­do, un sonido que ella no habría en­ten­di­do si no es­tu­v­ie­ra tan em­be­le­sa­da. Si no es­tu­v­ie­ra tan an­s­io­sa por… todo.

      Hattie СКАЧАТЬ