Название: El Cristo Universal
Автор: Richard Rohr
Издательство: Bookwire
Жанр: Религиозные тексты
isbn: 9781951539191
isbn:
Que Dios no es un anciano en un trono. Dios es la Relación en sí misma, un dinamismo de Infinito Amor entre la Diversidad Divina, como lo demuestra la doctrina de la Trinidad. (Noten que Génesis 1:26-27 usa dos pronombres plurales para describir al Creador, “creemos a nuestra imagen”).
Que el amor infinito de Dios siempre incluyó a todo lo creado por Él desde el principio (Efesios 1:3-14). La conexión es inherente y absoluta. La Torá lo llama “pacto de amor”, un acuerdo incondicional, ambos ofrecidos y consumados por parte de Dios (incluso si, y cuando, nosotros no lo hicimos).
Que por lo tanto todas las criaturas contienen el “ADN” divino del Creador. ¡Lo que llamamos el “alma” de cada criatura podría verse fácilmente como el autoconocimiento de Dios en esa criatura! Sabe quién es y crece en esa identidad, al igual que cada semilla y cada huevo. De este modo la salvación podría ser llamada “restauración”, en vez de la agenda retributiva que se nos ofreció a la mayoría de nosotros. Esto solo merece ser llamado “justicia divina”.
Que mientras mantengamos a Dios encarcelado en un marco retributivo en vez de un marco restaurativo, realmente no tenemos buenas noticias sustanciales; no son ni buenas ni nuevas, sino la misma y cansada línea histórica. Rebajamos a Dios a nuestro nivel.
¡La fe en su núcleo esencial es aceptar que eres aceptado! No podemos conocernos profundamente sin también conocer a Aquel que nos hizo, y no podemos aceptarnos completamente sin admitir la radical aceptación de Dios de cada una de nuestras partes. Y la aceptación imposible de Dios a nosotros es más fácil de comprender si la reconocemos primero en la unidad perfecta del Jesús humano con el Cristo Divino. Empieza con Jesús, luego sigue contigo mismo, y finalmente lo expande a todo lo demás. Como dice Juan “De esta plenitud (pleroma) todos hemos recibido gracia sobre gracia” (1:16), o incluso “gracia respondiendo a la gracia con gracia” podría ser una traducción aun más precisa. Para terminar en gracia de alguna manera debes empezar con gracia, y luego todo es gracia por todo el camino hasta el final. O como otros pusieron simplemente en estos términos: “Cómo llegas, ahí es a donde llegas”.
Ver y Reconocer No Son lo Mismo
El mensaje central de la encarnación de Dios en Jesús es que la Presencia Divina está acá, en nosotros y en toda la creación, y no solo “por allá” en algún territorio lejano. Los primeros cristianos llegaron a llamar a esta Presencia aparentemente nueva y disponible “tanto Señor como Cristo” (Hechos 2:36), y Jesús se convirtió en el gran cartel que anunciaba el mensaje de Dios de una manera personal a lo largo de las rápidas avenidas de la historia. Dios necesitaba algo, o alguien, para enfocar nuestra atención. Jesús cumple ese rol bastante bien.
Lean 1 Corintios 15:4-8, donde Pablo describe cómo apareció Cristo un número de veces a los apóstoles y seguidores luego que Jesús murió. Los cuatro Evangelios hacen lo mismo, describen cómo Cristo Resucitado transciende puertas, paredes, espacios, etnias, religiones, agua, aire, tiempos, comida, y a veces incluso bilocándose, pero siempre interactuando con la materia. Mientras todos estos reportes atribuyen un tipo de presencia física a Cristo, siempre parece ser un tipo diferente de encarnación. O como dice Marcos justo al final de su Evangelio: “Se mostró pero bajo otra forma” (16:12). Este es un nuevo tipo de presencia, un nuevo tipo de encarnación y un nuevo tipo piedad.
Este, creo, es el porqué las personas que atestiguaron estas apariciones de Cristo finalmente parecían reconocerlo, pero a menudo no lo hacían de inmediato. Ver y reconocer no son lo mismo. ¿Y no es así como sucede en nuestras vidas? Primero vemos la llama de una vela, un momento después “arde” para nosotros cuando le permitimos tener un significado o mensaje personal. Vemos a un hombre sin casa, y en el momento en que permitimos que nuestro corazón se abra hacia él se vuelve humano, querido, o incluso Cristo. Cada historia de resurrección parece afirmar fuertemente una presencia ambigua —sin embargo certera— en entornos muy comunes, como una caminata con un extraño por el camino a Emaús, asando un pescado en la playa, o lo que pareció ser un jardinero de la Magdalena3. Estos momentos de la Escritura establecen un escenario de expectativa y deseo de que la presencia de Dios pueda ser vista en lo ordinario y material, y no tenemos que esperar apariciones sobrenaturales. Nosotros, los católicos, llamamos a esto una teología “sacramental”, donde lo visible y lo táctil son la puerta principal a lo invisible. Es por esto que cada uno de los Sacramentos formales de la iglesia insiste en un elemento material como agua, aceite, pan, vino, la imposición de manos o la absoluta presencia física del matrimonio mismo.
Para la época en que Pablo escribió estas cartas a Colosas (1:15-20) y Éfeso (1:3-14), unos veinte años después de la era de Jesús, él ya había conectado al único cuerpo de Jesús con el resto de la especie humana (1 Corintios 12:12ss.), con los elementos individuales simbolizados por el pan y el vino (1 Corintios 11:17ss), y con todo el Cristo de la historia cósmica y la naturaleza misma (Romanos 8:18ss). Esta conexión luego es articulada en el Prólogo del Evangelio de Juan cuando el autor dice: “En el principio era el Logos, y el Logos era con Dios, y el Logos era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Todas las cosas se hicieron realidad a través de él, sin él nada de lo creado llegó a existir. Lo que fue hecho realidad en él fue la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-4), todo basado en el Logos volviéndose carne (1:14). Los primeros Padres Orientales sacaron mucho provecho de esta noción universal y corporativa de la salvación, tanto en el arte como en la teología, pero en Occidente no fue tan así.
El principio sacramental es este: Empiece con un momento concreto de encuentro, basado en este mundo físico, y el alma se universaliza desde ahí, así lo que es verdad aquí se vuelve verdad en todos lados también. ¡Este viaje espiritual prosigue con círculos de inclusión cada vez más grandes en el Único Misterio Sagrado! Pero siempre empieza con lo que muchos llaman sabiamente “el escándalo de lo particular”. Es allí donde debemos rendirnos, incluso si el objeto en sí parece más que un poco indigno de nuestro asombro, confianza o rendición4.
Luz e Iluminación
¿Alguna vez notaste cómo la expresión “la luz del mundo” se usa para describir a Cristo (Juan 8:12), pero que Jesús también aplica la misma frase para nosotros? (Mateo 5:14, “Ustedes son la luz del mundo”). Pocos predicadores me lo han señalado alguna vez.
Aparentemente la luz es menos algo que ves directamente, y más algo por lo cual ves todas las demás cosas. En otras palabras, tenemos fe en Cristo para poder tener la fe de Cristo. Esta es la meta. Cristo y Jesús parecen estar muy contentos en servirnos como canales, en lugar de como conclusiones comprobables. (Si esto último fuese el caso ¡la Encarnación habría sucedido después de la invención de la cámara y la videograbadora!) Necesitamos mirar a Jesús hasta que podamos mirar al mundo con este tipo de ojos. El mundo ya no confía en los cristianos que “aman a Jesús” pero que no parecen amar nada más.
En Jesucristo la propia cosmovisión de Dios, profunda, inclusiva y amplia, se pone a nuestra disposición.
Ese podría ser el todo de los Evangelios. Tienes que confiar en el mensajero antes de poder confiar en el mensaje, y esa parece ser la estrategia de Jesucristo. Con demasiada frecuencia substituimos al mensajero por el mensaje. Como resultado pasamos mucho tiempo adorando al mensajero y tratando de hacer que otras personas hagan lo mismo. Muy a menudo esta obsesión se volvió en un substituto piadoso de seguir realmente lo que enseñó —y nos pidió varias veces que lo siguiéramos, y ni una sola vez que lo adoremos.
Si prestas atención al texto verás que Juan ofrece una noción muy evolucionista del mensaje de Cristo. Nota el verbo activo que se usa aquí: “La verdadera luz que СКАЧАТЬ