Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cartas a Thyrsá. La isla - Ricardo Reina Martel страница 21

Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

isbn:

СКАЧАТЬ fuego continúa chispeando en la chimenea, el mar rompe con fuerza y parece que estas gruesas paredes, se vendrán abajo de un momento a otro. Anette se haya sentada a mi lado, remienda ropa vieja y desgastada hasta que sus ojos la venzan y dé por concluido el día. Espero la llegada de Globa, quedamos en eso; él vendría a por mí llegado el momento, justo antes que la gran ola sepulte la isla y siempre que antes no lo hiciese el comandador. Si tal cosa no ocurriese, yo sería trasladada a la tierra subterránea de Ania, junto al pueblo de los Túmulos. Globa me prometió llevarme lo más cerca posible de la Lunai; la luz que alumbra el corazón del mundo, para cumplir el último deseo de esta vieja condenada.

      Intento evadirme, no recordar aquellos primeros meses en Casalún, cuando descubrí que Celeste había partido y que no volvería a verla nunca más. Ese era el golpe del destino que menos esperaba, ya que tan solo la ilusión de volver a estar junto a ella, fue lo único que hizo posible aceptar con cierta complacencia y agrado la despedida de Ixhian.

      Apenas había sido consciente del paisaje y los recintos que me rodeaban, era muy avanzada la tarde cuando accedimos al Valle y recibiera la aciaga noticia en labios de la gran madre del sur.

      La Sunma Ana me recibió personalmente en sus aposentos, ofreciéndome la bienvenida a Casalún, llevándome la enorme sorpresa al comprobar que era la misma persona que me visitara años antes en el altozano, justo al día siguiente de la muerte de la yaya. Madre Latia estuvo presente durante este primer encuentro, manteniéndose aferrada a mi mano, ofertándome su apoyo y compañía.

      Ahora, cuando pesan tanto las edades se entiende el papel imprescindible que jugó madre Latia en nuestras vidas. Si no hubiese sido por ella, nada habría sucedido y todo se hubiese consumado mucho antes. Aún me sorprende que no aceptasen mi dolor y rechazo en la aldea, tras descubrir la ausencia de Celeste. Por nada del mundo quería continuar allí. ¡Odiaba Casalún! Llegué a maldecir todo cuanto representaba esa comunidad, envuelta en ese halo de perfección insuperable. Odiaba su mundo y todo cuanto constituía esa red vanidosa de leyes añejas y retorcidas vanidades. Deseaba volver a mi casa en el altozano y poder recuperar la retorcida costumbre de tirar de mi carromato. Ese esfuerzo desesperado que representaba mi único alivio, pues había aprendido como la ira y el dolor, se dispersaban a través de ese camino.

      Perdí a una madre que nunca llegué a conocer, luego se marchó Mamá la yaya, seguida de Celeste y por último el joven Ví, mi amor. Ahora de nuevo rehacía mi vida junto a una desconocida, pero que sin duda era el único vínculo que me unía al pasado.

      Poco a poco con su aguda comprensión y un amor desbordado, me fue sacando de mi ostracismo. Me obligaba a cuidarme, a mirarme y a educar mis modales. Refinó mi conducta y esa joven alocada de espíritu bárbaro y bravío, fue transformándose en alguien que consiguiera, al menos, mirarse a sí misma sin complejos. Luego llegó Asia, la que fuera mi gran compañera en los principios. Bajábamos y paseábamos sobre el sendero de los cantos rodados. Descalzamos nuestros pies, y jugábamos a moldear nuestros andares sobre las impávidas piedras. Enseñándome a modular diferentes tonos de voz, mientras realizábamos lo que ella llamaba «el arte de los paseos cantados». Llegó un tiempo hermoso junto a Asia, aprendiendo a valorar y respetar cuanto me ofrecía esta nueva tierra. A la llegada de la noche y cuando caían los rayos y se desataban tormentas sobre el Valle, me imaginaba arropando al niño Ví, protegiéndolo y cuidándolo como si fuese un crío desamparado.

      Progresivamente, sin apenas darme cuenta, se fueron disipando los pesares de la infancia y ese maldito vicio por monopolizar lamentaciones y quejas ante todo cuanto me llegaba. Hoy siendo una anciana de edad incalculable, me pregunto; por qué hemos de vivir tanto las hijas del sur y mantenernos soportando tan larga espera… “Las hijas del sur son como hojas de los árboles que tan solo se caen cuando les llega su otoño” dice la canción.

      ¡Cuando la oí por primera vez… cuando sucedió…!

      Era ella la más delicada de las doncellas que conformaban el círculo, se llamaba Arianna Clara, “La Rosa del Sení”. Su voz hechizaba e incluso forzaba a bajar hasta la acacia, a la Sunma Ana para oírla. Ella nos ofrecía la paz del espíritu y con su voz nos trasladaba a un mundo colmado de esperanzas. Era rubia de un cabello dorado como jamás vi otro igual, sus ojos proyectaban infinitos azules de un universo inexplorado. Tenía ella doce años tan solo, cuando la vi por primera vez. La hija de Edurín, una leyenda antigua y remota ofertó un vuelco a la vida en la aldea, y desde que ella llegó, puedo decir que jamás faltamos a clase, bajo la acacia blanca.

      Me fui habituando a la rutina de Casalún, hasta llegar a ser una más de entre todas. Repentinamente madre Latia enfermó, pasando a dormir a un pabellón llamado el Sanatorio y en donde era constantemente atendida por la culmen Eulalia, también conocida como “la hermosa sanadora”.

      Todas las tardes me dirigía a la habitación de Latia, donde se hallaba hospitalizada, aguardándome. Le gustaba que le comentara los detalles acaecidos durante la jornada y que le hablara de las más pequeñas. Reía conmigo y nos СКАЧАТЬ