Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón
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Читать онлайн книгу Aquiles - Gonzalo Alcaide Narvreón страница 8

Название: Aquiles

Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788468544885

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      –Puede que sea así... –respondió Aquiles pensativo y continuó– la cuestión es que después vino el episodio de su lastimadura en el pie.

      –¿Y eso que tiene que ver con lo de ayer? –preguntó Adrián.

      –Tiene que ver con que, desde el momento en el que se lesionó, comenzaron una seguidilla de situaciones que implicaron el tener contacto físico. El hecho de caminar hasta el vestuario con su brazo apoyado sobre mis hombros, rozándonos a cada paso, ayudarlo a desvestirse, caminar desnudos hasta las duchas, meterlo en el auto, llevarlo a la clínica, donde, encima, el traumatólogo me hablaba dándome indicaciones como si yo fuese su pareja y quien lo iba a cuidar... –dijo Aquiles riendo.

      Adrián largó una carcajada y dijo:

      –Claro... así suelto y sacado de contexto, no sonaría como algo especial, pero con los antecedentes que me contaste, son situaciones que seguramente cargaron las tintas.

      –Y si... ese sábado, cuando lo llevé al departamento, lo ayudé a que se recostara en su cama y me quedé parado bajo el marco de la puerta. En un momento se levantó y cuando estaba a mi lado, no sé si realmente se tropezó, si lo hizo adrede, ya no se... solo sé que casi se cae. Atiné a atajarlo, agarrándolo con ambas manos por debajo de sus axilas y quedó con su torso apoyado sobre el mío, con nuestras caras a un centímetro de distancia... no supe cómo reaccionar, me quedé duro –dijo Aquiles.

      –Y ahí aprovechó y te comió la boca –dijo Adrián.

      –No, no... me miró a los ojos y sentí en el aire una carga sexual enorme, pero no avanzó –dijo Aquiles.

      –¡Qué momento...! –dijo Adrián.

      –Ayer Marcos me pidió que de camino a casa le dejase unos papeles de laburo y Alejandro me había pedido que, ya que iba a pasar por su departamento, llevara una facturas para compartir unos mates. Mi idea era dejarle los papeles en la guardia y seguir mi camino, pero imaginé que debería estar aburrido de estar todo el día solo, así que decidí subir un rato.

      El personal de seguridad me dio las llaves, así que subí, entré en el departamento, lo esperé en el sillón del living y al rato apareció con un toallón atado en su cintura y en cuero, como aquel día de la paja compartida –dijo Aquiles.

      –Claramente te estaba provocando –acotó Adrián.

      –En un principio pensé lo mismo, pero después me di cuenta de que yo no le había dicho la hora en la que pasaría, por lo que él se había ido a duchar sin saber si yo llegaría o no en ese momento –dijo Aquiles.

      –Ah... entonces no fue planificado, o quizá sí –dijo Adrián.

      –¿Por qué pensás que quizá si lo haya planificado? –preguntó Aquiles.

      –Porque el día tiene 24 horas y si bien no le habías dicho la hora exacta en la que pasarías, si te pidió que llevases facturas para compartir unos mates, más o menos tenía un margen horario estimado en el que llegarías... –dijo Adrián.

      Aquiles se quedó callado, e hizo un gesto como pensando en que la reflexión hecha por Adrián tenía sentido.

      –La cuestión es que se sentó en el sillón así como estaba, compartimos unos mates; al rato sintió frío, se fue saltando en una pata hacia su cuarto y regresó vistiendo una remera de mangas cortas y un bóxer –dijo Aquiles, sin dar respuesta a la reflexión hecha por Adrián.

      –Bueno, considerando lo que se puso, se ve que mucho frío no debería tener –dijo Adrián riendo.

      –Parece que no... La cuestión es que me comentó que un par de flacos que van a la escuela de windsurf le habían preguntado quién era yo, porque me habían echado el ojo y que él les había respondido que yo era su jefe, que era hetero y casado, por lo que no se hicieran ilusiones; ahí agregó algo así como que “Después me quedé pensando en lo que sucedió el sábado cuando me trajiste al departamento; no sé, quizá te interese...” haciendo clara alusión a lo sucedido en la puerta de su dormitorio... –dijo Aquiles.

      –Ah, bueno... te está haciendo un trabajo lento y fino como para envolverte –dijo Adrián.

      –Yo me hice el boludo, como si no entendiese a que se estaba refiriendo. Yendo por más, remarcó que cuando nuestros cuerpos habían quedado apoyados y nuestras caras habían quedado a un centímetro de distancia, yo no me había movido, como insinuando que yo estaba disfrutando de la situación. Le pregunté qué hubiese tenido que hacer... si debí dejar que se cayera al piso.

      –Creo que hiciste lo que cualquiera hubiese hecho... tratar de que no se cayera y la casualidad quiso que quedasen como quedaron, o quizá no fue la casualidad... –acotó Adrián.

      –La cuestión es que se levantó, agarró una factura y se sentó a mi lado, rozando su pierna contra la mía y dejándolas apoyadas. Yo me puse realmente nervioso y tratando de disimular, le contesté que me había quedado quieto para sostenerlo y que no sabía cuál iba a ser su reacción, que es lo que iba a hacer. Mirándome fijamente a los ojos, me preguntó “¿Qué pensaste que podría haber hecho?” –dijo Aquiles.

      –¿Que le contestaste? –preguntó Adrián.

      –Le dije que, con las cosas que me había contado, pensé en que quizá me iba a dar un beso... Ahí nomás, me agarró firmemente la nuca con una mano, se acercó y me clavó un beso –dijo Aquiles.

      –Y bolas... se la dejaste servida –dijo Adrián.

      –¿Yo se la dejé servida? ¿por qué? –preguntó Aquiles.

      –¿Por qué?, escuchame... le dijiste que el sábado ese pensaste que te terminaría dando un beso y con eso le despejaste el camino... el flaco, teniéndote nuevamente a tiro, aprovechó y lo concretó ayer –dijo Adrián.

      Aquiles permaneció mudo.

      –¿Y cómo reaccionaste? –preguntó Adrián.

      –Intenté alejarme y le dije que parara... por un momento se detuvo y después, mirándome fijamente a los ojos y yendo por más, me agarró el bulto y me empujó para dejarme acostado de espaldas sobre el sillón... Realmente sentí que me explotaba la cabeza –dijo Aquiles.

      –Iba por todo el loco –dijo Adrián.

      –Si lo hubiese dejado, sin dudas que sí... no se en que hubiese terminado. El tema es que pude zafar y ahí me dijo que estábamos jugando, que nadie dejaría de ser hombre por estar haciendo esas cosas y todas esas historias... Le dije que todo bien, pero que no me pusiera en ese tipo de situaciones incómodas, ni que pretendiera hacerme hacer cosas que yo no quería hacer –dijo Aquiles.

      –¿Y realmente no las querías hacer? –preguntó sarcásticamente Adrián.

      –No seas boludo –respondió Aquiles.

      –Y ¿qué hiciste? ¿te levantaste y te fuiste...? –preguntó Adrián.

      –No... fui al baño y cuando salí, Alejandro me acompañó hasta la puerta pidiéndome disculpas por lo que acababa de suceder y diciéndome que realmente había pensado que después de tanto histeriqueo, creyó que daba para avanzar –siguió contando Aquiles.

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