El Cristo preexistente. Gastón Soublette
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Название: El Cristo preexistente

Автор: Gastón Soublette

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9789561425378

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СКАЧАТЬ ha tomado posesión de su vida y su destino. El hecho sobrenatural se impone para él como lo real sin suscitar mayores interrogantes.

      En lo que al ciclo de Abraham se refiere, nótese que la escritura abunda en ejemplos de la vida impía que se llevaba entonces en las ciudades, con lo cual queda una vez más en evidencia el desprecio mutuo que entonces se tenían los sedentarios civilizados y los nómades pastores. Desprecio que queda sellado en la envidia con que Caín enfrenta el hecho de que la ofrenda a Dios de su hermano sea aceptada y no la suya. Sobre Abraham, nótese que desde la irrupción de Dios en su vida todo cambia para él, y ese cambio no es menor referido a la investigación en la que se busca verificar hasta qué punto la hipótesis planteada antes es digna de ser aceptada, pues de ser Abraham un opulento señor, residente de la capital del imperio sumerio, deviene, como Abel, un rey pastor que peregrina por el mundo sin ciudad firme, y esa forma de vivir es la que se aviene con su fe en el Dios único.

      Con todo, la posibilidad de que haya en toda esta narración un rechazo implícito por lo que llamamos civilización, como tantos pasajes lo sugieren, lo cual quedaría rubricado por la tercera tentación de Jesús que formula una condena global a todos los reinos del mundo, ese rechazo tendría un matiz diferente a como lo entiende hoy la posición de los que profesan una ideología antisistémica. La palabra civilización concebida así genéricamente no pertenece a la estructura mental de un hombre de esos tiempos remotos, porque, en lo que a esta palabra se refiere, lo que entonces había en el mundo era precisamente lo que en las tentaciones a que Satanás sometió a Jesús se denominaba los “reinos” del mundo, que eran también civilizaciones. Con todo, no sería del todo erróneo sostener que en este relato que se inicia en la caída de nuestros primeros padres, los hermanos primordiales, la perversión generalizada que motiva el castigo del diluvio, y la vocación del padre de la fe monoteísta hay en efecto un rechazo del fenómeno histórico que llamamos civilización.

      Aclarado esto cabe considerar que si el deber ser está representado en el orden primigenio, esto es, el paraíso, el valor del estado en que Adán y Eva se hallaban mientras vivían en él, no consistiría solo en el hecho de vivir en armonía con el orden natural, sino, según el relato bíblico, en cuanto el hombre en ese estado venturoso no conoce más ley que la que emana de su vinculación al ser supremo. No hay en la Biblia ningún pasaje directamente alusivo a la naturaleza como paradigma y fuente del conocimiento. Por eso, en el Génesis, el relato sobre el estado paradisíaco de nuestros primeros padres se ha redactado desde el punto de vista del monoteísmo hebreo sin referencias explícitas a una sabiduría originaria procedente de la experiencia del hombre como habitante del mundo.

      En lo que al orden natural se refiere, las escrituras sagradas hebreas están referidas solo a un mundo de hombres, independientemente de si estos viven como pastores o como ciudadanos. Lo que importa, en cuanto a ellos, es que pongan su fe en Dios y cumplan sus mandamientos en cualquiera circunstancia, y que se abstengan de rendir culto a otros dioses.

      En esto reside una diferencia de actitud con la antigua tradición china, en la que se describe la caída de la humanidad como un lento proceso de degradación.

      La sabiduría cósmica china, heredada de un pasado remoto, como doctrina y enseñanza se desarrolla en el crecimiento de la cultura. Su paradigma fundante es el orden natural, aun en el sistema confuciano, el cual, no obstante, se define como una sabiduría de la cultura.

      De la sabiduría se sigue necesariamente el concepto de “cultivo de sí mismo”, a la manera de un proceso constante de rectificación y purificación de la vida, por el que el hombre pasa a raíz de una decisión fundamental de trabajar sobre sí mismo para seguir un comportamiento sensato, esto es, conforme al sentido.

      Sobre esa base la mente del hombre natural distingue intuitivamente dos modalidades fundamentales de comportamiento de las cosas y los seres vivos: una de carácter creativo, fuerte, y otra de carácter receptivo, suave. Esta bipolaridad lo cubre todo, y es la base del discernimiento por analogía. Nada hay en el universo que no pueda ser clasificado conforme a esta dialéctica cósmica, la cual determina la naturaleza de todas las cosas. Así todo lo que es creativo y fuerte tiende a asemejarse por su modo de comportamiento, aunque se trate de objetos muy disímiles en su apariencia. Se trata de una intuición que determina el lenguaje en sus formas originarias. Todo discurso humano dirigido al entendimiento mediante metáforas tomadas de las cosas, seres o fenómenos naturales se aproxima a lo que ha debido ser el habla de la prehistoria.

      En los tratados anexos al Libro de las Mutaciones, cuya autoría, en parte, es atribuida a Confucio, se puede observar cómo la racionalidad civilizada china del período Tchou trabaja con elementos de lenguaje procedentes de la 9ª edad, aquella que se extiende antes del tercer milenio a. C., descifrando un repertorio de ideas expresadas mediante formas y energías de la naturaleza, y distinguiendo entre ellas las que por su índole se comportan como entidades creativas o receptivas.

      Los tratados anexos mencionados son el Shuo Kua, esto es “Discusión de los trigramas”, y el Ta Chuan, “El gran tratado” (traducción de Richard Wilhelm, versión castellana de D.J. Vogelman. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1986).

      Cabe preguntarse cómo surgió la sabiduría cósmica, es decir, el conocimiento del sentido desde el orden natural. Para eso es preciso superar la racionalidad occidental cuya tendencia discriminadora busca siempre definir taxativamente los diversos aspectos de la realidad, llevada por un impulso original hacia la consistencia del ser, lo cual determina la compacta solidez y verticalidad de sus conceptos, dejando en evidencia el carácter de ese conocimiento como un saber de dominio. Esta tendencia debilita al extremo la noción de unidad, y corresponde al pensamiento solidificado y mecánico del orden urbano. De ahí surge una oposición entre el orden construido y el orden dado, vigente hoy como el rasgo más determinante de nuestro modelo de civilización.

      Para entender qué se quiere decir y hacia dónde se dirige esta reflexión es preciso partir de la base de que todo pueblo cuya cultura esté asentada en el orden natural genera una sabiduría en la que prima el concepto de mutación sobre el concepto de ser o esencia. Se entiende por mutación, en este caso, el modo de comportarse de las cosas en el concierto del movimiento global, y distinguiendo en ese comportamiento los aspectos favorables o desfavorables, fastos o nefastos para la comunidad. Tal es el concepto de “naturaleza”. Al quedar definido ese concepto como el comportamiento de las cosas, lo que prima en ese saber es la noción del cambio, el cual se define como permanente.

      Aplicando el concepto de naturaleza a lo que llamamos “la naturaleza” en su globalidad, esta queda definida no como un conjunto de cosas u objetos o seres que invitan al hombre a actuar sobre ellos observándolos como lo otro, sino como un organismo dinámico totalizador, el cual es discernido por los aspectos o etapas de su evolución en el tiempo, el cual incluye al hombre. Esta visión del mundo basada en el cambio más que en el ser de las cosas es la que conlleva necesariamente la noción y el sentimiento de la unidad del mundo, esto es, el mundo como un organismo o macrosistema en el que todo está interrelacionado, y no como un conjunto de cosas que se suman y superponen. De esta visión de mundo surge un saber basado en la organicidad del espacio tiempo.

      Todos los pueblos en su origen han vivido insertos en el orden natural y han concebido el mundo como un organismo en constante mutación, y todos los que han pasado de ahí a su fase civilizada han tendido a alejarse de esa cosmovisión en favor de un saber discriminador cuyo desarrollo, en el grado en que hoy se halla, ha terminado por anular la noción de unidad.

      Asimismo la atrofia de la intuición que percibe la unidad se ha desarrollado paralelamente a una separación creciente ocurrida entre el hombre y el mundo, hasta constituir el clásico par de opuestos del sujeto y el objeto. Porque el objeto, en este par de opuestos, es revestido de una consistencia que lo extrapola del hecho real de hallarse inmerso en el tiempo y sujeto a un cambio permanente. СКАЧАТЬ