El Cristo preexistente. Gastón Soublette
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Название: El Cristo preexistente

Автор: Gastón Soublette

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия:

isbn: 9789561425378

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СКАЧАТЬ del espacio-tiempo.

      Lo que no puede imaginar la mente del hombre que se concibe a sí mismo solo como un sujeto que está frente al mundo como objeto es que, en una concepción del mundo como mutación, la mente humana no puede extrapolarse del total, porque toda mutación ocurre en simultaneidad con el acontecer psíquico humano. Pues en virtud de la unidad del orden total, el acontecer psíquico tiene su correlato analógico en el acontecer cósmico.

      Lo que tampoco puede imaginar la mente del hombre que se concibe a sí mismo solo como un sujeto situado frente al mundo, es que él no puede identificarse solamente con su estado consciente, desde el cual define las cosas, porque tras su espacio mental consciente hay una extensa zona de psique inconsciente, de la cual él, para pensarse a sí mismo, está separado. La inconsciencia de esta anomalía psíquica se debe justamente a que la vida del sujeto se confina exclusivamente en su parcela pensante, anulando la posibilidad de que el inconsciente se exprese para él, y haga un llamado al yo consciente para que no traicione la ley que rige su ser como potencial recibido desde el nacimiento.

      El inconsciente siempre está ahí expresándose para cualquier observador que sepa escrutar su comportamiento y el de otros, pero sus fuerzas subterráneas el sujeto no puede hacerlas conscientes mientras viva en la creencia de que los móviles de sus actos son decisiones libres generadas en el discurrir autónomo del instante.

      El acontecer objetivo es un correlato analógico del acontecer psíquico justamente por la base inconsciente sobre la que actúa la mente consciente. En esa base inconsciente reside la memoria genética de la especie en forma de arquetipos, que son patrones de pensamiento y acción que desde la trastienda fijan límites simbólicos a la acción de los individuos y las comunidades. También en el espacio inconsciente de la mente se acumula la experiencia individual del sujeto y actúa sobre él aunque este no lo perciba.

      Desde el punto de vista de la sabiduría el hombre accede a un comportamiento sensato solo cuando es capaz de hacer consciente las pulsiones inconscientes que ordinariamente condicionan sus actos. Tal resulta ser la vía central del trabajo sobre sí que el hombre debe hacer. Confucio, en su tratado denominado Ta Hio (“El gran estudio”), se refiere a este aspecto del comportamiento sensato de los hombres sabios, describiendo el proceso interior que precede a la toma de decisiones de un buen gobernante. Según Confucio, cuando un sabio soberano de la antigüedad quería poner orden en el imperio empezaba por poner orden en su casa. Para poner orden en su casa ordenaba sus pensamientos, y para ordenar sus pensamientos ponía orden en su corazón (centro de la conciencia y asiento de la mente). Para poner orden en su corazón, él escrutaba los móviles ocultos de sus propios actos. En este lenguaje, con la palabra oculto se alude a lo que no es inmediatamente manifiesto para el yo consciente. Se supone que el esfuerzo de hacer consciente lo que está en uno, pero que por alguna razón el sujeto no repara en ello, exige un temple moral que no es común, porque significa que en ese acto extraordinario de autoconocimiento, el sujeto está dispuesto a mirar cara a cara sin atenuantes ni autocomplacencia lo que en él no está conforme a la ética ni se corresponde con su dignidad. Se trata de lo que en el tratado Ta Hio se designa con la expresión “perfeccionar los conocimientos morales”, o escrutar el “principio de las acciones”.

      El hombre sabio, conforme a esta enseñanza de Confucio, es aquel que tiene la calidad ética para enfrentarse a sí mismo y mantiene una relación fluida y alerta frente a su interioridad más profunda.

      En esa relación no solo se trata de tener el coraje de asumir lo que Jung llama la “sombra” de la psique (ver capítulo II del libro Aion, contribución a los simbolismos del sí-mismo de Carl Gustav Jung), esto es, el aspecto oscuro que cada cual tiene dentro de sí en estado potencial, sino la capacidad más sutil de percibir las proyecciones que el inconsciente realiza en el acontecer objetivo, tanto a nivel individual como a nivel social. Esto incluye necesariamente en el sujeto una capacidad para percibir dónde fallan las concepciones exactas del intelecto calculador, con las que pretende definir las cosas de un modo unívoco para ordenar el mundo conforme a sus aspiraciones e intereses personales y de grupo. Pues está comprobado científicamente que las delimitaciones taxativas de las cosas que caracterizan el discurso humano civilizado, como las magnitudes de espacio y tiempo, que para la ciencia son y deben ser fijas, influidas por una función psíquica, todo puede relativizarse, y las magnitudes fijas devenir elásticas y hasta ser reducidas a cero (ver el libro Interpretación de la naturaleza y la psique. C. G. Jung, donde desarrolla la teoría de la “sincronicidad” y el contenido psíquico de las coincidencias significativas). Asimismo, está comprobado que una buena parte de los hechos que a los hombres les toca vivir personalmente u observar ocurren en coincidencias significativas con sus contenidos inconscientes, por lo que queda en evidencia que el acontecer así llamado objetivo no es tal en el sentido que el intelecto lo concibe, sino que es un correlato analógico del acontecer psíquico más profundo. Por eso puede afirmarse también que la realidad asume frecuentemente, para un sujeto determinado, un comportamiento simbólico capaz de reflejar su interioridad.

      Con estos antecedentes provenientes de la psicología analítica y coincidentes con la cosmovisión del Libro de las Mutaciones, estudiado por Jung, se puede entender aspectos de la historia de la antigüedad que el positivismo científico había relegado al ámbito de las ficciones imaginativas de los tiempos precientíficos y prefilosóficos. De lo que podemos concluir que la realidad –al ser conocida no solo desde la parcela consciente de la mente, sino por una psique integrada que incluye la actividad inconsciente– deja de ser racional a la manera como lo pretende el intelecto, aunque no irracional. Así todo el conocimiento que hemos elaborado desde la razón, entendiendo por tal la facultad discriminadora de la mente que divide la realidad para distinguir aspectos, ámbitos, causas, efectos, semejanzas y diferencias, ha estado fuertemente influida por intereses y aspiraciones cuya satisfacción solo se logra encuadrando la realidad en denominaciones y magnitudes fijas, y rechazando todo lo que pueda desafiar ese modelo de representación y la actitud misma que lo ha generado.

      La sabiduría o conocimiento del sentido, pues, nace del conocimiento de las mismas expresiones del sentido, y si la palabra sentido indica dirección y supone el movimiento y el cambio, las expresiones del sentido se hallan en la totalidad del mundo, considerado antes que nada como un macroorganismo en perpetuo cambio, lo cual va desde el ciclo de las estaciones y la floración vegetal, hasta los cambios más sutiles que operan en el organismo y la psique humana.

      Para el hombre el sentido consiste primero en el desarrollo pleno y armónico de su potencial vital y psíquico, es decir, aquello que lo habilita para ser un habitante del mundo en plenitud. Por eso la relación del hombre con el hombre y consigo mismo será conforme al sentido, en la medida de que no obstaculice ese desarrollo pleno y armónico.

      La sola existencia en el mundo de un ser como el hombre que viene a él trayendo ese potencial interior es suficiente para entender el sentido del quinto mandamiento del decálogo: “No matarás”. Como también el carácter maligno del daño que los hombres se hacen mutuamente y que da por resultado la inhibición, cuando no la anulación, del complejo de posibilidades que cada cual contiene en sí, es decir, todas las formas de explotación y opresión del hombre por el hombre.

      En la cultura primigenia el hombre tenía un conocimiento empírico del complejo dinámico del mundo, el cual podía ser muy profundo y vasto, aunque no como un saber al que se accede por intelección mediante la razón. Esta suposición se basa en el hecho de que las representaciones de las diferentes fases del movimiento universal en las imágenes lineales del sistema de las mutaciones de China procede de la prehistoria, y que los símbolos de los trigramas básicos que generan todo el sistema remiten a ideas metafóricas de formas y energías de la naturaleza, procedentes de la experiencia milenaria de una humanidad que vivió inserta en el orden natural sin el soporte cultural de la civilización. A la misma conclusión se puede llegar en el estudio de cualquiera cultura indígena como es el caso de la mapuche y su “mapudungun” o habla de la tierra.

      Más atrás se dijo que СКАЧАТЬ