Camino al colapso. Julián Zícari
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СКАЧАТЬ la hora del trabajo”. En este sentido, Duhalde buscó alejarse del exacerbado neoliberalismo monetarista ejecutado por Menem y Cavallo, para pensar hacia adelante en un modelo de “capitalismo nacional”, apoyado en los sectores industriales, agropecuarios y de la “producción”. De igual modo, a través de su mujer, intentó apuntalar su figura en base a una política social más activa, fundando una amplia red de cobertura para las familias de bajos recursos, contención a menores con problemas de drogadicción, buenos vínculos con la Iglesia Católica Argentina y una extensa distribución de ayuda en los barrios populares a través del tejido de 17 mil trabajadoras vecinales conocidas como “manzaneras” por toda la provincia (Otero, 1997: 102). Es decir, su principal estrategia de diferenciación frente al desafío que Menem comenzaba a plasmar al buscar un tercer mandato presidencial, fue mostrarse como un hombre cercano al capital nacional y productivo (y no tanto al sector bancario y las privatizadas)7, proponer darle un mayor lugar de intervención al Estado en la economía y ofrecer una cara social de mayor presencia, para remitirse con todo esto al modelo populista tradicional del peronismo. De esta forma, Duhalde lograría ir sumando apoyos gremiales para su proyecto presidencial (la Mesa Sindical Duhalde Presidente fue un núcleo representativo de ello) y del mundo empresarial “productivo” de los que ya venían acompañando al gobernador desde puestos en la provincia y en las listas electorales. El mismo Duhalde gustaba presentarse como el “candidato natural” del peronismo –decía: “Aunque a alguien no le guste yo soy el candidato natural del justicialismo para el ‘99” (Clarín 20/05/1997)– y estaba decido a jugar fuerte para consolidar su proyecto presidencial: para las elecciones legislativas de octubre de 1997 presentó en una lista única a su mujer, Hilda “Chiche” González de Duhalde, como candidata a la diputación en la provincia, como paso previo y trampolín hacia 1999, consolidando así su aspiración de ser el candidato indiscutido del partido.

      De este modo, con el ascenso del desafío duhaldista y el peligro cierto por parte del menemismo de perder posiciones dentro del peronismo por esto, tanto Menem como Duhalde comenzaron a disputar entre sí por la conducción partidaria y a elaborar distintas estrategias para debilitar al otro, como también a desplegar formas de seducir a otros miembros del PJ para que los apoyaran y les permitieran consolidar sus chances. Fue así como Menem comenzó a alentar el lanzamiento de varios candidatos presidenciales en paralelo a Duhalde para perjudicar las chances de este dentro del peronismo, como fue el caso con su hermano (Eduardo Menem, casi sin éxito)8 y más sólido todavía del exgobernador de Tucumán, Ramón “Palito” Ortega –y en el que ambos aseguraban que declinarían sus postulaciones en caso de que el presidente lograra una habilitación para 1999–, como también a ensayar alternativas legales para lograr dicha candidatura, que iban desde una nueva reforma constitucional hasta realizar una larga serie de presentaciones judiciales por todo el país, con el fin de que alguna de ellas prosperara y que, finalmente, fuera la Corte Suprema de Justicia –con mayoría menemista– la terminara por permitir. A su vez, Menem, ante las opciones de pasar en el plano económico hacia una gran y segunda reforma del Estado, que radicalizara las reformas neoliberales iniciales, o dar lugar a un perfil exportador de desarrollo, y que implicaba salir de la convertibilidad (en las que frente a ambas opciones tendría que reformular sus bases de poder), prefirió un tercer enfoque, al mantener los esquemas económicos vigentes, sostener el status quo y la convertibilidad, y aplicar lo que comenzó a llamarse el “piloto automático”, sin hacer modificaciones de peso sobre cómo funcionaba la situación económica hasta entonces. En suma, estas fracturas, enfrentamientos y rivalidades entre las tres figuras claves del gobierno (Duhalde, Menem y Cavallo), sobre quienes se había estructurado el menemismo, hacían menguar la chance de encontrar un heredero único de este hacia el futuro. Ahora el gobierno había perdido a un aliado por derecha tras desprenderse de Cavallo y se enfrentaba también al ala más tradicionalmente populista con el lanzamiento de la competencia duhaldista. Con lo cual, el horizonte del orden político posmenemista parecía menos claro y no unificado, y ofrecía un importante espacio para nuevas apuestas.

      No obstante el cambio de contexto político y los quiebres en el oficialismo, los partidos de oposición parecían igualmente encerrados en su propio laberinto, sin encontrar un rumbo claro sobre el cual posicionarse. Con respecto al Frepaso, porque una vez que quedó atrás la elección presidencial, su frente interno pasó por articular dos desafíos: por un lado, el del liderazgo del partido –por el tipo de tensiones que implicaba la convivencia entre Álvarez y Bordón–, y, por otro, el tipo de perfil político que se demarcaría hacia el futuro. El primer tema acentuó sus conflictos cuando comenzó a diagramarse la candidatura frepasista para la elección de jefe de gobierno porteño que se realizaría a mediados de 1996. Allí, Álvarez había propuesto una interna entre el socialista Norberto La Porta y el frepasista Aníbal Ibarra para definir al candidato del espacio. En cambio, Bordón consideraba que al no competir Álvarez en dicha interna –a pesar de verlo sin dudas como la mejor opción electoral en ella–, prefirió bregar por incorporar al espacio a Gustavo Béliz –exministro de Menem– para que encabece la boleta. La pelea entre ambas figuras comenzó a escalar hasta que finalmente en febrero de 1996 Bordón abandonó el partido y luego renunció a su banca como senador, se fue a vivir a los Estados Unidos, para terminar poco tiempo después por volverse a afiliar al PJ9. Con lo que, tras diecisiete meses de sociedad política entre Álvarez y Bordón, la precaria alianza política que habían conformado terminó por naufragar. De ese modo, el Frepaso mostraba que no había logrado articular mecanismos de resolución de los conflictos ni tampoco estructuras partidarias lo suficientemente sólidas para no depender únicamente de los criterios individuales de sus líderes, reposando el grueso del destino político del espacio en las pocas figuras que lo conducían. Así, e irónicamente, las principales críticas que se realizaban desde el Frepaso al gobierno de Menem eran las mismas marcas que terminaban por caracterizar al partido: personalismos como conducta de organización, falta de mecanismos colegiados de resolución de disputas, carencia de transparencia institucional, ausencia de programas elaborados, inexistencia de consultas con las bases, limitadas reglas para decidir, nulos debates partidarios y debilidad de la democracia interna10; por lo que el partido, al estructurarse fuertemente detrás del carisma y de la voluntad arbitraria de sus líderes tuvo una muy baja calidad institucional11. Estas falencias, que poco tiempo atrás también habían sido uno de los motivos que permitieron fácilmente la ruptura con Solanas con otro portazo, se volvían a repetir una vez más y ponían de manifiesto el tipo de estrategia por la que se optaba al construir al Frepaso. Puesto que este, para crecer de forma tan meteórica como lo hizo, se había estructurado más como un espacio de opinión que como un partido político institucionalizado, en el cual hacía converger su agenda con el discurso periodístico, y en el cual utilizaba a los medios de comunicación como tribuna de difusión y de posicionamiento, sin los mecanismos con los que se habían caracterizado otros partidos, como los actos de masas, la militancia, una ideología que confrontara contra otras, los intereses organizados o los congresos internos, todos elementos identificados despectivamente como parte de “la vieja política” (Corral, 2011). En cambio, el Frepaso optaba por tener liderazgos sin muchos condicionamientos, que fueran flexibles y libres, y con la suficiente capacidad para adaptarse a los volátiles climas de lo que llamaban la “opinión pública” o “la gente”. Principalmente, el Frepaso dependió del olfato político y del carisma que pudiera mostrar Álvarez, quien contaba con la notable habilidad para instalar temas, leer muy bien las situaciones y climas políticos y se desenvolvía cómodamente en los estudios de televisión, aplicando metáforas vívidas allí y dando encabezados sencillos pero contundentes a la prensa. Además, su buen manejo de los tiempos le otorgaba cierta audacia en sus denuncias, mezclando a las mismas con inteligentes reflexiones, lo que le permitía ser, paradójicamente, una figura cada vez menos amenazante para el status quo y para el orden económico, pero crecientemente comprometida con enmendar ciertas situaciones; aunque a veces, parecía más cómodo en su rol de líder de opinión y de “fiscal del poder” que el de un líder con vocación de poder12. Es por estas características que cuando Bordón abandonó el espacio, el partido tampoco se quebró y terminó de afianzar una vez más a la figura de Álvarez como conductor partidario y con la suficiente informalidad para dirigirlo sin contrapesos. Es decir, por el tipo de liderazgo que ofrecía СКАЧАТЬ