Название: El continente vacío
Автор: Eduardo Subirats
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia
isbn: 9786075475691
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La falsedad de los términos formalmente verdaderos del Requerimiento es, ciertamente, tan perentoria como su eficacia jurídica. Sencillamente porque la situación en la que necesariamente tenía que leerse suponía de hecho una violencia realmente impuesta que las cláusulas del peculiar contrato solamente esgrimían como castigo a la rebelión o la herejía. El caso de Cajamarca, en el que el Requerimiento fue una simple mascarada para justificar una masacre de decenas de miles de indios indefensos, es solamente una triste cita en la historia de los genocidios americanos. Pero el significado institucional del Requerimiento y su función legitimadora eran indiferentes a las condiciones efectivas bajo las que se exponía, indiferentes a la circunstancia de que fuera leído en latín o castellano, a que se pronunciara en su totalidad o solo parcialmente, o se llevara a término como un absurdo trámite jurídico. Desde el punto de vista de quienes solo podían acatar la innombrada violencia de la espada colonial era tan relevante como las declaraciones de derechos humanos que hoy amparan a los mismos ejércitos privados del colonialismo poscolonial de nuestros días.37
A partir de 1573, la corona española prohibió legalmente la palabra conquista. Su significado fue suplantado sumariamente por el concepto de pacificación, ya antes utilizado por Cortés tan pronto hubo arrasado militarmente los principales centros político-religiosos de la futura Nueva España. El valor teológico-político del nuevo término estratégico de pacificación entrañaba una reformada figura del no reconocimiento de la existencia del indígena americano, marcadamente diferente de aquella a la que obligaba el Requerimiento, es decir, la destrucción y el abandono de los ídolos, la liquidación de sus formas de vida, y la imposición compulsiva del bautizo masivo como condición sacramental de sujeción jurídica y de subjetivación moral. La estrategia y el concepto de pacificación instauraban jurídica y moralmente un orden superior. Presuponían la prerrogativa, por parte del conquistador, de imponer el sistema teológico y político «católico» en el sentido etimológico de la palabra, es decir, universal o global.
Prerrogativa absoluta que no admitía diálogo, ni negociación, ni siquiera traducción: como si se trazara por primera vez una ley sobre un desierto sin nombre ni fronteras. Era el acto mítico, ensalzado y consagrado sacramentalmente por el bautismo y gramaticalmente a través de la imposición de nombre sobre todo lo existente. Pacificación significaba virtualmente poner un orden allí donde reinaba la nada. Lo que significaba reconocer al habitante de América como un sujeto carente de civilización: «los mantenemos en paz para que no se maten, ni coman, ni sacrifiquen, como en algunas partes se hacía; y puedan andar seguros por todos los caminos, andar y contratar y comerciar».38 Es bajo esa concepción legalmente reformada que el indio recibía formal y positivamente una nueva libertad. Una insólita libertad, es cierto. La teología misionera lo elevaba a sujeto subyecto de una culpa universal y originaria violentamente impuesta en el mismo acto del bautismo compulsorio y masivo, y al mismo tiempo garantizaba su libertad como acto de fe a través del vínculo sacramental de la penitencia que lo redimía como libre-sujeto. En nombre de esta libertad precisamente el indio fue privado de su cuerpo y de sus tierras, expulsado de sus formas de vida y despojado de su memoria histórica. El nuevo principio de la interioridad cristiana lo absolvía de su comunidad originaria y le definía institucionalmente como nuevo humano: el sujeto vacío de una virtual libertad que le hacía realmente dependiente de las instancias político-eclesiásticas que lo reducían a la servidumbre y la miseria.
Toda la teoría política de Las Casas y una parte de los dominicos, la filosofía jurídica de la Escuela de Salamanca, e incluso de la independencia americana, nace de esta primera figura de la emancipación indígena, a la vez signo moderno de una nueva libertad frente a los excesos genocidas de conquistadores y encomenderos, y principio de una forma articulada y compleja de deuda interiorizada y subjetivación. Se trata de una paradójica humanización de la conquista americana. Entrañaba la sujeción voluntaria a un sistema racional que, al mismo tiempo era heterónomo y exteriormente impuesto, e instauraba una nueva libertad subjetiva que presuponía la interiorización del terror como angustia y principio de disolución del ser.39
Una nueva etapa del proceso colonizador le sucedió a este periodo transicional de interiorización de la angustia y la nada. Una etapa ni heroica ni idealista nacía a partir de la segunda mitad del siglo XVI bajo el signo de las necesidades prácticas de la organización política de las vastas colonias de ultramar. En esta etapa, el indio ya no funge como la oscura otredad sobre la que el europeo podía proyectar a discreción su propio imaginario mitológico y sus propias angustias históricas, luego de embargarles a los pueblos de América sus dioses y su lengua, sus bienes materiales y también su memoria. Ya el indio no es en este tercer momento de su sujeción colonial el moro diabólico, el adamita inocente o el judío condenado por el dios Verdadero. Tampoco era aquella conciencia inofensiva e ingenua que garantizaban los sistemas teológico-políticos de utopías trascendentes como las de Las Casas o De Quiroga. Por primera vez se reconoce al americano en su existencia real, en su resistencia enconada contra la identidad y las formas de vida que le imponía el invasor. Por primera vez estos frailes y misioneros entendieron la necesidad de explorar el imaginario indígena para penetrar en sus subestructuras lingüísticas y mitológicas con estrategias específicas de colonización interior.
Esta nueva figura de la dominación colonial cristiana se formulaba ahora como proceso de racionalización subjetiva, y transparencia sacramental y jurídica del nuevo humano americano, y como principio de control y dominio confesionales. Por primera vez se formulaba un programa expreso de reconocimiento del indígena en su realidad histórica, ética, psicológica y social, o sea, una antropología teológica con fines pragmáticos de propaganda, catequesis y transformación sacramental de sus formas de vida.
Los tratados de propaganda de doctrina cristiana y los manuales para la utilización sistemática del confesionario como nuevo instrumento de violencia psicológica sucedieron así a los tratados de guerra santa y de guerra justa. Un nuevo principio de colonización había cristalizado ante el reconocimiento del último bastión de la resistencia contra el europeo: una barrera lingüística, ética y mitológica. Se inauguraba con ello la noción antropológica, empírica, racional y moderna de reconocimiento del indio bajo el aspecto de las formas de sensibilidad frente a la naturaleza y el existente humano; los valores del mundo imaginario, colectiva e individualmente considerados; las formas que otorgaron un sentido íntimo al amor, a la familia y a la vida cotidiana; los más secretos deseos, los estratos profundos de la fantasía y la aspiración individual a la felicidad. «Aquí, pues, conviene [escribía José de Acosta en su tratado de propaganda cristiana De procuranda indorum salute] que asiente el pie el catequista, y para arrancar las últimas raíces de la idolatría del ánimo de los indios, ponga su pensamiento, su industria y su trabajo.»40
La periodización historiográfica de la colonización hispánica de América debe distinguir tres etapas, definidas con arreglo a un criterio político, militar y jurídico, pero asimismo teológico y filosófico. En la primera de estas etapas, los signos de lo terrible se mezclan con lo grandioso. Es la edad dorada de los pioneros. En ella el principio heroico heredado de la mitología caballeresca y la guerra santa fundan una identidad sustancial y virtuosa. Hernán Cortés, en su calidad СКАЧАТЬ