Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
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Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

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СКАЧАТЬ la casa, pretendiendo pasar desapercibidos el máximo tiempo posible.

      El Both y la noche de los muertos

      Se había echado la noche encima, cuando madre Latia sacó una pequeña lamparilla de barro que nunca habían visto con anterioridad. Frotándola con un paño la hizo prender, una pequeña llama azulada se asomó del cuello de la lucerna y madre Latia le habló mimosamente, como si esta entendiese cuanto decía. Se sentaron los cuatro alrededor de la mesa, la lumbre se hallaba encendida. Era una noche de perros y aunque en el interior de la casa se mantuviese una agradable temperatura, la inquietud prevalecía entre los mayores. Thyrsá e Ixhian se miraban de vez en cuando preocupados, extrañados de que el abuelo tartamudeara nervioso, durante la cena.

      Ya entrada la madrugada, el abuelo les contó sobre la importancia que se le daba en el Powa al ciclo de los Nocturnos, como se denominaba la festividad dedicada al tránsito que une la vida con la muerte. Nuestros jóvenes le oían abstraídos, dejándose llevar por sus palabras, pues nunca antes habían presenciado tanto protocolo en el abuelo. Aunque puede que también ayudasen a ello, los reflejos del fuego sobre su rostro, lo que le configuraba de un aspecto sobrehumano y extraordinario. En un momento de la narración, Latia levantó la mirada, dirigiéndola hacia la ventana y el abuelo se percató de que algo extraño sucedía. Situándose rápidamente en pie, avanzó hasta el cristal, intentando observar que ocurría tras él. Seguidamente hizo señas de que apagasen las luces e incluso madre, se apresuró en amortiguar la luz que surgía de la chimenea, anteponiéndole una tela negra. Tan solo quedó la llamita azul que ganó presencia en la sala conforme se sumieron en la oscuridad.

      —Ha cruzado una sombra —manifestó madre mirando hacia el exterior, mientras Mó pegaba su cuerpo asustado al de Ixhian.

      —¿Estás segura? —madre Latia no le respondió, limitándose a decir:

      —No preocuparos, ella nos hará invisibles. —Haciendo referencia a la llama que surgía de la pequeña lámpara.

      Y en eso que volvieron la mirada atónita y estupefacta hacia la ventana, Thyrsá no pudo impedir abalanzarse aterrorizada sobre Ixhian, mientras Latia se volvió hacia ellos enfadada, llevándose el dedo índice a sus labios y haciéndoles señas para que guardasen silencio. El cristal se había empañado por el frío, sobre el vidrio se traslucían figuras tortuosas y retorcidas, que se estampaban de forma confusa desde el exterior.

      —Agacharos y ocultaros —dijo Latia balbuceando.

      —Los muertos nos buscan —agregó escuetamente el abuelo, a la vez que se le escapó un grito a Thyrsá.

      El abuelo avanzó deslizándose a ras del suelo y muy lentamente corrió el visillo que apenas ocultaba el cristal de la ventana. Luego ya en pie, atrancó la puerta de entrada con un enorme tronco. Latia mandó subir a los jóvenes hasta el desván, donde arropados y temerosos pasaron la noche sin poder pegar ojo.

      Nunca supieron que sucedió en el piso de abajo, ni yo soy nadie para relatarlo. Pero cuando las primeras luces del día, penetraron a través del tragaluz del tejado, supieron que lo peor ya había pasado. Con cuidado descendieron por la estrecha escalera de mano, el abuelo y Latia mantenían abierta de par en par la puerta de entrada, ambos presenciaban la salida del sol.

      —Preparaos niños, iniciamos la partida. Aquí ya no queda nada más por hacer —los recibió gritando Latia.

      [17] Segunda luna del otoño y penúltima del año.

      [18] El Bosque Powa en el sur de la isla, albera dos grandes comunidades; El País de la Roca para los hombres y Casalún para las mujeres.

      [19] Los Nocturnos del Aíte Mor o el Both, la semana de los muertos.

      VIII - Thyrsá

      Camino al Valle de Tara

      Un apuesto caballero se ha unido a nosotros. Llevamos dos días de marcha y me quedaría aquí, en este momento de mi vida, para siempre. Si le diesen a elegir a una no avanzarían los años, y haría este camino junto al niño Ví, eternamente.

      Montamos ambos sobre Dulzura, mientras los días pasan a ser predominio de las nubes y de un constante aguacero que no nos abandona. Más yo me aferro con verdadera efusión a la cintura de mi caballero y así me siento una sola con él, constituyendo ambos un solo cuerpo. Estoy enamorada, locamente enamorada.

      El caballero Gris se une a nosotros, es un tipo simpático que va extrañamente vestido, aunque deje entrever alguna que otra sombra abatiéndole el rostro. Conversan nuestros preceptores cabalgando algo adelantados, mientras nosotros nos rezagamos a conciencia, no obstante el abuelo se vuelve de vez en cuando, asegurándose de que le seguimos la pista. Desde aquí observamos como frunce el entrecejo, mientras el caballero Gris no para de hablar, narrando las experiencias percibidas a través de sus variopintas travesías. Es fácil deducir por nuestra parte que un asunto trascendental y apremiante, ha despertado el recelo en nuestros mentores. Acelerando la partida y el abandono de nuestro apacible hogar en el altozano, sin ofrecernos la posibilidad de intervenir, ni opinar sobre una decisión de tan atrevida trascendencia. Ya en el camino, eso sí, nos dejan disfrutar del viaje a nuestras anchas, envueltos ambos por un halito rosado y sin más preocupación que cubrirnos de las rachas de lluvia y un gélido viento, que de vez en cuando nos sorprende.

      Han pasado dos meses desde que iniciamos la partida y por nada del mundo cambiaría este presente, ni por todos aquellos momentos irrepetibles vividos en el altozano.

      Allí quedaron subscritos mis primeros besos y mis primeros arrebatos apasionados, frutos del deseo y del entusiasmo de una joven enamorada. Con él he aprendido a fluir, aparcando el peso y la desolación que supuso, dejar partir a mi hermana.

      Encontré al fin una familia donde refugiarme, aunque de vez en cuando se manifestase el fantasma de Mamá la yaya, deambulando entre las ruinas de Vania para recordarme que su alma, aún habitaba allí.

      Supe al instante de verlos llegar, que este sería el núcleo familiar en el que me sustentaría durante el resto de mi vida. Quiero a madre Latia con locura, a pesar de sus delirios y lo difícil que a veces me resulta soportar su carácter dualista. Sin embargo y a pesar de ello; en el espejo de su alma me reflejo como mujer, ya que aún y a pesar de sus desmanes, conserva una permanente presunción femenina.

      Evoco ese tránsito, ese camino con mi amado, los momentos más dichosos y afables donde ambos olvidamos todo tipo de temor y duda. Muy detrás queda la casita del altozano, sus ruinas y los bosques de Hersia, para ello ha sido necesario dar un largo rodeo, evitando los parajes brumosos y salvajes. Desde el cruce de caminos, hemos atravesado la triste tierra de los Marjales, un sendero evitado siempre debido a lo inhóspito y desapacibilidad del terreno. Nos dirigimos hacia el encuentro con el paso de Lara, una garganta sumergida entre las altas montañas que conforman la cordillera de las Díalas, sorteando así sus escarpadas cumbres y desfiladeros. Tras el largo recorrido por el corazón de las Díalas se alcanza una sorprendente pradera, en cuyas orillas se baña el primero de los siete lagos de Conanza.