Название: El Sacro Imperio Romano Germánico
Автор: Peter H. Wilson
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788412221213
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Las reformas, lejos de liberar a la Iglesia, la imbricaron en la política de forma aún más profunda. Alienó a muchas de las personas a las que afirmaba servir, las cuales la consideraban corrupta y alejada de sus necesidades espirituales. El resultado fue una nueva oleada de monasticismo y nuevas formas de piedad laica. Esto último fue estimulado por la renovada inquietud por la salvación personal surgida durante el siglo XII. Los valdenses y otros movimientos fundamentalistas de base adoptaron la extrema pobreza y rituales cada vez más enfrentados a la insistencia de la Iglesia oficial en la uniformidad de creencias y prácticas. Las indulgencias para los cruzados de Tierra Santa se extendieron a los que combatían la herejía en las brutales campañas emprendidas a partir de 1208 en la Europa meridional. El requerimiento de confesarse al menos una vez al año, iniciado en 1215, abrió la puerta a un mayor control del pensamiento íntimo. A partir de 1231, la herejía se castigaba con la muerte y hacia 1252 se autorizó a la Inquisición a utilizar la tortura para erradicar la herejía.117
Después de que la muerte de Enrique V pusiera fin al linaje salio (1125), los soberanos del imperio se abstuvieron por lo general de implicarse en tales cuestiones. El papa Honorio II revirtió la relación inicial papado-imperio, pues reclamó el derecho a ratificar al siguiente rey germano, e intervino en la política imperial al excomulgar, en 1127, al antirrey Conrado Hohenstaufen. El candidato vencedor, Lotario III, rindió servicio de palafrenero papal en su reunión con el siguiente pontífice, en 1131. El palacio de Letrán fue rápidamente redecorado con nuevos frescos que representaban la escena, frescos que fueron mostrados a la siguiente visita imperial como prueba de lo que ya se consideraba una tradición. El estatus inferior del emperador se enfatizó aún más por la insistencia del papa en montar un caballo blanco, símbolo de su pureza y proximidad a Dios.118
Los Hohenstaufen y el papado
Como ocurrió tantas veces en la historia del imperio, este aparente declive pronto fue revertido. La situación cambió a partir de 1138, con el reinado de Conrado III, quien dio inicio al linaje regio de los Hohenstaufen que perduró hasta mediados del siglo XIII. Los Hohenstaufen aprovecharon el hecho de que el papa seguía considerando al rey germano el único soberano digno de ser coronado emperador. Conrado se refería a sí mismo como emperador incluso sin haber sido coronado.119 Esta práctica la continuó su sobrino y sucesor, Federico I Barbarroja, el cual asumió el título imperial en el mismo momento de su coronación real, en 1152, y llamó a su hijo «césar» en 1186 sin intervención papal (vid. Lámina 25). Los Hohenstaufen posteriores lo secundaron: Federico II asumió el título de «emperador romano electo» en 1211 y es probable que esta práctica se hubiera consolidado de haberse alzado con la victoria en su pugna con el papado tras su elección como emperador, en 1220. Esta afirmación imperial se basaba en el desarrollo del imperio como estructura política colectiva, pues debía las prerrogativas imperiales a la elección del rey germano por parte de los principales señores, no a la coronación por parte del papa. Enrique IV ya había proclamado «el honor del imperio» (honor imperii) y los Hohenstaufen lo convirtieron en un concepto compartido por todos los señores del imperio, a los que otorgaba la misión de defenderlo contra el papado.120
Por desgracia, el énfasis en el honor obstaculizó la política imperial en Italia, pues desincentivó la práctica de hacer concesiones para garantizar compromisos o ganar aliados, como por ejemplo las ciudades coaligadas en la poderosa Liga Lombarda para exigir autogobierno en 1167. La expedición a Italia de Federico Barbarroja de 1154 fue la primera en 17 años y finalizó un periodo de 57 años en el que los monarcas germanos tan solo habían pasado dos años al sur de los Alpes. Esta prolongada ausencia debilitó las redes de contactos personales que podrían haber ayudado a negociar de forma pacífica. El emperador no buscaba conflicto, pero estaba determinado a reimponer la autoridad imperial. Si los 1800 caballeros que acompañaron su primera expedición se consideraban un gran ejército, para su segunda campaña, en 1158, regresó con 15 000.121 No obstante, los ejércitos nunca eran lo bastante grandes para dominar un país tan extenso y populoso. La necesidad de bases locales añadió urgencia a la insistencia de Barbarroja en revivir las regalías imperiales, entre las que se incluían el derecho a establecer guarniciones en las ciudades, imponer tributos y exigir ayuda militar. De forma inevitable, se vio inmerso en la política local. La Italia del norte era un denso mosaico de obispados, señoríos y ciudades, a menudo enzarzados en sus propios conflictos. El que uno apoyase al emperador solía animar a sus rivales a respaldar al papado. En su primera expedición, saqueó y destruyó Tortona después de haberse rendido, pues Barbarroja no pudo contener a sus aliados pavianos.122 El retorno de la célebre «furia teutona» perjudicó el prestigio imperial, lo cual obstaculizó aún más la deseada pacificación. Esta pauta se repitió en las cuatro campañas subsiguientes, entre 1158 y 1178. Barbarroja obtuvo éxitos locales, pero nunca pudo hacerse con el control de toda la Lombardía.
El papa tampoco era reacio a cooperar con el emperador para escapar a la opresiva influencia normanda, la cual le había obligado a elevarlos al estatus de reyes de Sicilia en 1130. En 1130-1139, normandos y franceses habían provocado un primer cisma mediante su interferencia en la política romana y en 1159-1180 unieron fuerzas para apoyar a un candidato a papa contra el antipapa apoyado por el imperio, lo que provocó un nuevo cisma. Barbarroja, al igual que Enrique IV, también fue excomulgado, pero al contrario que el emperador salio, acabó por aceptar un compromiso en el Tratado de Venecia de 1177. La presencia de representantes italianos y sicilianos en las negociaciones revelaba la internacionalización de los asuntos italianos, pues era evidente que habían dejado de ser una cuestión interna del imperio. Barbarroja, a pesar de las importantes concesiones que hizo a la Liga Lombarda, fue reconocido soberano de Italia del norte.
Entre 1184 y 1186, Barbarroja pudo regresar a Italia, esta vez sin un ejército, y consolidar la paz por medio de un acuerdo con los normandos, que preveía el matrimonio del hijo de Barbarroja, Enrique, con Constanza de Hauteville, hija del rey de Sicilia. La inesperada muerte, en 1189, del rey normando abrió la posibilidad de que los Hohenstaufen se hicieran con el control de Sicilia y de sus dependencias, más tarde conocidas como Nápoles, en la Italia meridional. El momento favorecía a los Hohenstaufen, pues la victoria sarracena en Hattin en 1187 y la subsiguiente caída de Jerusalén distraía al papado, que además necesitaba apoyo imperial para la tercera cruzada que planeaba. A pesar de la oposición de numerosos señores normandos, alrededor de 1194 el hijo de Barbarroja, Enrique VI, se había hecho con el control de Sicilia. Sus éxitos dispararon sus ambiciones. En 1191, Enrique rechazó la pretensión papal de soberanía sobre Nápoles con el argumento de que este quedaba bajo jurisdicción imperial. Enrique planeaba, en menos de cinco años, integrar el antiguo reino normando en el imperio y convertir la monarquía germana en una posesión hereditaria СКАЧАТЬ