Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLean
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Название: Lady Hattie y la Bestia

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los bastardos Bareknuckle

isbn: 9788412316704

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СКАЧАТЬ total sobre el ca­rr­ua­je.

      Cuando sus madres mu­r­ie­ron con meses de di­fe­ren­c­ia —in­clu­so en eso iban a la par—, Nora acudió a ella en busca del con­s­ue­lo que no pudo en­con­trar en su padre ni en su her­ma­no mayor, pues eran hom­bres de­ma­s­ia­do aris­to­crá­ti­cos para per­mi­tir­se el lujo del dolor. Pero los Sedley, per­so­nas co­mu­nes que habían as­cen­di­do en la escala social, no se con­si­de­ra­ban para nada aris­to­crá­ti­cos y no tenían tal pro­ble­ma. Le habían hecho un hueco a Nora en su casa y en su mesa, y poco tiempo des­pués, ella empezó a pasar más noches en Sedley House que en su propia casa, algo que su padre y su her­ma­no no pa­re­c­ie­ron notar; del mismo modo que no se dieron cuenta de que empezó a gastar su dinero en bir­lo­chos y tíl­bu­ris para ri­va­li­zar con los con­du­ci­dos por los dandis más os­ten­to­sos de la so­c­ie­dad.

      A Nora le gus­ta­ba decir que una mujer que tomaba las rien­das de su propio ca­rr­ua­je era una mujer que tomaba las rien­das de su propio des­ti­no.

      Hattie no estaba del todo segura de eso, pero no negaba que valía la pena tener una amiga con una es­pe­c­ial ha­bi­li­dad para con­du­cir, sobre todo en las noches en las que no de­se­a­ba que los co­che­ros ha­bla­ran, algo que haría cual­q­u­ier co­che­ro si con­du­cía a dos hijas sol­te­ras de la aris­to­cra­c­ia hasta el ex­te­r­ior del 72 de Shel­ton Street. No im­por­ta­ba que el 72 de Shel­ton Street no pa­re­c­ie­ra, a pri­me­ra vista, un burdel.

      «¿Se­g­ui­rí­an lla­mán­do­se bur­de­les si eran para mu­je­res?».

      Hattie supuso que eso tam­po­co im­por­ta­ba mucho; el her­mo­so edi­fi­c­io no se pa­re­cía en nada a lo que ella ima­gi­na­ba que debían de ser sus ho­mó­lo­gos mas­cu­li­nos. De hecho, pa­re­cía cálido y aco­ge­dor, bri­lla­ba como un faro, con ven­ta­nas llenas de luz dorada y ma­ce­tas que col­ga­ban a cada lado de la puerta y arriba, en ma­ce­te­ros, en cada al­féi­zar, en las que ex­plo­ta­ban todos los co­lo­res oto­ña­les.

      A Hattie no se le es­ca­pa­ba que las ven­ta­nas es­ta­ban cu­b­ier­tas, algo bas­tan­te ra­zo­na­ble, ya que lo que su­ce­día dentro era de na­tu­ra­le­za pri­va­da.

      Le­van­tó una mano y com­pro­bó la po­si­ción de su más­ca­ra una vez más.

      —Si hu­bié­ra­mos venido en el tíl­bu­ri, nos ha­brí­an visto.

      —Su­pon­go que tienes razón. —Nora se en­co­gió de hom­bros y le brindó a Hattie una son­ri­sa—. Bueno, en­ton­ces, lo em­pu­jas­te fuera del ca­rr­ua­je…

      —No de­be­ría ha­ber­lo hecho. —Hattie se rio.

      —No vamos a volver para dis­cul­par­nos —dijo Nora, se­ña­lan­do la puerta con una mano—. ¿En­ton­ces? ¿Vas a entrar?

      Hattie res­pi­ró hondo y se volvió hacia su amiga.

      —¿Es una locura?

      —Ab­so­lu­ta­men­te —res­pon­dió Nora.

      —¡Nora!

      —Es una locura de las buenas. Tienes planes, Hattie. Y así es como se al­can­zan. Una vez que se llevan a cabo, no hay vuelta atrás. Y, fran­ca­men­te, te lo me­re­ces.

      —Tú tam­bién tienes planes, pero no has hecho nada así. —La voz de Hattie trans­mi­tía una ligera va­ci­la­ción.

      —No he tenido que ha­cer­lo. —Nora guardó si­len­c­io y se en­co­gió de hom­bros.

      El uni­ver­so había dotado a Nora de ri­q­ue­za, pri­vi­le­g­ios y de una fa­mi­l­ia a la que no pa­re­cía im­por­tar­le que usara ambos para coger la vida por los cuer­nos.

      Hattie no había tenido tanta suerte. No era el tipo de mujer de la que se es­pe­ra­ba que di­ri­g­ie­ra su propio des­ti­no. Pero, des­pués de esa noche, pre­ten­día mos­trar al mundo que tenía la in­ten­ción de ha­cer­lo. Aunque antes debía desha­cer­se de la única cosa que la re­te­nía.

      Así que, allí estaba. Se volvió hacia Nora.

      —Estás segura de que esto es… —dijo.

      Un ca­rr­ua­je que se acer­ca­ba la in­te­rrum­pió, los ca­ba­llos y el ruido de las ruedas re­tum­ba­ron en sus oídos mien­tras se de­te­nía. Un trío de ri­s­ue­ñas mu­je­res des­cen­dió con her­mo­sos ves­ti­dos de seda, que bri­lla­ban como joyas, y más­ca­ras de ar­lequín casi idén­ti­cas a la de Hattie. Po­se­í­an un cuello largo y una cin­tu­ra es­tre­cha, así como bri­llan­tes son­ri­sas, era fácil decir que eran her­mo­sas.

      Hattie no lo era.

      Dio un paso atrás, cho­can­do contra el la­te­ral del ca­rr­ua­je.

      —Bueno, ahora sí estoy segura de que este es el lugar —dijo Nora se­ca­men­te.

      —Pero ¿por qué…? —Hattie miró a su amiga.

      —¿Por qué lo hacen? —com­ple­tó Nora.

      —Es que po­drí­an tener a… —«Cual­q­u­ie­ra que les gus­ta­ra».

      —Tú tam­bién po­drí­as. —Nora la miró ar­q­ue­an­do una de sus os­cu­ras cejas.

      No era cierto, por su­p­ues­to. Los hom­bres no la re­cla­ma­ban. Aunque dis­fru­ta­ban de su com­pa­ñía, eso sí. Des­pués de todo, le gus­ta­ban los barcos y los ca­ba­llos y tenía cabeza para los ne­go­c­ios y era lo su­fi­c­ien­te­men­te lista para di­ver­tir­se du­ran­te una cena o un baile. Pero cuando una mujer miraba y ha­bla­ba como lo hacía ella, los hom­bres eran más pro­pen­sos a darle pal­ma­di­tas en el hombro que a abra­zar­la apa­s­io­na­da­men­te. La buena y vieja Hattie, y había sido así in­clu­so cuando dis­fru­ta­ba de su pri­me­ra tem­po­ra­da y no era vieja en ab­so­lu­to.

      No dijo nada; Nora rompió el si­len­c­io.

      —Tal vez ellas tam­bién están bus­can­do algo… sin ata­du­ras. —Vieron a las mu­je­res gol­pe­ar en la puerta del 72 de Shel­ton Street, donde una pe­q­ue­ña ven­ta­na se abrió y se cerró antes de que lo hi­c­ie­ra la puerta, y ellas de­sa­pa­re­c­ie­ran dentro, de­jan­do la calle en si­len­c­io una vez más—. Tal vez esas mu­je­res tam­bién están in­ten­tan­do di­ri­gir sus pro­p­ios des­ti­nos.

      Un rui­se­ñor cantó y fue res­pon­di­do casi in­me­d­ia­ta­men­te por otro, a dis­tan­c­ia.

      «El Año de Hattie».

      —Muy bien, en­ton­ces de ac­uer­do.

      —Per­fec­to. —Su amiga sonrió.

      —¿Estás segura de que no deseas entrar?

      —¿Para СКАЧАТЬ