El coro de las voces solitarias. Rafael Arráiz Lucca
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Название: El coro de las voces solitarias

Автор: Rafael Arráiz Lucca

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9788412145090

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      De pronto, la familia deja de tener noticias del poeta. Se sospecha lo peor, pero finalmente se sabe que está recluido en un sanatorio para morfinómanos en Nueva York. Su hermana, Elodia, a quien está dedicado el poema «Vuelta a la patria», viaja hasta la isla en el río Hudson y puede verlo. La intención es traerlo de regreso a casa, pero los médicos determinan que la terapia indicada es permanecer en larga cuarentena. Allí permanece un año, hasta que zarpa hacia sus costas queridas en 1889, aparentemente reestablecido y preservado de su adicción. La Caracas que encuentra lo celebra, pero en verdad no lo comprende del todo. Se aburre, se quiere ir; el viaje de regreso esta vez ha sido un retroceso de muchos años. Entre las tertulias caraqueñas y las del salón Theiss hay un abismo.

      En 1890, el nuevo presidente de la república, Raimundo Andueza Palacio, le concede un cargo diplomático en Amberes. Se embarca de nuevo, pero esta vez el viaje fue inconcluso: se le descompensa la salud a bordo y se ve en la necesidad de bajarse de la nave en una de las islas antillanas. La vuelta a casa es ahora inexorable. Ya intuye que la muerte ha comenzado a rondarle. Los médicos le recomiendan vivir cerca del mar, de modo que abandona su ciudad natal y se muda a casa de una sobrina, en La Guaira. Allí transcurren sus últimos dos años. El daño que le ha causado la morfina ya es irreparable: un mal día se le paralizaron las piernas y quedó postrado; luego lo sacudió una hemiplejia que le quitó el habla y, finalmente, lo fulminó la misma emergencia. Murió abrazado a un crucifijo, a los cuarenta y seis años, el 4 de octubre de 1892.

      Solo me resta intentar responder la pregunta que encabeza el capítulo. No fue Pérez Bonalde el último de los románticos. Lamentablemente, hubo muchos más después de él que persistieron repitiendo fórmulas huecas del romanticismo; pero sí fue, sin la menor duda, quien formalizó mejor el espíritu romántico de su tiempo. Las razones ya las hemos ofrecido. En cuanto a su poesía, como precursora del modernismo, no abrigo ninguna duda: lo fue, y lo fue en la medida en que el modernismo no objetó el romanticismo de inteligente factura. El modernismo irrumpió en contra de la retórica romántica, que había poblado de sandeces y de llanto los territorios de la poesía. La prueba de que los modernistas no aborrecían el romanticismo es que muchos de ellos (Martí, Darío) rindieron el tributo merecido a sus antecesores. Precisamente, el prólogo de Martí al «Poema del Niágara» es, además de un prefacio, un documento fundamental para comprender los inicios del modernismo. Pero, además, la condición precursora de Pérez Bonalde no solo se manifiesta en su poesía, sino en su obra de traductor. Para los modernistas, las obras de Heine y Poe son fundamentales, y ya sabemos a quién se deben las mejores traducciones al español de la obra de estos poetas.

      Los parnasianos

      El parnasianismo nace en Francia como una reacción, un llamado al orden frente a los excesos del romanticismo. Pero no hay manera de entender el parnasianismo si no se lo estudia como una de las manifestaciones que buscaban salir del laberinto romántico, desde el romanticismo mismo, para ir hacia otras dimensiones. En tal sentido es que debe tenerse en cuenta que el parnasianismo es anterior al modernismo por muy pocos años, y que, mientras uno es de raigambre europea, el otro es una invención americana. Es común a ambos el diagnóstico de agotamiento en que se encontraba el romanticismo, y ambos se mueven a partir de allí en busca de oxígeno. Ahora bien, si el diagnóstico de agotamiento retórico del romanticismo es severo en Europa, cómo podría ser en América, donde el romanticismo presentaba las características que ya conocemos.

      París es la ciudad donde se inicia la reacción parnasiana, alrededor de la revista Le Parnasse Contemporain, publicada entre 1866 y 1876 y animada por Leconte de Lisle, José María Heredia, Sully Proudhomme y Théophile Gautier, entre otros. La reacción proponía una dupla distinta a la del romanticismo, arte y vida, y se pronunciaba por la de arte y ciencia, añadiéndole la coletilla según la cual debían ir juntos, pero sin confundirse. El ensayista Luis Beltrán Guerrero definía la lírica parnasiana como «poesía de severa precisión formal, de objetiva impasibilidad, exótica y erudita, refinada y exacta, arqueológica y contemplativa» (Guerrero, 1954: 32). En verdad, lo que buscaba decir el ensayista es que el parnasianismo, como lógica reacción frente al romanticismo, buscaba negar la fuente de la retórica romántica: la efusión individual, la confesión personal. De allí que la emocionalidad estuviese proscrita del campo semántico parnasiano. Si los poetas románticos cantan, gimen, se cuecen en sus martirios, los parnasianos buscan la serenidad marmórea de los griegos. Algunos críticos e historiadores, que les ponen mucha atención a las luchas de poder en el intramundo literario, le asignan gran peso a la intención parnasiana de estremecer el trono de Victor Hugo, y no les falta razón, pero las luchas por el poder del convento poético no son los únicos motores de estas revueltas líricas.

      El crítico Julio Calcaño, en el prólogo a las Obras literarias de Heraclio Martín de la Guardia, entrega una definición del parnasianismo. Dice:

      Para el parnasiano la poesía es el arte de versificar con propiedad, delicadeza y corrección. La propia definición está diciendo que no es más que una de las calidades de la poesía: pero el parnasiano no piensa gran cosa en conmover, en impulsar la meditación o desatar las lágrimas o regocijar el espíritu con rasgos de ingenio; su ahínco lo pone en deslumbrar, en causar admiración con la belleza del verso y de la rima, la armonía del ritmo, la viveza de la imagen y el brillo del colorido. (Calcaño, 1905: 19)

      En el fondo, de lo que habla Calcaño es de la devoción griega de los cultores del parnasianismo. De hecho, a Leconte de Lisle, a quien se le tenía por un hombre ilustrado y viajado, se le atribuye la incorporación y el trabajo con el mundo helénico, después de su viaje juvenil a Grecia. Pero no le eran ajenas a este poeta ni la cultura india, ni la tragedia griega, ni Homero. En el prefacio que él mismo redactó para su libro, Cantos antiguos (1852), puede atisbarse una suerte de declaración de guerra y de proclama de los propósitos de esta respuesta al romanticismo decadente.

      El último parnasiano que hubo en Venezuela fue el poeta zuliano Jorge Schmidke, quien —en su discurso de incorporación como individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua— afirmaba: «La nueva generación poética, convencida de que el devaneo y de que la negligencia de la forma son síntomas característicos de la infancia del arte, se distingue mayormente por el cultivo severo de esta desdeñada forma y por la precisión matemática de las ideas» (Schmidke, 1983: 294). Aquí convendría preguntarse si, en el caso venezolano, la aparición del parnasianismo y del positivismo no fue concomitante. Pues sí, y lo fue apelando a la autoridad de la ciencia, frente a la gratuidad en que caía con facilidad el romanticismo criollo. Por eso decía al principio que el parnasianismo fue un llamado al orden, como también lo fue el fervor científico que alentaba al positivismo. Sin embargo, no está demasiado claro el panorama parnasiano venezolano, y la razón es muy sencilla: los poetas que prendían velas frente a este altar no fueron absolutamente puros en su ofrenda. Quiero decir, en la poesía parnasiana nuestra se hallan rastros del romanticismo que esa misma poesía enfrentaba. Incluso, algunos poetas se inician en la reacción parnasiana y luego regresan al romanticismo de galería que les valía el favor de los lectores. Además, con inusitada frecuencia los lectores críticos no supieron discriminar entre el parnasianismo y la vuelta a cierta rigidez propia del neoclasicismo. De modo que con frecuencia creyeron encontrar rasgos parnasianos en poetas que estaban trayendo de nuevo la severidad marmórea de cierto neoclasicismo autoritario. Estos dos elementos: la turbia separación de las aguas con el romanticismo y la confusión entre la vuelta al neoclasicismo y la actitud parnasiana hacen delicado el trabajo de construcción de un árbol genealógico parnasiano. Sin embargo, veamos, caso por caso, la obra de algunos de los poetas de nuestra nómina parnasiana.

      Jacinto Gutiérrez Coll (1835-1901), como casi todos los poetas parnasianos, vaya coincidencia, nació en Cumaná. También, como casi todos los venezolanos de su tiempo, conoció desde muy joven el exilio político. En su caso fue muy favorable: se vio en trance de inmigrante en la cercana isla de Trinidad, de modo que aprendió inglés desde temprano. La obra СКАЧАТЬ