Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
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Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

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СКАЧАТЬ se decidieron por acampar bajo unas colosales ruinas, resguardadas por la sombra de los robles y del musgo. El abuelo Arón mandó al joven a buscar leña y encender el fuego, mientras que el Gris no le perdía de vista, a la vez que levantaba su particular campamento.

      —Esta noche la pasaremos bajo el refugio de la fortaleza de Ínsula, y ya mañana, pasado el mediodía, alcanzaremos el País, pues se dice que es de buen augurio entrar en la Roca, al atardecer —dijo el Gris.

      Ixhian se mantenía sentado sobre la toga que le proporcionara Latia, masticando un trozo de pan endurecido, mientras se sumía en la nostalgia. Recordaba a la niña Mó, a la que echaba mucho de menos. Hacía tan solo unas horas que se habían separado y ya se le hacía insoportable su ausencia. El fuego iluminó la noche, y las estrellas se dejaban ver pretenciosamente bajo el cielo. Las viejas ruinas les hablaron de otros lugares, de un tiempo perdido plagado de personajes insólitos, nacido de las fábulas y las ficciones.

      —La vida del hombre es similar al río que desciende, sin que nada sea capaz de interrumpir su corriente. El agua no se detiene nunca, continúa bajando y sorteando pacientemente sus trances y dificultades. Mientras nosotros actuamos inversamente al río, sin saber dejar atrás nuestros apegos ni compromisos y con un tremendo temor a deshacernos de ellos ¡Cuán difícil es navegar solos y en libertad! ¡Cuánto nos cuesta desprendernos! El transito es corto y apremia, dedícate a reflexionar en ello, hijo.

      Ixhian, se hallaba fascinado oyendo las palabras del abuelo que parecía realmente inspirado, mientras el Gris permanecía callado, como si no estuviese mirando al cielo y tumbado sobre la hierba.

      La Roca

      Ascendieron al País de la Roca a través de una enorme escalinata de piedra, cubierta en su totalidad por una alfombra vegetal que rodeaba la gran montaña, al abrigo de unos cedros altos y majestuosos. Musgos y líquenes componían el resbaladizo pavimento de la Escalada de Roa que aparecía y desaparecía, cubierta por una gruesa capa de sustrato vegetal. Afortunadamente sus peldaños eran lo suficientemente anchos para que nuestros caballos, pudiesen acceder sin dificultad hasta la cima. El pueblo de la Roca se hallaba abrigado y protegido por una especie de celaje azulado que parecía sostenerlo entre las nubes. Antes de llegar a la cumbre, el abuelo torció hacia la derecha señalando hacia un mirador natural, desde donde se podía presenciar el Powa y su selva, en toda su magnitud. Un viento tremendamente húmedo arrasaba la montaña, calando la piel y los huesos, dando la sensación de no llevar nada puesto.

      Desde aquellas alturas, se apreciaban unas enormes y picudas piedras que señalaban el borde de un camino, sorprendiéndole la posición horizontal de las rocas. Aunque al instante de percibirlas, se diera cuenta que establecían una perfecta composición con el paisaje, manteniendo un sorprendente equilibrio entre los árboles y la montaña.

      Gigantescos peñascos de roca oscura, dibujaban el contorno del círculo que se asentaba en lo alto de un cerro llamado la Mesa de Tinda. Era una vista única, incomparable a cualquiera de las que hubiese presenciado con anteriormente y que obviamente le hacía recordar el altozano de Vania. Sin embargo a diferencia de este, la altura aquí era tan privilegiada que el bosque entero no cabía en su mirada, mientras que desde el altozano casi se podían rozar las ramas de los árboles con las manos. Al fondo y en una lejana montaña, se divisaba lo que antaño debiera de ser una gran fortaleza o castillo, y en lo más alto, justo tras ellos y al borde mismo de la más grande de todas las montañas; suspendido como si fuese un cuento de hadas, se abría la Roca, el misterioso pueblo de los magos.

      Oscurecía la tarde, por lo que se dirigieron apresuradamente hacia el poblado, mientras el camino se volvía animado y concurrido. Alguien les cerraba el paso a la entrada de la aldea; era Dewa, el loco de la Nanda que larguirucho y mal doblado, como un clavo torcido, les aguardaba en medio del sendero. Tras él, permanecía Noru, el garante de la Roca, conocido como el último gran mago. Todos quedaron en silencio, la oscuridad reinaba sobre la selva, comenzaron a replicar las campanas en el blanco campanario de la Roca y nadie se atrevía a decir nada… hasta que el brujo Dewa rompió un dilatado y sostenido silencio.

      —Habéis tardado una inmensidad en traerme al niño, ya salía a buscaros y a decir verdad, llegáis justo a tiempo para la cena. Lo teníais previsto ¿verdad? ¿Creíais que no me daría cuenta? Pues vamos que la mesa se halla dispuesta ¿Habéis cuidado bien de mi chico?

      —Calla viejo loco, apártate y déjanos continuar —le grita el Gris.

      —¿Cómo te va fuera de la cueva, niño? ¡Vaya si le ha salido barba! —hablaba sin detenerse, a trompicones y nervioso, sus ojos traslucían ironía y sarcasmo a la vez.

      —Sobreviviendo a estos —le contestó Ixhian con cierta picardía, echándose a reír el Gris y el abuelo.

      —El abuelo no es más que un viejo chocho y el otro es un chiflado que se no calla nunca —contestó Dewa.

      —Desde que se quedara solo y sin su amada, no para de quejarse. Se la quitamos por un rato y ahora le toca hacerse un hombre, entre hombres —replicó el abuelo.

      —Es cierto hijo, haz caso a tu abuelo, que muchas mujeres hablando juntas y a la vez, fatigan al más poderoso de los caballeros. No te convenía aquello. Bienvenido seas al círculo de los varones locos, la mesa está dispuesta así que apresuraos que os aguardan con impaciente curiosidad y desesperación, una panda de desquiciados.

      —¡Esa lengua viejo! Cualquier día te buscas un disgusto —le vociferaba el Gris.

      —Bienvenido seas a mi casa y ahora tu nuevo hogar, joven Ixhian —dijo el abuelo, mientras desmontaba de Sumo y abrazaba a Noru que se había mantenido al margen y en silencio.

      —Ven hijo, desmonta de la yegua y acompáñame hasta la Roca. Así lo exige la tradición.

      Sorprendiéndole el delicado tono de voz de Noru, marchó junto al más pequeño en estatura de los tres magos, pero el más grande de corazón. La aldea colgaba literalmente al borde de una gran montaña y sobre ella se percibía un sorprendente salto de agua que caía en forma de torrente. El sonido de la catarata era atronador, llenaba todo el espacio.

      —Ese es el salto del Ánima y su hijo es el Sión, el río que nace de las altas cumbres. Aquí se guarda todo nuestro saber. Cuida con mimo de cada uno de tus actos, ya que esta tierra que pisas es sagrada. El espíritu de la isla habita en esta montaña y en el agua que cae de ella. La isla de Erde no sería nada sin este río, este elemento que otorga la vida y a su vez se la lleva… Este es el porqué de nuestro pueblo, los encantados; la orden que guarda y venera el Powa, padre y señor de todos los bosques. Siempre hemos estado aquí, escondidos y furtivos de la razón y lo ordinario, velando y viviendo a la sombra de la montaña. Sirviendo a su sangre que es el Ánima —hablaba Noru muy despacio y con delicadeza, pronunciando cada sílaba a conciencia, mientras el abuelo le aferraba del brazo.

      —No comprendo nada de cuanto me dices mago Noru, acabo de llegar y supongo que tardaré en hacerme a todo esto, soy bastante lento en asimilar. Es muy diferente a como lo imaginaba, aunque este paisaje parezca haber surgido de uno de los libros del abuelo.

      —Conoces mucho más de lo que crees hijo, no te hagas el humilde, aquí no te hace falta. No te preocupes por nada, te curtirás y madurarás lo suficiente, nosotros nos encargaremos de ello. Comenzaba a lloviznar, por lo que Noru se cubrió su cabeza rapada con parte de la túnica.

      —Desde la opacidad, nos toca pulir y sacar brillo a esa luz que lucha por salir al exterior. Tenemos que darle la forma y asegurarnos de que toma la dirección correcta —intervino el abuelo, aunque no entendiera el joven СКАЧАТЬ