Название: El continente vacío
Автор: Eduardo Subirats
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia
isbn: 9786075475691
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En el Cantar de Mio Cid y otras crónicas medievales, como la Crónica najerense o el Liber Regum, las características épicas y heroicas se conjugaban con el relato del linaje de reyes, es decir, aquella sucesión genealógica, encargada de representar a un poder homogéneo y continuo a lo largo del tiempo.51 La crónica testimonial del Nuevo Mundo tuvo que reinventar este discurso, que ahora atravesaba, sin embargo, el proceso traumático de la violencia colonial y la dislocación de las culturas originales del continente americano, como el ritual sacrificial de un nuevo comienzo. Para ello Cortés tuvo que refundir viejos principios étnico-religiosos. Su linaje era lo que en primer lugar podía legitimar al héroe, pero no en el sentido de mostrar su elevada alcurnia e hidalguía, sino en su expresión racial y racista más simple de la limpieza de sangre y el principio de la honra ligada a ella. Pero era, además, el propio arrojo frente al peligro y al enemigo lo que elevaba a este honroso héroe de casta cristiana al papel de sujeto épico de la conquista. Esta identidad heroica se eleva a las cimas de una ficción real maravillosa. El relato de Cortés reactualizaba la novela de caballerías en la época de su decadencia como género literario, precisamente en la misma medida en que le otorgaba la dimensión testimonial y realista de unos anales de la conquista.
Gómara ilustró con detalles preciosos y precisos lo que constituye, sin embargo, su patética irrealidad: la estilización heroica de Cortés contra el fondo sangriento de destrucción y violencia coloniales. Semejante ideal se afianzaba sobre sólidos cimientos: los limpios cuatro linajes, todos ellos muy antiguos, nobles y honrados distinguen el nacimiento del héroe. Su poca hacienda, empero mucha honra enfatizan el mismo fundamento racista. Las circunstancias extraordinarias de su nacimiento y su tierna infancia, presidida por una muerte simbólicamente realzada (al igual que en el ritual biográfico de iniciación mística representado por la Vida de Teresa de Ávila), y su subsiguiente curación milagrosa y renacimiento sobrenatural bajo los auspicios del fundador de la Iglesia romana, sellan un significado providencial al desarrollo de esta biografía canónica. El talle clásico de sus virtudes caballerescas, forjadas a un tiempo en el valor de las armas y el aprendizaje de las letras, y coronado por un fervor cristiano sin tacha, el favor divino de sus empresas militares e incluso la serie de intervenciones milagrosas que anunciaron la victoria final de su guerra santa, cierran ostentosamente el perfil de un sujeto colonizador moralmente ejemplar.52
También Sahagún glorificó, en su Historia general, el ideal heroico del «nobilísimo capitán D. Hernando Cortés». Este solo podía compararse, de acuerdo con el gran misionero, con lo que «hacía en tiempos pasados el Cid Ruiz Díaz». Sahagún no dudó tampoco en mencionar en su narración de la conquista de México la directa intervención divina «por cuyos medios (Hernando Cortés) hizo muchos milagros en la conquista de esta tierra».53
La comparación con el Cid es justa y certera. Al igual que el Cantar de Mio Cid, la proeza y agudeza militar y el servicio al rey, la honra debida al linaje y las honras proporcionadas por las victorias, en fin, el mismo nombre de Cristo y el mismo oro constituyen los elementos primordiales que otorgaban un significado heroico al sujeto épico. En las Cartas de Cortés y en las crónicas de sus soldados la demolición de ídolos y templos americanos se elevaba, al igual que la destrucción de mezquitas para el Cid, a símbolo glorioso de su victoria: «desfizo el Çid todas las mezquitas que avie […] e fizo dellas yglesias a honrra de Dios e de Santa Maria».54 Por todo lo demás, Cortés se distinguía, siguiendo en ello también un modelo medieval, no solo por el coraje y la astucia del estratega militar, sino también por la flexibilidad y ejemplaridad bajo la que se representaba y engalanaba en su papel de supremo legislador y juez.55
El centro de gravedad de la crónica de Gómara lo constituyeron las oraciones de Cortés a sus soldados. Sabemos que estas arengas le fueron dictadas a Gómara por el propio Cortés. No son, por consiguiente, testimonios simples de un hecho histórico cumplido. Poseen más bien el rango de una autorepresentación. De acuerdo con ella, la codicia de riquezas y la gloria militar se armonizaban idealmente con la obediencia y servicio a la corona y, al mismo tiempo, con el significado apostólico de la conquista:
no solo ganaremos para nuestro Emperador y rey natural rica tierra, grandes reinos, infinitos vasallos, sino también para nosotros mismos muchas riquezas, oro, plata, perlas y otros haberes; y aparte de esto, la mayor honra y prez que hasta nuestros tiempos, no digo nuestra nación, sino ninguna otra ganó […] además de todo esto, estamos obligados a ensalzar y ensanchar nuestra santa fe católica como comenzamos y como buenos cristianos, desarraigando la idolatría.56
Es el propio Cortés quien ensalzó con esta sobrepujada retórica la leyenda heroica de la conquista española. Las tareas del caballero cristiano medieval, aquellas que, sin ir más lejos, consignó Ramón Llull en su tratado de caballería —el papel mediador entre el poder divino y el poder temporal, la defensa de la fe contra el infiel, las virtudes éticas, la audacia y la valentía por encima de la fuerza— aparecen y reaparecen hasta la saciedad en el relato de sus aventuras americanas.57 Cortés se pintaba como el siervo leal: «por cobrar nombre de servidor de vuestra majestad y de su imperial y real corona, me he puesto a tantos y tan grandes peligros». Cortés se enaltecía como varón cristiano: «por haber en tanta cantidad por estas partes dilatado el patrimonio y señorío real […] quitando tantas idolatrías y ofensas como en ellas a nuestro Creador se han hecho» Cortés se presentaba como realizador del ideal medieval del orbe cristiano:
En respuesta de lo que aquellos mensajeros me preguntaron acerca de la causa de mi ida a aquella tierra, les dije […] que por que yo traje mandado de vuestra majestad que viese y visitase toda la tierra, sin dejar cosa alguna, e hiciese en ella pueblos cristianos para que les hiciesen entender la orden que habían de tener, así para la conservación de sus personas y haciendas, como para la salvación de sus almas.58
Las virtudes heroicas del guerrero eran la condición necesaria, por derecho natural y divino, de la legitimidad de su guerra de ocupación y exterminio contra aquellos mismos seres que este mismo principio heroico debía necesariamente de estigmatizar como lo radicalmente negativo: ya sea estado de naturaleza y de gentilidad, o de barbarie y pecado, en fin, el indio. Como escribía Juan Ginés de Sepúlveda en sus diálogos De justis belli causis, réplica al principio liberal de la Reforma protestante y su crítica del genocidio americano: «La Guerra Justa no solo exige justas causas para emprenderse, sino legítima autoridad y recto ánimo en quien la haga, y recta manera de hacerla».59
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