Название: El continente vacío
Автор: Eduardo Subirats
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia
isbn: 9786075475691
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Heroísmo cristiano y militar secreto, pero íntimamente vinculado a la formación de una identidad subjetiva que se forjaba al mismo tiempo en el campo de batalla como principio de ocupación territorial, como lo instauró Cortés, y en la iniciación del alma mística como institución de una nueva subjetividad sustancial e irreflexiva a través de la ascesis y el éxtasis, como los definió Teresa de Ávila. Formación histórica gestada a lo largo de siglos de luchas militares aglutinadas bajo el signo divinal de la cruzada. Síntesis del concepto aristotélico del héroe y del culto cristiano del sacrificio y la ascesis que se abrió paso también en la cruzada interior de la iniciación mística como triunfo sobre el cuerpo definido como medio satánico de tentaciones, como supresión de la historia individual y la realidad colectiva, y como glorificación del alma transverberada por los caminos de una marcha espiritual hacia un centro simbólico a la vez institucional e interior. Esos son los momentos temporales y trascendentes en los que se funda el sujeto colonizador hispánico, la ideología hispánica y la hispanidad —y también la decadencia hispánica—.
Entre la construcción heroica de una identidad territorial bajo los signos trascendentes de la cruz y la unidad del orbe cristiano, y la instauración mística del alma como ciudad interior, existe un vínculo profundo. Su centro sagrado es el «castillo interior» —una metáfora mística del Zóhar a la que Teresa de Ávila confirió un doble significado, a la vez militar y psicológico—. Su sentido moderno e imperial consistía, según la descripción del Castillo interior de la santa contrarreformista, en un sistema arquitectónico y militar de fortalezas inexpugnables en cuyo interior más secreto se albergaba un alma aristotélica, sustancialmente idéntica con Dios. En el recorrido de la iniciación mística su principio esencial es la conciencia de culpa. En el marco de la experiencia personal relatada por Teresa de Ávila, y elevada por la monarquía católica española a conciencia ejemplar y emblema nacional, esta conciencia negativa, ligada a la culpa, se expresaba a través de su celebración de la angustia y la muerte como principios constituyentes de la autoconciencia cristiana. Con el principio moral de la ascetismo cristiano viene la subsiguiente negación de la existencia empírica, histórica, social y física a lo largo del proceso de su purificación y absolución. La nueva conciencia resultante ignora su pasado como lo ignora la identidad nacional constituida en la monarquía católica de 1492. Esta eliminación de la memoria (que cristaliza en un verdadero proceso de purificación de las raíces judías e islámicas del misticismo ibérico, y de todos los nexos sociales y culturales que entrañaba) preside una redención a la vez subjetiva, doctrinaria e institucional.78 Esta redención coincide con la erección subjetiva y política de los inexpugnables baluartes del castillo interior de una conciencia absoluta y vacía. «Manda el Esposo cerrar las puertas de las moradas, y aun las del castillo y cerca.»79
«Aumento de su Iglesia» es también una última voluntad expresa del Castillo interior.80 En las reconquistas y conquistas legendarias de reinos míticos es la guerra, entendida asimismo como empresa de expiación y salvación por el dolor y la muerte, la que cumple esta misión metafísica de instauración de una renovada identidad histórica absoluta. La historia cultural española trazó precisamente en torno a estos momentos sus signos de identidad doctrinaria. Hasta entrados en el siglo XX, cuando la empresa de la conquista y el imperio cristiano de ultramar habían trocado sus quiméricas gestas por los signos de la pesadilla, el pesimismo o la conciencia del desastre, todavía esta alma mística y su identificación con el heroísmo de la guerra santa, se blandían como los baluartes últimos de aquel sueño histórico, a lo largo de la ambivalente poética y ensayística de los representantes más renombrados del nacionalcatolicismo español: Ganivet, Unamuno, Maeztu…
Tras los sublimes signos de conquistas sin nombre y sin ley daba comienzo la moderna historia americana sobre una realidad miserable y una identidad negativa: el indio vencido y avasallado; el indio convertido bajo un nuevo y heterónomo principio de sujeción y subjetivación. Su definición teológica como esclavo del demonio tiñó con su colorismo barroco las primerísimas tareas de la conquista militar.
Los primeros franciscanos que llegaron a Tenochtitlán interpretaban a los dioses y, con ellos, las formas de vida aztecas en los términos antihermenéuticos de una siniestra demonología. Los tratados de propaganda y catequesis católicos invocaban primero a Lucifer, quien les había obligado a los indios a andar «constriñendo la tierra […] a que divinicen, hagan súplicas, al sol, la luna y las estrellas […] al ave y la serpiente y a todas las creaturas de Dios», para concluir a continuación con la culpa y el castigo merecidos como la verdadera causa de los males que les había acarreado la guerra colonial: «los españoles […] los que os conquistaron […] los que os hicieron miserables […] con esto fuisteis castigados, para que terminárais las no pocas ofensas de su corazón (del dios Verdadero), aquello que habéis vivido haciendo».81 También Toribio de Benavente escribía que «en servir de leña al templo del demonio tuvieron estos indios siempre muy gran cuidado».82 Sahagún reiteraba la misma justificación del genocidio en nombre de los pecados de gentilidad cometidos por el indígena americano: «en estas partes […] las gentes se van acabando con gran prisa, no por los malos tratamientos que se les hacen como por las pestilencias que Dios les envía».83
La estrategia argumental del tratado de guerra contra indios de Ginés de Sepúlveda reitera los mismos motivos: estigmatizaba al indio como un ser inferior y bestial; era un «homúnculo».84 Este, humanísticamente disminuido, era también pasible de pecados, impiedades, torpezas y ofensas aborrecibles al orden divino.85 Su inferioridad natural justificaba la esclavitud como una verdadera redención, incluso como liberación de su satánica forma de vida. Solo el dolor y la muerte, y el sacrificio y el trabajo forzado, los elevaban al camino cristiano de expiación.86
Semejante ideario no es ni radical, ni extremo. Ginés de Sepúlveda se apoyaba en lo mejor de la tradición agustiniana, de acuerdo con la cual solo la violencia, o sea, la necesidad emanada del temor, era capaz de romper los lazos pecaminosos de la costumbre. En un giro que anticipa precisamente a la filosofía política del Leviatán y la dialéctica del señorío y la servidumbre de Hegel, el teólogo castellano anunciaba también que solo el terror podía liberar al indio de sus formas tradicionales de vida. El alma cristiana redimida era la trascendencia en la identidad pura del más allá. Y esta identidad, virtual y vacía, y la absoluta libertad que fundaba solo podían garantizarse a partir de la eliminación de aquellas costumbres o formas de vida como lo absolutamente negativo.87 También el liberal Francisco Suárez había apelado a la tradición agustiniana de legitimación de una violencia heroica para justificar teológicamente un uso condicionado de la coacción como medio de conversión.88
La guerra es el castigo impuesto a quienes perseveraran en el orden de la naturaleza y de las formas de vida de una comunidad histórica. La servidumbre es elevada por esta teología política como proceso de expiación de esta dependencia de una eticidad de la costumbre que desde San Pablo se confundía con el pecado. La destrucción de culturas, dioses y símbolos se elevaba a principio de libertad y redención del nuevo humano que resurgía de sus cenizas. Estos son los momentos lógicamente СКАЧАТЬ