Название: El coro de las voces solitarias
Автор: Rafael Arráiz Lucca
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788412145090
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Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) nace en Caracas, en el seno de una familia liberal; por ello mismo experimenta un primer destierro en 1861, cuando el grupo familiar se ve en la necesidad de emigrar a Puerto Rico. Ya para entonces, las primeras nociones de alemán le han sido ofrecidas, gracias a la amistad de sus padres con Carlos Zappe. Entre sus quince y sus dieciocho años vive en dos islas caribeñas: primero Puerto Rico y luego Saint Thomas. Regresa a Caracas cuando las condiciones cambian, en 1864. Entonces la vena poética comienza a manifestarse: su poema «Una lágrima más» fue escrito en 1864, el mismo año en que comienza a ayudarse económicamente impartiendo clases de piano. Luego, anualmente, va publicando uno o más poemas en los periódicos de su tiempo, hasta que en 1870, de nuevo, sale al exilio.
Esta vez la causa es Guzmán Blanco. El Ilustre Americano se entera de que unos versos que han sido declamados por un payaso en el número de variedades, después de la corrida del domingo, son obra de un joven poeta de apellido Pérez Bonalde. En la composición se hace burla del general y, lo que es peor, el público entre risas aplaudió con insistencia. Al día siguiente, llegó la orden al poeta: ocho días para abandonar el país. Tiene veinticuatro años y corre el mes de marzo de 1870, su madre está enferma e intuye que en la despedida va el último abrazo. Así fue; meses después de su partida a Nueva York, fallece la madre en Caracas. Probablemente, intuía el poeta que aquel viaje iba a ser largo, pero no lo sabemos. Lo cierto es que vuelve varias veces a su ciudad natal, pero no de manera definitiva hasta 1889, cuando ya regresa enfermo para morir tres años después.
Justo después de su primera visita, en 1876, acomete su primer gran poema, de los tres legendarios que escribió: «Vuelta a la patria». Lo incluye en su libro inicial: Estrofas (1877). A partir de 1870, las condiciones naturales del poeta encuentran su mejor camino. Basta recorrer su primer libro buscando cuáles poemas ofreció antes del destierro y cuáles después para percatarse del ahondamiento de sus recursos y sus ritmos. «Vuelta a la patria» representa la culminación de una primera etapa, en la que trabaja en la traducción de Heine y ya ha leído a los románticos ingleses. Hasta esa fecha, sin la menor duda, ningún venezolano ha escrito un poema de mayor resonancia interior, de mejor arquitectura, de más acompasada musicalidad. En ningún poema nuestro la interiorización del paisaje y la secuencia del viaje han sido trabajados con tanta profundidad.
Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo
a darte con el alma el mudo abrazo
que no te pude dar en tu agonía;
a desahogar en tu glacial regazo
la pena aguda que en el pecho tengo
y a darte cuenta de la ausencia mía.
Dos ausencias se suman: la del desterrado que vuelve y la de la madre, que ha fallecido en ausencia del hijo. Con frecuencia se ha destacado más la destreza paisajística del poema, en su faceta descriptiva, pero lo que se trabaja de fondo es también relevante: la relación madre e hijo, la identificación entre la madre y la tierra que se ha perdido por la fuerza del exilio político. Pero, además, ocurre un diálogo entre el hijo que vuelve y se confiesa y la madre que está y no está, que aún late en el corazón de su hijo perdido. El poeta da cuentas de lo que ha sido su devenir, y de pronto se percata de que la madre no puede escucharlo. Lástima: la vida de aquel hijo desterrado se ha ensanchado en exacta proporción al itinerario de sus viajes por el mundo.
Lejos de haber llevado la vida de clochard que hubieran esperado sus biógrafos románticos, el caraqueño consigue de inmediato un trabajo que supo mantener a lo largo de su vida neoyorquina. Era comisionista, representante viajero de una firma que vendía perfumes: Lahman & Kemp. El sueldo que devengaba y las comisiones que obtenía le permitieron llevar una vida digna en Manhattan, pero le dieron algo más precioso: el planeta. Gracias a la firma, Pérez Bonalde fue haciéndose un trotamundos. Así fue como se enriqueció con todo tipo de vicisitudes en África, en Europa y en Asia. Hasta un naufragio abandonando un puerto ruso lo detuvo por semanas en Escandinavia. De todo ha debido pasarle: desde los confesos amores del marinero que toca un puerto y se va hasta la relación amistosa con los escritores de su tiempo, así como la profundización de su cultura musical, que llegó a ser francamente asombrosa. Si el cosmopolitismo del modernismo en muchos casos iba a ser un proyecto, en Pérez Bonalde era una realidad innegable.
«Vuelta a la patria» no es el fruto de un destierro relámpago o baladí; es el fruto de largos años haciendo alma lejos del lar nativo. De lo contrario, sería imposible la construcción del poema, sería incomprensible la sincronía entre la emoción del que se acerca a su patria amada y el avance de la nave rumbo al puerto. Desde el retrato de la cordillera de la costa, vista desde el mar, el vaivén de las olas se hace interior, se espiritualiza, pierde su condición física para desmaterializarse en una evocación memoriosa y profunda. El autor cuenta treinta años. Nunca antes se había trabajado tan profundamente en la poesía venezolana el sentimiento amoroso hacia la tierra, en conjunción con el amor hacia la madre, en una suerte de sinfonía de solapados ritmos entre un amor y otro. Ni una pizca de grandilocuencia, ni una pizca de zalamería bobalicona, ni una pizca de falsedad, como solía presentarse en cierto romanticismo criollo. Se cumplía genuinamente un presupuesto romántico: la vida y el arte como un todo indisoluble.
Aquellos años son propicios en varios sentidos para el poeta: su situación económica mejora y el amor toca a la puerta. En 1879, se casa con Amanda Schoomaker, a quien ha conocido en la Biblioteca Pública de Nueva York. Un año después nace su única hija, Flor, que viene a ser la alegría más preclara de su vida y, vaya ironía, el más duro golpe también. Según refiere el padre Barnola en un artículo esclarecedor sobre aspectos biográficos del poeta, «Rectificaciones biográficas», la niña murió de tres años a causa de un ataque de risa enfrente de sus padres atónitos. Apunta Barnola:
La niñita, sin embargo, debió ser un caso extraño, diríase patológico; criatura de prodigioso desarrollo mental, que antes de los dos años ya entendía y reflexionaba como persona mayor. Y así fue como cierto día, mientras se hablaba durante la comida, Flor entendió algo de la conversación que le causó mucha gracia; de donde le acometió un acceso incontenible de risa, del que se siguió un ataque, y poco después la muerte. (Barnola, 1945: 187-188)
Pero antes de la muerte de Flor, que en cierto sentido fue también la muerte del poeta, nuestro autor había publicado un segundo libro: Ritmos (1880). En él viene el más complejo poema que llegó a escribir: «El poema del Niágara». Hasta la fecha de la publicación de este canto abismal, la poesía venezolana no registraba un hecho poético de semejante profundidad.
El poema recoge una contemplación activa, dialogante, de la naturaleza en su expresión fluvial. Pero el río que observa en Canadá Pérez Bonalde no es el río de los románticos; es un río moderno, es el río de Heráclito que de pronto estalla en mil pedazos por causa del abismo. De modo que el río simbólico de los románticos se deshace en el canto del poeta quien, además, adelanta una operación moderna: el salto del agua hacia el vacío pasa a ser el salto del hombre en su tránsito vital. A partir de aquí, el poema cobra resonancias metafísicas: el agua que se fragmenta, que se multiplica, que se hace plural ya no es el agua, es la condición humana. El salto СКАЧАТЬ