Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ por completo en aquel río movedizo de animales vacunos, de fiera mirada y largos cuernos. Acostumbrada como estaba a manipular el ganado, no se alarmó al verse en aquella situación, sino que aprovechó todas las circunstancias de impulsar a su caballo hacia adelante, con la esperanza de abrirse camino por entre la cabalgata. Desgraciadamente, ya fuese accidentalmente o de manera deliberada, los cuernos de uno de los animales chocaron violentamente contra el costado del mustang, y lo enloquecieron. Instantáneamente se alzó sobre sus patas traseras, dando un bufido de rabia, y saltó y corcoveó de una manera que habría desarzonado al jinete más diestro. La situación estaba llena de peligros. Cada avance del desquiciado caballo le hacía chocar otra vez con los cuernos, y ese choque servía para enfurecerlo más. Todo lo que la muchacha podía hacer era procurar mantenerse en la silla, porque el deslizarse de la misma equivalía a una muerte horrorosa bajo las pezuñas de aquellos animales indómitos y asustados. Como no estaba acostumbrada a tales circunstancias inesperadas, empezó a darle vueltas la cabeza y a aflojarse la presión de sus manos en la brida. Sofocada por la nube de polvo que se levantaba y por el vaho de aquellos animales forcejeantes, quizá hubiese abandonado sus esfuerzos, presa de desesperación, a no ser por una voz cariñosa que resonó a un costado suyo, dándole la seguridad de su ayuda. En ese momento, una mano morena y forzuda agarró al asustado caballo por la barbada, y abriéndose camino entre el rebaño, no tardó en sacarlos a terreno libre.

      —¿Está herida, señorita? —preguntó respetuosamente su salvador.

      La joven levantó la vista hacia aquel rostro moreno y fogoso, y se rio con naturalidad, diciendo sin rodeos:

      —Lo que estoy es tremendamente asustada. ¿Quién iba a pensar que mi Pancho se iba a asustar de una manada de vacas?

      —Gracias a Dios que se mantuvo usted en su silla —dijo el otro con seriedad.

      Era un joven alto, de aspecto bravío, jinete en un fuerte caballo ruano y vestido con burdas ropas de cazador; llevaba colgado de los hombros un largo rifle.

      —Me parece que usted es la hija de John Ferrier —dijo a manera de comentario—. La vi salir a caballo de su casa. Cuando hable con él, pregúntele si se acuerda de Jefferson Hope, de San Luis. Si se trata del mismo Ferrier, mi padre y él fueron íntimos.

      —¿Y por qué no viene y se lo pregunta usted mismo? —interrogó ella con recato.

      Al joven pareció gustarle aquella indicación, y sus negros ojos centellearon de placer.

      —Así lo haré —dijo—. Hemos permanecido en las montañas durante dos meses, y no estamos presentables para una visita. Tendrá que recibirnos tal como estamos.

      —Él tiene mucho que agradecerles y yo también —contestó ella—. Me adora. Si esas vacas me hubiesen pisoteado, él no se habría consolado jamás.

      —Tampoco yo —dijo su compañero.

      —¡Usted! Bueno, yo no creo que a usted le hubiese importado mucho. Ni siquiera es usted amigo nuestro.

      Al oír ese comentario, la morena cara del joven cazador se puso tan sombría, que Lucy Ferrier se echó a reír ruidosamente.

      —Bueno, no me expresé bien —dijo—, porque ya es usted un amigo. No deje de venir a visitarnos. Tengo que seguir adelante, porque, de otro modo, mi padre no volvería a confiarme ningún asunto suyo. ¡Adiós!

      —Adiós —contestó él, alzando su ancho sombrero e inclinándose hacia la mano pequeña de la joven. Esta hizo dar media vuelta a su mustang, le sacudió un latigazo con la fusta y salió disparada carretera adelante en medio de una nube ondulante de polvo.

      El joven Jefferson Hope continuó a caballo con sus compañeros, sombrío y taciturno. Se habían quedado en las montañas de Nevada buscando minas de plata, y regresaban a Salt Lake City con la esperanza de conseguir capital suficiente para explotar algunos filones que habían descubierto. El joven había fijado en el negocio un interés tan vivo como cualquiera de sus compañeros, hasta que el incidente aquel desvió sus pensamientos por otros conductos. La vista de la hermosa muchacha, tan fresca y sana como las brisas de la sierra, había removido hasta lo más profundo su corazón volcánico e indomable. Cuando ella desapareció de su vista, el joven entendió que había llegado a una crisis en su vida, y que ni las especulaciones en minas de plata ni ningún otro asunto podrían tener nunca para él tanta importancia como este de ahora, que los absorbía todos por entero. El amor que había nacido en su corazón no era el capricho súbito y mudable de muchacho, sino más bien la pasión furiosa e indómita de un hombre de fuerte voluntad e imperioso temperamento. Estaba acostumbrado a triunfar en todo cuanto emprendía. Se juró en su corazón que tampoco en esta empresa fracasaría si el esfuerzo y la perseverancia humanos eran capaces de llevarlo al éxito.

      Aquella noche se presentó en la casa de John Ferrier, y a ella volvió muchas veces, hasta que su rostro se hizo familiar en la granja. John, encerrado en el valle y absorbido por su trabajo, había tenido pocas ocasiones de enterarse durante los últimos doce años de las noticias del mundo exterior. Jefferson Hope pudo dárselas, y lo hizo en un estilo que interesó a Lucy tanto como a su padre. Había sido uno de los exploradores avanzados en California y podía contar muchas historias extraordinarias de fortunas que se habían hecho y de fortunas que se habían perdido en aquellos días felices e insensatos. Había sido explorador, cazador, buscador de minas de plata y ranchero. En cuantos lugares se ofrecían aventuras emocionantes, allí estaba Jefferson Hope buscándolas. No tardó en tener las simpatías del anciano granjero, que hablaba de manera elogiosa de sus buenas cualidades. En esos casos, Lucy permanecía silenciosa, pero el rubor de sus mejillas y sus ojos brillantes y felices demostraban con demasiada claridad que su corazón juvenil ya no le pertenecía. Quizá su honrado padre no hubiese observado esos síntomas, pero con seguridad que no pasaron por alto para el hombre que había conquistado su afecto.

      Cierto atardecer del verano el joven llegó al galope por la carretera y frenó delante de la puerta. Lucy estaba en el umbral de la casa y fue a su encuentro. El joven pasó la brida por encima de la cerca y se adelantó a pie por el sendero.

      —Lucy —le dijo, agarrándola de las dos manos y mirándole con ternura a la cara—, me marcho. No le pido ahora que venga conmigo, pero ¿está dispuesta a venir cuando yo vuelva por aquí?

      —¿Y cuándo será eso? —le preguntó ella, sonrojándose y riéndose.

      —De aquí a un par de meses como mucho. Entonces, cariño mío, vendré y te reclamaré. No hay nada capaz de interponerse entre nosotros.

      —¿Y qué será de mi padre? —preguntó ella.

      —Él me ha dado su consentimiento, para el caso en que resulte bien la explotación de las minas. Sobre eso no tengo miedo alguno.

      —Pues bien: puesto que usted y mi padre lo arreglaron todo, ya no hay nada que hablar —dijo ella cuchicheando y arrimando su mejilla al ancho pecho del joven.

      —¡Gracias a Dios! —exclamó él con voz áspera, inclinándose y besándola—. Entonces, asunto arreglado. Cuanto más tiempo me quede, más duro se me hará el arrancarme de aquí. Ellos me están esperando en el cañón. Adiós, corazón mío... adiós. Dentro de dos meses me verás aquí.

      Mientras hablaba se apartó de ella con gran esfuerzo y, saltando sobre su caballo, se alejó a galope furioso, sin volver siquiera la vista atrás, como si temiera que si volvía la vista una sola vez para mirar lo que dejaba, le fallase su resolución. La joven quedó de pie en la puerta, siguiéndole con los ojos hasta que desapareció. Volvió a la casa como la muchacha más dichosa de СКАЧАТЬ