Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
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Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

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СКАЧАТЬ —le preguntó Ixhian.

      Manteniendo su semblante inerte y sin moverse no le respondió, pues daba la sensación de haberse solidificado. Como si estuviese esculpido en piedra, miraba absorto hacia el Ánima, mojándose y contemplando caer el salto de agua.

      —Le llaman el salto del Ánima, siempre estuvo aquí y siempre estará… —esa fue la contestación del abuelo hablando para sí y obviando su pregunta, por lo que no volvió a sacar a relucir el tema.

      Se acomodó junto al Gris en una choza redonda de piedra y adobe. En principio, le daba la sensación de que su compañero era un hombre de carácter taciturno y de poca conversación, nada más lejos de la realidad. Su cabello le caía en forma de gruesas y retorcidas trenzas sobre los hombros y su escuálido pecho era adornado con collares de hueso y colmillos. Aunque era un nómada errante, a nuestro joven le parecía más bien un personaje salido de un linaje mucho más primitivo. Se reflejaba en él un soplo de las tribus indias del norte, tal como se representaba en los grabados de los libros del abuelo. Sin duda que el Gris debería pertenecer a una raza de origen muy antiguo y remoto, pensó Ixhian.

      Se mantuvieron en silencio, mientras organizaban sus escasos enseres en el interior de la cabaña. Aseándose en un cobertizo contiguo, en el que caía un formidable caño de agua helada que les hizo expresar barbaridades, al mojarse.

      Pasada la tarde, marcharon para la cena y allí lo volvió a ver de nuevo; de baja estatura, mostacho oscuro y grueso pero bien definido, cabeza limpia y brillante sin un solo cabello, voz dulce y afeminada, amable e intensa a la vez. Frente a nuestro joven, se encontraba Noru, cuyo nombre significaba algo así como «el rayo en la tormenta».

      La última leyenda de la orden encantada y «el último de los magos», compartieron mesa, dedicándole a nuestro muchacho palabras de ánimo y consuelo. A su alrededor, se sentaba una gran comitiva de presumidos encantados que vestían de manera coloreada y llamativa, los cuales discutían en voz alta, sintiéndose nuestro joven incómodo, ya que no le quitaban los ojos de encima. La cena le supo a gloria, pues ya ni recordaba lo que era una comida decente; una sopa de hortalizas, pescado asado y algo de jabalí.

      Concluida la cena y retirados los comensales, se dedicó nuestro joven a recorrer e indagar las callejas de un poblado, iluminado bajo unas mortecinas luces amarillentas. No habitaba ninguna mujer en el País de la Roca; ya que al igual que Casalún era un lugar destinado y dirigido exclusivamente hacia lo femenino, así lo era la Roca para lo masculino. Ambos lugares se mantenían bajo el imperativo y la custodia de una vieja ley, de la que apenas había tenido tiempo de oír; la llamada Ben Ziryhab.

      El abuelo se quedó junto a Noru y Dewa, hablando animosamente los tres. Se oían tambores en las cercanías, por lo que prosiguió paseando, dejándose llevar he intentado descubrir de dónde provenía dicho alboroto. Alcanzando el extremo opuesto de la aldea, se agrupaba un grupo de jóvenes que vestían ropajes exiguos y desteñidos, lo que inmediatamente le trasladó al mundo de la Sidonia. Sentados sobre las piedras, tocaban una especie de bombo o tambor que mantenían sujeto entre las piernas. De fondo impresionaba el impetuoso estruendo del Ánima, acompañado de gruñidos y aullidos, procedentes de animales salvajes de la montaña. Se mantuvo entre ellos, saludándolos y recordando los viejos tiempos de la Sidonia, hasta que un anciano dio el aviso de que había llegado el momento de retirarse. Por lo que nuestro joven se dirigió de nuevo hacia la aldea y haciendo caso omiso al vigilante, continuó paseando e inspeccionando el lugar.

      El País de la Roca era un reducido poblado, compuesto por unos pocos y estrechos callejones, donde pocos edificios sobresalían. Tan solo un par de ellos presentaban unas dimensiones realmente importantes. Debía de ostentar la Roca, menos población incluso que la vecina Astry en Hersia. Calculando que no debiera de alcanzar, ni tan siquiera el número de cincuenta habitantes. Percibió un pozo de piedra, curiosamente labrado que se hallaba justo en el centro de la plaza, y el cual le había pasado inadvertido en su llegada. En el interior del pabellón comedor, se traslucía la luz y aún se oían voces. Apoyando su cuerpo en la pared del pozo, se quedó observando los viejos y humildes edificios que se levantaban rodeando el hemiciclo, sobresaliendo como si señalase al cielo, el blanco campanario.

      La voz de Bhima

      —Si hablas dentro del pozo tu voz se escuchará en Casalún—. De un salto se volvió asustado, ante la inesperada voz que sonaba tras de él.

      —¿Quién diantres eres? Menudo susto me has dado.

      —En este lugar no tienes enemigos… aquí somos todos amigos, no te alteres hijo. Soy Bhima, padre de Thyrsá, creo que aún no hemos sido presentados. —Dispuso de su mano derecha abierta sobre el pecho, en señal de presentación y seguida de una ligera inclinación corporal.

      —No me habló bien de ti —respondió Ixhian instantáneamente y sin percatarse de lo inadecuado de su respuesta.

      —Vaya, pareces bastante espontáneo y sincero a su vez, cualidad o defecto según se mire; cuida de tus palabras como si fuesen un tesoro, hijo. Aunque de seguir así, te aseguro que te proporcionarán algunos dolores de cabeza.

      —Disculpa no pretendía importunarte, me salió así, sin pensarlo… —Levantando la mano, le interrumpió el caballero.

      —No importa hijo, la franqueza es un lujo en estos tiempos. Además nunca fui un buen padre, por lo tanto bien ciertas deben ser las palabras de mi hija. Aun así, y proviniendo de Thyrsá, no dejo de reconocer que sus palabras suponen una espina que se clava muy dentro de uno.

      Paseaba envuelto por una suntuosa capa amarillenta de dorados bordados, bajo la que se dejaba entrever una túnica de raso blanca que resplandecía en la noche. Hombre de baja estatura y algo chaposo, vencido por el paso de la edad. De barba llamativa, tan abierta como si fuese un cepillo, gruesos labios y entrecejo abundante.

      —¿Decías que si hablo en la boca del pozo mis palabras se oyen en Casalún?

      —Sí, pero tú no puedes hablar, ni tampoco oír. Su sonido pertenece a un código que solo lo pueden interpretar ciertos caballeros llamados Adentores, una especie de versados en la materia. —Frunció Ixhian el entrecejo, contrariado.

      —¿Podría algunos de esos caballeros servirme de intérprete?

      —El pozo solo se usa en caso de necesidad y no está para chismorreos. Déjala ir Ixhian, ella debe de convertirse en lo que es. No te preocupes demasiado por Thyrsá, te puedo asegurar que tras su delicada piel blanquecina se guarda un volcán. Ahora necesitas espacio para ti, y este es el lugar más adecuado para dicho menester. Volverás a verla, no te preocupes por ello; que la avidez amorosa encuentra siempre su cauce. Fíjate en el Ánima —dijo señalando el torrente de agua—, tan impetuoso y bravo parece en sus primeros impulsos… y quién diría que es el mismo río que atraviesa el prado, colmado de calma y sosiego. No juzgues a quienes no tuvimos elección para ser ni disponer. La mayoría de las veces reprochamos actitudes y conductas ajenas, desconociendo la causa que las originó; otorga una oportunidad a los demás y la misma se te brindará a ti.

      —Se dice que estuvisteis en la batalla de playa Arenas, que pusisteis vuestra voz y que con vuestro canto inspirasteis y llevasteis a la victoria al ejército comandador.

      —Se dicen muchas cosas Ixhian. Pero lo cierto es que en esa batalla canté más con la espada que con la voz y… ¿quién fue el necio que te habló de victoria?

      —Pero eso que cuentan, es imposible que pueda ser cierto Bhima, han pasado casi cuatrocientos años desde el fin de la guerra.

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